Abrí mis ojos dando la vuelta para mirar a Alan que se removía en su lugar.
No habían pasado ni una hora desde que nos acostamos, pero él al parecer se sentía bastante incómodo.
—¿Alan, sucede algo? —negó y resoplé—. Pensé que la etapa en la que negábamos todo se había superado hace unos minutos.
—Me duele el tobillo —dijo por fin. Bajé la mirada su tobillo, el cual volvía a estar vendado.
Me fue inevitable pensar que él se había arriesgado por mí, y se había lastimado de nuevo su tobillo. Me dio un poco de pena al verlo, así que hice lo que cualquier persona agradecida haría: me levanté para ponerlo más cómodo.
Sabía que en ese tipo de lesiones se debía tener el pie alzado, y claramente Alan para nada que lo tenía en una buena posición.
Me levanté de la cama, caminando a su armario donde, estaba segura, había visto algunas almohadas y frazadas.
—¿A dónde vas?
—¿No tienes que tener el pie elevado? —asintió—. Bien.
Saqué algunas cosas que podían ayudarme, luego, volví a la cama y acomodé todo debajo de su pie, manteniéndolo elevado.
—Gracias.
—No fue nada. —Le sonreí trepando a la cama y acomodándome a su lado, enrollándolo con mis brazos a su costado en un abrazo, pero respiró hondo, como si algo le doliera así que lo miré, desconfiada.
Me senté, mirándolo seriamene.
—Quítate la camisa —gruñó, pero me obedeció. Casi quise sonreír, pero al ver las heridas en su torso todo humor desapareció.
Llevé mi mano a mi boca.
—¡Alan, debes cubrir eso!
—Lo haré mañana, cuando mi madre las revise. —Lo miré como si estuviera loco.
—¡Ni hablar! Lo harás ahora, aunque no durmamos nada, pero no tendrás esas… horrorosas heridas abiertas.
Suspiró.
—Está bien ¿Puedes tomar las cosas? Están en mi escritorio. —Señaló con la barbilla el lugar. Asentí y me paré.
Sabía que en otro momento hubiera ido él. Pero, o estaba sacando su tobillo como excusa, o de verdad le dolía.
Me dediqué a desinfectar las heridas, tres en total, en su pecho. Las vendé como pude sin ser una experta en eso, pero no podía tenerlas abiertas de ninguna manera.
Alan se dedicó a observarme mientras yo daba pequeños toques con el algodón lleno de agua oxigenada. Sabía que le dolía, pero se dejaba hacer por mí. Llegado un momento suspiré gracias un recuerdo que se pasó por mi mente.
—Lamento haber usado alcohol la última vez —susurré, sin mirarlo, pero él se rio—, y también lamento lo de las fotos.
—Eso es pasado, Preciosa —susurró de vuelta. Le sonreí un poco cuando llegó el momento de quitar la venda que tenía en su cuello.
—Solo te pusiste esa venda allí ¿Verdad? —Resoplé cuando asintió. La gasa estaba llena de sangre en algunos puntos, pero no me importó aquello, sin embargo, a Alan parecía sí importarle.
—No quiero que lo veas —mordí mi labio.
—¿Así de horrible es?
—Sí.
—No importa, necesitas que te lo desinfecte.
—¿Estás segura?
—Sí... Es lo que veré de ahora en adelante ¿No?
—Está bien. —Inclinó su cuello, dándome un mejor acceso.
Terminé de quitarla, y lo que vi era mucho peor a lo que me imaginé. Una fea mordida, grande y por lo que veía, profunda. Por poco y le desgarra la piel.
Jadeé.
—¿La mordida en el cuello no busca matar? —le pregunté aun con la mirada allí. La piel estaba amoratada por el contorno de la mordida. Un poco de sangre salía de los orificios hechos por los dientes, y la carne se veía de manera tan… asquerosa y espeluznante.
—Sí...
—Oh, Dios.
—No te preocupes por eso ahora ¿Sí?
Asentí y seguí con mi trabajo de limpiar las heridas y vendar. Obtuve muchas muecas y jadeos de dolor gracias a su debilidad. Cuando terminé, boté todas las gasas que había usado para limpiar las heridas más profundas en el cesto de basura y me levanté para conseguirle una camiseta más liviana.
Él se la puso en cuanto se la pasé y mientras tanto, yo volví a trepar a la cama para costarme a su lado.
—¿Ahora sí podemos dormir? —preguntó volviendo a recostarse en la cama cómodamente.
—Sí, ahora sí.
—Genial. Ven aquí —Estiró su brazo, no dudé en acurrucarme junto a él. Le di un pequeño beso sobre la venda del cuello, esperando que se sintiera mejor con eso.
Unos minutos después, Alan se rio entre dientes por algo en su cabeza. Alcé la mía para mirarlo; él ya tenía su mirada en mí, y la intensidad de ella me dejó sin aliento por un segundo, antes de que riera con él.
—¿De qué te ríes? —le pregunté.
—No puedo creer que estés aquí, Abril. Los últimos meses he tenido muchos sueños contigo, temo que este sea uno muy bueno, a pesar de las heridas.
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Editado: 18.05.2021