LESSANY
Antes de que alguno pueda preverlo, la semana pasa frente a ellos con prisa y nadie está listo para hacer el viaje de regreso, mucho menos los niños que lloran y ruegan por un día más, sólo uno, hasta que Lessany, sin el mayor interés más que acallar sus lloriqueos, ofrece algún objeto de su colección, el que prefieran; y así se llevan una pulsera de cristales de más de doscientos años de antigüedad y una vieja pintura de un niño azul que por alguna extraña razón a Frances fascinó.
Los despiden al amanecer del octavo día de visita, junto con una corte de personajes esenciales en Tierra Senerys en la entrada principal del baluarte, muy similar a como ella fue recibida: el Señor al centro del balcón, ella a su izquierda, a su derecha Renner de Mandess y Lindel de Camellia seguido, entre otros, el Directivo de los hombres y bélicos a servicio de la ciudad, el Directivo de Finanzas, los Directivos de las plantas térmicas y los invernaderos…
Por un momento, mientras el lujoso vehículo se va alejando por la avenida con la lentitud de un caballo a trote, Lessany puede verse a sí misma llegar a esas tierras por vez primera, perdiéndose su mirada en el horizonte, visualiza también a Lenser Marlus cabalgando por esas puertas en su búsqueda. «¿Cuánto tiempo ha pasado, cuánto tiempo falta?», se pregunta.
Sus pensamientos se ven interrumpidos por la orden de cerrar las puertas y regresar a las actividades normales del día. Volviendo al interior del tibio salón de recepción Lessany planea recostarse y leer alguno de sus libros, plan que no logra llevar a cabo.
—Acompáñame —solicita Kandem, permitiéndole ir primero hasta su salón de invitados y solicitar oporto o café, lo que ella prefiera. Una infusión en suficiente y es curioso verlo a él mismo servirles a ambos.
Las manos temblorosas de Kandem revelan de alguna manera lo agitado que le dejó la visita de su hermano y aliado, para nada espontánea, sino en medio de una necesidad: Ante las negativas de rendición de muchas sedes aledañas a Kasttell, los ciudadanos se ha vuelto a rehúsan a trabajar y hay revueltas en todos los sectores, de nuevo, el temor es que se esparza y se detenga la producción en las fábricas, de llegar a ese punto crítico deberían continuar con el derramamiento de sangre, ésta vez no solo de bélicos, sino de civiles rebeldes.
Con Lindel de Camellia, su Comandante partiendo hacia el oeste para ganar terreno de sedes dispuestas a renegociar su posición en la guerra ahora que el este está “bajo su poder”, Arestys en el este no puede contar con un respaldo en caso de un ataque de parte de los Soberanos, como ocurrió hacía meses.
La necesita para apaciguar la ira de su pueblo, necesita a Lessany; pero no puede permitírselo saber.
—No hemos tenido tiempo de hablar la última semana —empieza él, volviéndose hacia el fuego una vez entrega en sus manos la infusión. Las llamas crean reflejos felinos en sus ojos negros. Mientras, ella permanece sentada con la espalda erguida en un diván negro.
—No, evidentemente. ¿Quieres que te cuente qué ha pasado? —pregunta ella, casi indiferente, pero simplemente está distraída, la convivencia con los niños le ha dejado una sensación extraña de que algún día fue quizá como ellos; no es que sus recuerdos de la infancia sean gratos, sino que pudieron ser mejores.
—Si gustas —responde él, todo lo contrario, prestando atención a cada rasgo en su rostro, a cada luz y sombra proyectada por el fuego.
—Tengo todos mis datos y planes listos para el proyecto, las mujeres están emocionadas, solo necesito hacer esas llamadas…
—No quiero saber qué ha pasado con tu trabajo, quiero saber qué ha pasado contigo.
Las palabras la devuelven a ese salón, le recuerdan quién es en ese momento y lo que debe hacer.
—Nada en específico, me ha hecho falta ejercicio pero nada más —responde, tomando de su bebida.
—Tendremos que remediar eso. Creo que podré hacer un espacio de unas horas para que podamos salir a cabalgar, quizá te interese conocer el funcionamiento de los invernaderos —acota él, tomando asiento a su lado, su mirada brillante en esperanza.
—¿“Hacer espacio”? Debes tener mucho en qué trabajar —acota, con una arrogancia e indiferencia que a él le duele y refleja en su mirada—. Déjame adivinar: Problemas en el este, no logras controlar Kasttell como quisieras y Anerys tampoco es capaz de mantener a flote la producción, patético, por ello le pidieron a Renny que hablara conmigo.
Él deja la bebida a un lado y cierra sus ojos intentado recobrar fuerzas pero siente que ya no puede, que el suspirar para aliviar el cansancio no es suficiente. No puede creer que ella le diga eso y de esa forma, no porque tenga razón en gran parte, sino porque lo hace para burlarse de él, para herirlo. Y lo logra.
—No eres capaz de pensar en alguien que no sea en ti misma, ¿verdad? —pregunta con voz ronca, nada risueña.
—Eres tú el que usa a tu hermana para persuadirme de “ayudarte a ganar la guerra” a costa de mi padre, como si estar aquí no fuese suficiente —espeta, desviando su mirada hacia el fuego, deseado poder arrojarle en él, deseando poder volver a casa de una vez, buscando más paciencia para continuar con ese lento camino hacia la libertad.
—Mírame —exige él, la voz más gruesa, ella se rehúsa, hasta que una mano la toma de la barbilla para obligarle a girar, agitándola con asombro—, yo nunca usaría a mi hermana de esa manera.
Ella parpadea y arruga su ceño, viéndolo de cerca por primera vez en semanas, lo nota abatido y cansado, sacos grises de desvelo y la desaliñada barba y cabello, lo mal vestido que va; ha trabajado tanto que casi no ha dormido y ni ha cuidado de su higiene personal. No hay una pizca de mentira en sus palabras ni en su gesto, aun así, aparta su mano con un manotón y ambos se giran en direcciones opuestas evitando el enfado.