Luna Roja

Capítulo 4

Había noches en las que aún lo soñaba. Era difícil olvidarlo y más con esa mirada atormentándole en el vestíbulo. Como el mismísimo demonio, así era Alberto Ivanov. La gemela lanzó un suspiro y miró de reojo a su hermana menor, la cual aún dormía. Se levantó de puntitas de la cama, cuidando no hacer ruido alguno. A pesar de tener camas separadas, para que cada una tuviese su independencia, ellas dormían en la misma. Simplemente con el pasar de los años, hay hábitos que no se abandonan y las gemelas no podían dormir separadas aún si lo intentaran. Era lo mejor, si aun estando juntas, había ocasiones en las que las pesadillas volvían, ninguna quería imaginar las consecuencias al dormir cada quien en su propia cama.

   Cordelia dio unos cuantos pasos y, al comprobar que Corina no se despertaba, abrió la puerta de su habitación y salió rumbo a la cocina. Tuvo que bajar las escaleras con un ligero sentimiento de intranquilidad en su pecho, el cual sabía perfectamente que nunca desaparecería. Odiaba esa casa por tal razón, en ella siempre tendría miedo, en ella siempre viviría presa de Alberto Ivanov, en ella nunca podría ser libre de todo lo que le atormentaba.

   Escuchó pasos en uno de los pasillos de la casa y brincó mirando a los lados algún objeto que le pudiese servir en caso de ser víctimas de un robo. Aunque quizá, la idea era un poco absurda, nadie en su sano juicio querría robar a las “gemelas malditas”. Giró los ojos ante el nombramiento de la gente de Luna Roja y con precaución, preparada para lanzar gritos si era necesario, se acercó al sitio de donde había escuchado el ruido. Dio la vuelta al pasillo y la imagen de Mario Rocha con un candelabro en las manos fue suficiente para que gritara ligeramente asustada. Y después avergonzada, por supuesto. El hombre se disculpó con una reverencia y Cordelia calmó su tensión con una sonrisa.

            —Lo lamento Mario, es mi culpa por estar despierta a estas horas.

            —Son casi las tres de la mañana señorita Cordelia, me extraña, usted suele dormir muy bien. ¿Tiene problemas para conciliar el sueño?

   La menor desvió los ojos y dijo en un tono grave:

            —Más bien tengo problemas para salir de él.

   Como si esas palabras hubiesen sido suficientes, Mario tomó la mano de la joven y le indicó que le acompañara a la cocina, ahí le prepararía un vaso de leche caliente con azúcar, para dormir sin soñar, dicen los sabios. Cordelia le siguió sin decir nada más y una vez instalados en la pequeña mesita que a veces ocupaba el mayordomo, ambos se dejaron llevar por los recuerdos.

            —A veces creo que él aún está aquí y me empeño en mantener todo ordenado y preciso, como siempre le gustó—confesó el mayordomo con un gesto nostálgico. Cordelia le dedicó su atención y bajó la mirada.

            —Yo también lo creo, esta casa pareciera contener su alma y la de mamá.

            —No, la señorita Marlenne no está aquí—negó con una ligera sonrisa, como si de repente, hablar de su patrona fuese igual a hablar de la primavera floreciendo entre los rayos del sol—. Si ella estuviese, este lugar no se sentiría así de vacío. Sólo es el señor, sólo es él y su firmeza.

   La chica asintió dándole la razón y levantó la cabeza con cierto nerviosismo, como si confesar lo que estaba por decir fuese incorrecto, incluso miró a los lados un poco y finalmente agachó la cabeza, en señal de confidencia.

            —A veces lo sueño, a veces al dormir, vuelvo a esa casa y todo regresa como si aún estuviera ahí. Incluso ese retrato en el vestíbulo, me parece tan real, que a veces creo que está mirándome, anhelando que su pequeña sea su orgullo—se abrazó a sí misma—. Me asusta.

   El mayor volvió a tomar su mano entre la suya, esta vez en señal de apoyo. Era como si ambos guardaran un secreto y quizá así era, pero se trataba de algo tan terrible, que ni siquiera se atrevían a pronunciarlo en voz alta. Sólo estaban sus recuerdos, sólo sus sueños y nada más para probarlo.

            —La entiendo señorita Ivanov, yo también odio ese cuadro con mi vida, pero me aterra que al quitarlo… no sé… algún día regrese—se negó a sí mismo como si acabara de decir una tontería—. Sé que es completamente imposible que eso pase, los muertos no vuelven a la vida, pero es inevitable, el miedo siempre estará ahí.



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En el texto hay: misterios, suspenso, romancejuvenil

Editado: 22.07.2018

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