El suave ronroneo del motor de un auto me despertó, al igual que la vibración.
Mis ojos se sentían pesados al abrirlos. Estaba en una carretera, dentro del auto de Alan. El paisaje pasaba con rapidez al otro lado de la ventana, una musiquita suave sonaba por los altavoces del auto.
Me restregué los ojos, sentándome bien. El cinturón de seguridad impidió que mi cuerpo se fuera más hacia el frente.
—Oh, ya despertaste. —A mi lado Alan manejaba. La alianza resplandecía en su dedo maniobraba en el volante. Carraspeé, analizando todo a mi alrededor.
—¿Dónde estamos? ¿Qué pasó? —Su mano derecha fue a parar a mi pierna. Apretó y dejó su piel contra la tela del jean que cubría mis piernas.
—Camino a casa, te quedaste dormida mientras te hablaba, pero creo que ya me costumbré a eso.
—¿Dónde está Serene? —Mi pregunta le hizo fruncir el ceño.
—No lo sé, ¿por qué preguntas por ella ahora? —¿Estaba soñando? ¿El Alan que veía no era de verdad? ¿O era al contrario? Abrí mi boca, pero nada salió de ella—. ¿Estás bien?
Asentí.
—Eso creo. ¿Dónde están todos? ¿Qué pasó con los vampiros, con… todo? —pregunté en voz baja, débil. Alan me dio otra mirada, aun su ceño fruncido.
—Creo que has tenido un sueño muy vívido, amor. Estamos camino a casa, luego de nuestra escapada, sin vampiros, sin Serene, solo tú y yo.
—Pero… —Suspiró e hizo algo muy propio de él: aparcó a un lado de la carretera para poder darme su completa atención. Tomó mi rostro entre sus manos, asegurándose de que lo mirara.
—Abril, todo está bien, solo relájate un poco, dale tiempo a tu cerebro para que se adapte a la realidad.
Muchas veces en mi vida me sentí como si me estuviera volviendo loca, pero ninguna como esa. Alan me estaba diciendo que las últimas semanas habían sido un sueño, nada más, pero en mi pecho revoloteaba una sensación de indisposición e incredulidad.
Miré a mi alrededor, percatándome del movimiento de los árboles, el piar de los pájaros… la sensación de las manos de Alan en mi rostro.
Sentí unos labios sobre los míos, tibios y conocidos. Cerré los ojos, tranquilizando mi respiración. Seguía confundida, pero si eso era un sueño, prefería vivirlo antes que seguir en la guerra de Serene. Quería tener mi momento con Alan, seguir como si nada hubiera sucedido, como si no tuviera una nueva compañera.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, él lo notó. Limpió debajo de mis ojos, llevándose la humedad entre sus dedos.
—Hey, hermosa ¿Qué pasa?
—Te amo mucho, Alan. Me preocupa el amor tan egoísta que te tengo —dije, pero él no pareció comprender y no tenía por qué hacerlo. Él, el Alan frente a mí, no sabía de la pelea entre las razas, no sabía que estaba siendo egoísta al querer quedarme con él y no salvando a su raza. Prefería estar mil veces con él ahí, solo nosotros dos, aunque el mundo se estuviera acabando.
Sin que él lo esperara, me subí a su regazo, apoyando mi mejilla en su pecho, escuchando su corazón latir en mi oído.
—No me molesta esta demostración de amor, pero me preocupa un poco tu actitud.
—Ya se me pasará, solo déjame disfrutarte.
—Sea lo que sea que hayas soñado, creo que lo agradezco. Me encanta recibir amor de tu parte. —Reí con los ojos cerrados.
—A mí me encanta estar así contigo.
—Podríamos estar de otra manera, se supone que aún estamos en la época en la que quiero quitarte la ropa a cada segundo.
Volví a reír. Alcé mi rostro hacia él, pidiendo un beso que no demoró en darme.
—Deberíamos seguir —dije luego de un minuto. Volví a mi puesto, dejando que volviera a poner en marcha el auto.
Tal como dijo, estábamos cerca del apartamento. Llegamos pocos minutos después, le ayudé a bajar las maletas y a llevarlas al interior. Todo parecía tan normal, tan… real, que de comencé a cuestionarme si lo que había vivido en realidad no era solo un sueño, así como había dicho Alan.
La rutina fue una similar a la que manteníamos. Pedimos algo de comer, porque estábamos lo suficientemente cansados para hacer algo por nosotros mismos; nos duchamos, hablamos y también, por increíble que fuera, hicimos el amor en la noche, en nuestras mantas. Su olor, calor y sabor me hicieron preguntarme con mucha más fuerza si no había estado soñando. La mente era capaz de hacer muchas cosas, ¿por qué no podría hacerme creer que había vivido algo cuando solo había sido un sueño?
Al día siguiente me despertaron unos besos en mi espalda. Abrí los ojos, aun con temor de que la imagen cambiara, pero seguía estando en mi cama, con Alan a mi lado, o a mejor decir sobre mí, regando besos por mi piel.
Suspiré, satisfecha y tranquila.
—Buen día —saludé, enterrando mi cabeza en la almohada, sin ganas de salir de la cama.
—Acabo de notarte un lunar —respondió, tocando una parte de mi espalda.
—Pensaba que ya conocías todos los lunares que tengo —respondí sin hacer un solo movimiento, disfrutando de su atención.
—Este es nuevo, chiquito y bonito, así como tú.
—Yo no soy chiquita —refunfuñé. Él me imitó, riendo y trepando por mi cuerpo hasta que tuvo sus ojos a la altura de los míos—. Buenos días, esposa.
—Pareces animado hoy.
—¿Cómo no estarlo después de lo de anoche? —Su respuesta me hizo sonreír. Abrí mis ojos, que se habían cerrado inconscientemente, para mirarlo. Suspiró y se levantó. Entró al cuarto del baño. Escuché que movía algunas cosas antes de escuchar el sonido del agua al caer.
Era una sensación tan familiar, tan rutinario.
Fue mi turno para suspirar. Me senté en la cama, buscando en el suelo la camisa de Alan. Me la puse, sintiendo el olor de su colonia y de su cuerpo en la tela. Comprobé la hora en el reloj en la mesa de noche de Alan, pero se había quedado pausado siendo las ocho de la noche.
Fruncí el ceño, buscando con la mirada mi teléfono sobre mi mesa de noche, pero solo estaba la lámpara.
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Editado: 14.10.2021