Un grito salió de mi garganta por el esfuerzo. El sudor estaba corriendo por mi frente, casi tapando mi vista, aunque tenía el cabello recogido, en parte, porque gracias al movimiento ya parte de mi cabello se había salido de la coleta.
Alan me había hecho, obligado en parte, a tomar clases de artes marciales. No estaba muy avanzada en esas clases, pero lo que había aprendido en esas clases me ayudaba al momento de los entrenamientos, por eso, cuando Braham me inmovilizó contra la colchoneta, logré zafarme de su agarre y golpearlo en la cabeza.
Sus ojos rojos se cerraron cuando sintió mi golpe, un poco duro, contra sí, pero se recuperó con prontitud. Jadeé, dejándome caer en la colchoneta.
—Lograste evitarme de tu mente y aun así también librarte de mí —dijo, casi viéndose orgulloso.
Alan había cambiado mis entrenamientos con él para hacerlos con Braham, teniendo la ventaja de que el vampiro me daba un doble entrenamiento: físico y mental, al estar constantemente intentando meterse en mi mente, de una manera no tan invasiva, porque si éramos sinceros nadie podía tener tanto poder de persuasión como él, así que intentaba igualar el poder que tenía un vampiro normal. Lograba esquivarlo, alejarlo de mi mente.
Mi novio, en cambio, siguió entrenando con Kiona y Axel. En ese momento, mientras intentaba recuperar la respiración luego de un entrenamiento largo y dedicado con Braham, él también lo hacía con su mejor amiga.
Los había visto muchas veces entrenar juntos, pero me seguía sorprendiendo la manera en la que sus reflejos trabajan. Alan esquivaba cada golpe que Kiona mandaba con mucha facilidad, Miré, sin decir nada, como un lobo se acercaba a ellos con sigilo. No era un evento aislado. Siempre alguno buscaba desestabilizar a esa dupla, aunque nunca lo lograban.
Sin embargo, cuando el licántropo convertido se tiró a ellos, el primer impulso que tuvo Alan fue golpearlo con su brazo, pero su contrincante tenía su mandíbula preparada para morder. Alan no soltó ningún sonido, pero yo sí que lo sentí.
No pude evitar gritar, atrayendo la atención de mi novio, quien en cuanto comprendió lo que pasaba, tiró lejos al otro lobo y dejó abandona a Kiona para correr a mí.
El dolor ya pasaba, como siempre que el vínculo se activaba por esos momentos. Resoplé, levantándome del suelo para darle encuentro a Alan.
—¿Estás bien? —preguntó, evitando tocarme con su brazo ensangrentado.
—Estoy bien, pero ya te he dicho que no te distraigas por mí, Alan. Mucho menos por el vínculo —dije, molesta.
En las últimas semanas nuestro lazo se había descontrolado mucho más. Cuando antes eran solo pocas veces que se activaba, dejándonos sentir al otro con mucha más intensidad, en esos días se activaba a cualquier momento, varias y prolongadas veces al día. Por lo general era bueno sentir a Alan, poder comunicarme con él mente a mente, pero había momentos como ese en donde no era tan conveniente tenerlo activado. No podíamos hacer nada, porque el vínculo entre nosotros se comportaba a su antojo. No nos podíamos bloquear a nuestro antojo, tampoco podíamos desbloquearlo. Estábamos a merced de la vida, o eso era lo que en parte creía.
No podía olvidar, cada que eso pasaba, las palabras de Serene a Alan, esas que él seguía creyendo que yo no había escuchado y en las que le decía que nuestro vínculo estaba en sus manos. Me preguntaba si era cierto y, si lo era, por qué había permitido que se abriera justo en esa charla.
Como fuera, eso lo veía como una desventaja, en especial para Alan, quien había tenido que salir muchas más veces a enfrentarse con vampiros que en cualquier ocasión.
—Lo siento —se disculpó, ablandándome. Capté la mirada de Rich, un tanto enfada, sobre nosotros.
—Estar emparejado conmigo va a terminar por traerte problemas —susurré, dando una mirada de reojo al líder de la manada. Alan la siguió, pero se encogió de hombros, pasando su brazo sin sangre por los míos. Le hizo señas a Rich para avisarle que terminaría su entrenamiento por ese día.
—No me importa. Prefiero los problemas a no tenerte, aunque de verdad, de verdad, tenemos que encontrar una solución al lazo; no puedes estar sintiendo dolor cada que me pasa algo a mí, preciosa.
—O al revés. —Se rio. Me hice la indignada, apartándolo de mí, pero no dejó que me alejara. Me cargó, tomándome por la cintura para pegar a su cuerpo. Me robó un beso al tener mis labios a la altura que deseaba—. Oh, usted señor no debería besarme luego de burlarse de mi umbral de dolor.
Se volvió a reír, aun sin soltar y todavía caminando.
—Lo siento, hermosa, pero para lo que para ti es un dolor fuerte, yo apenas lo siento, por eso no me importa sentir lo tuyo en lo físico, pero sí me importa que sientas lo mío y lo que acaba de pasar es una prueba de ello.
Me bajó cuando estábamos cerca a las bancas cercanas a los armarios, en donde ya había una casilla con mi nombre, justo al lado de la de Alan. Me senté, sacándome los guantes y las vendas que debía ponerme para proteger mis manos de los golpes. Alan se sentó a mi lado e hizo lo mismo que yo solo que él, a comparación, levantó la manga de su camiseta deportiva para ver la herida ya casi sana en su totalidad. De su termo se echó agua encima para limpiar su piel y procedió a sacarse la camisa. No dejé de verlo ni por un segundo, deleitada con su cuerpo y la manera en la que los músculos de su espalda se tensaban por el movimiento.
Me pilló mirándolo, aunque solo el sonreí cuando me lanzó una mirada pícara.
—¿Te gusta lo que ves?
—Sabes la respuesta a eso. —Sonrió, poniéndose una camisilla para tomar sus cosas y las mías. Me ducharía en su apartamento, porque a pesar de haber entrenado ya por bastante tiempo, no me gustaba casi ducharme en las duchas que había en el campo. A Alan tampoco le gustaba tanto, mucho menos cuando quité la regla de no duchas juntos y podía aprovechar cada oportunidad para meterse junto a mí, aunque fuera solo a eso: bañarnos.
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Editado: 14.10.2021