Luna Roja

Capítulo 8

El pequeño sobre que se encontraba encima de la mesa del comedor fue el detonante del caos. Mario Rocha lo había recogido del buzón esa misma mañana y se lo había entregado a la menor de las gemelas, ya que era la única despierta. Era miércoles y las jóvenes no asistían a la escuela como los demás chicos de ese pueblo. Ya bastante tenían que soportar en sus salidas ocasionales con Edmundo, Lucio y Mateo, las cuales habían reducido considerablemente después de lo ocurrido con Lucio. Por ello mismo, tomaban clases particulares con Mario, el hombre tenía un título de profesor graduado con honores, así que estaba capacitado para educarlas perfectamente.

   Aunque ciertas ideas locas habían comenzado a inundar la cabeza de Cordelia. Ahora que ya tenía más amigos y socializaba con otras personas además de Silvia y Mario, la gemela mayor creía que ya era tiempo de vencer esos miedos e inscribirse en una escuela pública. Estaba segura de que si más personas convivían con ellas, tarde o temprano los prejuicios desaparecerían. Era un pensamiento muy ingenuo y Corina empezaba a creer que Edmundo era el responsable de tal. Cordelia estaba olvidando las creencias de ese pueblo, olvidaba las humillaciones que enfrentaron cuando llegaron cinco años atrás, olvidaba que nadie iba a perdonarles haber nacido en esa fatídica noche en que la luna se volvió roja y mucho menos cuando las muertes comenzaron con su llegada al pueblo. No, nada era tan sencillo, porque si lo creían así, estarían indefensas, nunca podrían recuperarse del daño que les hicieran.

   Por tal motivo el sobre era la fuente del caos. El mismo contenía una invitación a una fiesta. A ellas nunca les había llegado algo así, pero sabían perfectamente de quién era. Mateo Millán había estado alardeando durante días el hecho de que su cumpleaños estaba cerca y quería celebrarlo en grande. Iba a invitar a casi todo el colegio y por supuesto, Edmundo y sus amigas estaban invitadas, además de Lucio, obviamente. El mayor siempre tomaba tales declaraciones con una sonrisa de gusto, su primo giraba los ojos y las gemelas se miraban entre sí pero sin ponerse de acuerdo nunca.

   Cordelia estaba entusiasmada como jamás creyó. Por supuesto que deseaba asistir a esa fiesta, hacer más amigos, ser una adolescente normal por lo menos una vez en su vida. Corina tenía recelos, si bien, el tiempo que habían pasado junto a esos tres era el suficiente para confiar por lo menos un poco, la menor aún no podía hacerlo completamente y aquello enfadaba demasiado a su hermana. Mario Rocha simplemente encogía los hombros cada vez que las gemelas se enfrascaban en esa clase de discusiones y debates. Una diciendo que era exageradamente ingenua y la otra alegando que era dramáticamente desconfiada.

            —¿Y entonces cómo se solucionará esto?—cuestionó Mario mirando el sobre fijamente mientras ambas se lanzaban miradas tratando de demostrar su punto. Una sentada frente a la otra y sin tocar para nada su plato de comida.

            —No lo sé, que Corina diga, tal vez ella tenga una buena excusa en esta ocasión—ironizó la mayor y la aludida no cambió el gesto sereno de su rostro, pero tampoco dio su brazo a torcer.

            —No se trata de excusas, no tengo un buen presentimiento de esta fiesta, Mateo Millán tiene algo que no me agrada.

            —Nadie te agrada—agregó secamente.

            —Y para ti todos son nobles. ¿Acaso ya olvidaste lo que ocurrió con Lucio Castellanos? ¿De verdad confías en una persona así? ¿Irás a una fiesta rodeada de desconocidos que sólo hablan de ti? ¿Acaso ya no te importan las promesas que nos hicimos al llegar aquí?

   La gemela mayor brincó con la última pregunta y titubeó un poco. Claro que no lo olvidaba, cómo podría hacerlo. Corina y ella estaba juntas siempre, se dieron la mano cada vez que Alberto Ivanov les miraba con desprecio y las maltrataba, se consolaron la una a la otra cuando Marlenne pereció por fin en su abismo negro. Ambas cerraron los ojos cuando encontraron a su padre en la bañera sin vida, producto de su alcoholismo y sus desenfrenados delirios de persecución. Él no paraba de decir a cada momento “Ella está aquí… ella nunca se irá… ha venido por mi…”. Y cuando se quedaron solas para siempre, con los ojos de Mario bañados en pánico y dolor, cuando las cartas cayeron de la mesa y descubrieron toda la verdad de su infancia desolada, ambas se juraron que nadie les volvería a herir de la misma forma, que por ello, cuidarían siempre de sí mismas y no necesitaban a nadie más que al mayordomo en sus vidas.

   Pero Corina también debía entender que era hora de abrir su corazón, salir de ese agujero en el que se sepultaban cada día, perdiéndose las cosas bellas de la vida, perdiéndose las emociones, perdiéndose del amor y la dicha. Así que, por más promesas que hubiese hecho, era hora de avanzar.



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En el texto hay: misterios, suspenso, romancejuvenil

Editado: 22.07.2018

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