—Esto no está funcionando, Abril. —Resoplé, dejándome caer en la cama de Alan.
—No, no lo está haciendo. —Alan apareció sobre mí, así que acaricié su mejilla—. ¿Por qué todos pueden controlarlo menos nosotros? Pareciera que tuviera vida propia y no dependiera de nosotros.
—Quizá no depende de nosotros.
Me quedé pensativa sobre las razones por las que cuales no podíamos manejar el vínculo, pero Alan interrumpió mis cavilaciones cuando me hizo levantar.
—¿Qué? —pregunté, haciendo fuerza para que no terminara de alzarme. Era embuste su acción: si quisiera podría levantarme, aunque yo usara toda mi fuerza para evitarlo. Agradecía que Alan no quisiera hacerme daño en ninguna circunstancia, porque de otra podría desbaratarme.
—Que debemos irnos. No has entrenado por meses, Abril, no creas que se me ha olvidado. —Protesté.
—No quiero, Alan.
—Oh, sé que no quieres, pero debemos hacerlo.
—Alan, no podemos irnos hoy, tengo una visita. —Él dejó de halarme para fruncir el ceño y mirarme.
—¿Una visita? —Asentí—. ¿Quién? —Le di una sonrisa culposa.
—Solo no te vayas a enojar conmigo, por favor. Si pudo pasar una prueba muy grande es porque no es alguien malo.
—Abril… —Un mensaje entró a mi teléfono ubicado en la mesa de entrada. Le sonreí, dando saltitos hasta tomar el móvil. Alan resopló detrás de mí mientras yo leía el «pude entrar» de Braham.
Bien, eso era una confirmación tanto para Alan como para mí. Nadie que tuviera una mala intención con un habitante de la protección podría entrar, ni siquiera siendo invitado a hacerlo. Solo los licántropos podrían entrar y los hechiceros, pero solo porque había sido un lugar creado para ellos.
Cuando Alan me explicó lo que sucedía con la protección, y la razón por la que se llamaba así, se me hizo un poco complejo de entender. Los vampiros en sí podían entrar, pero solo cuando no tenían una mala intención, algo que, hasta el momento, no había sucedido. Los licántropos, como Kirian, no podrían vetarse porque las manadas, para bien o para mal, eran las mayores propietarias de la protección, así que ningún miembro podría ser echado. Por otra parte, los únicos que nunca podrían traspasar el campo de magia eran los brujos. En el caso de los humanos, aplicaba lo mismo que para los vampiros… a menos que fuera la pareja de algún licántropo, aunque, en caso de que el licántropo renunciara a su manada para dedicarse a la vida humana, solo él, o ella, podría volver a entrar, pero su pareja no.
La palabra, había entendido, valía mucho en cuanto a la magia se tratase, al igual que la sangre. Gracias a Alan y a pequeñas conversaciones que habíamos tenido, me había enterado de que los hechiceros todo acuerdo que hacían lo pactaban con su sangre, la que contenía la mayor parte de su magia.
Apreté el botón del intercomunicador para permitirle el acceso a Braham. Alan me miraba de brazos cruzados, serio.
—No me digas que hiciste lo que estoy pensando.
—Tengo una sorpresa para ti —dije, ignorando sus palabras.
—Me gustan las sorpresas que son buenas, no malas.
—¡Ay, pero esta es muy buena!
—Llamar al chupacabras e invitarlo a mi zona no es una grata sorpresa.
—El chupacabras tiene nombre. —Alguien habló a mis espaldas, desde la puerta.
—¡Pasa, Braham!
—No, no pasas. —Bien, algo que no había cambiado era la invitación a entrar. Braham no podía desacatar las ordenes del dueño y, legalmente, Alan lo era. Yo también, en parte, tenía la potestad de hacerlo porque Alan en varias ocasiones había declarado que su apartamento también era mío. Y bueno, casi que vivía ahí cuando mis padres no estaban, así que sí, creía tener el poder dentro de ese lugar, pero Alan también.
Me giré hacia él, dándole una mirada enojada y amenazante que solo logro hacerle alzar una ceja. También se veía enojado con sus brazos cruzados sobre su pecho, sus cejas casi juntas, sus labios apretados en una línea, piernas separadas y hombros tensos. No, esa no era una posición de bienvenida en absoluto.
—La sorpresa no es Braham, la sorpresa es que me podré quedar contigo toda la noche, pero no lo haré si no dejas que pase. Está aquí, pasó el campo de magia como garantía de que no tiene intenciones de hacernos daño, así que deja pasarlo. —Alan entrecerró sus ojos hacia mí antes de mascullar:
—Bien. Pasa. —Pero, aun cuidando, me tomó de la mano y me pegó a su cuerpo, preparado para defenderme y defenderse. Se inclinó hasta mi oído—. No creas que no me vengaré por esto.
No me molestaban las venganzas de Alan. Por lo general solían ser satisfactorias para mí también, así que solo sonreí, sin quejarme.
Braham llegó a nosotros y levantó sus brazos.
—Bien, ya estoy aquí.
—Y yo no me explico por qué —dijo Alan con un tono seco.
—Se supone que debo que pedirte perdón para que ella sea mi amiga de nuevo. —Sonreí hacia Alan.
—¿Puedes escucharlo? Sólo serán unos momentos. —Me apoyé en su pecho con la mejor cara de cachorrito que podía hacer.
Terminó por suspirar y por darme una mirada matadora en todo el sentido literal y no poético.
—Sólo dos minutos. —Di un aplauso como niña pequeña.
—Genial. —Me puse detrás de la barra dándoles una mirada. Alan estaba tenso en el lugar donde lo dejé y Braham me miraba a mí, aburrido—. ¡Pero bueno, hagan algo!
—Sabes que esta no es la mejor idea que has tenido, Abril —gruñó Alan tomando asiento. Dejó un puesto entre él y Braham.
—Y yo estoy a punto de botar mi dignidad, así que te pediría que te fueras por los dos minutos que éste me concedió.
—Éste tiene un nombre.
—El chupacabras también lo tiene. Agradece que te dije éste y no pulgoso. —Al ver que Alan ya iba a rebatir, decidí que era mejor intervenir. Enterré mis dedos en las mejillas de Alan cuando lo tomé para girar su rostro hacia mí. Estampé mis labios en los suyos con fuerza y por poco tiempo.
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Editado: 08.06.2021