LESSANY
Las luces no se apagan, la ciudad continua tan iluminada como siempre y los murmullos de decepción comienzan a esparcirse entre todos. La Dama de Kasttell aún se cuelga del cristal sin inmutarse, a su lado llega el Señor de Senerys en las mismas condiciones, con fe en su pueblo y el temor del fracaso palpitándole en las siennes: Esa puede ser la última noche que permanezca en el poder.
Descendiendo sus ojos hacia el suelo con desesperanza, Lessany comienza a resignarse tras diez minutos de espera y, como muchos, planea retirarse cuando hay un pequeño cambio en el paradigma, apenas perceptible, pero que poco a poco se convierte en algo certero y firme al envolver la obscuridad una porción considerable, obscuridad solemne que se expande como el fuego hasta que el manto blanco que es la ciudad deja de brillar y en aquel salón los gritos de celebración comienzan a escucharse hacer eco en las paredes.
Girando su cuello hacia atrás, Lessany sonríe hacia la figura apenas distinguible de Kandem y éste la mira de regreso; invadidos ambos de alegría y triunfo no se dan cuenta del momento exacto en que terminan compartiendo un abrazo de celebración, cuando lo hacen y se separan a la prudente distancia de un brazo, ambos corazones palpitan con rudeza y cada persona a su alrededor les presta su mirada, sonrojándolos por motivos distintos a ambos.
—Mi Señor —les interrumpen sabiamente, dándole oportunidad para que Lessany contenga la necesidad de frotarse las manos y los brazos, y a Kandem recomponga su faz seria y serena—, ¿apagamos el servicio colectivo?
—Sí, adelante, quiero informes cada treinta minutos de los Centros de Atención y Médicos. Santress —se gira hacia su Directivo de Comunicaciones—, envía un mensaje a Anerys, que envíe a sus técnicos en cuanto pueda, ellos tienen una preparación considerablemente superior.
—Sí, señor.
—Reys —el joven asistente da un paso cerca de su Señor, ya libre de los otros candidatos que especulaban en el ventanal—, que las cocinas preparen sopa, infusiones y pan para los que busquen refugio, y abrigo y bebidas calientes para los caballeros. Será una noche larga.
KANDEM
La primera hora transcurre más de prisa de lo que se esperaría esa noche. Los señores en los salones van cubiertos por gruesos abrigos como si fuesen a salir todos en caravana en cualquier momento, las bebidas calientes y bocadillos no dejan de llegar, hasta que comienzan a reemplazarse con tragos de alcohol para los más necesitados de un estímulo para mantener el calor; allá afuera, los reportes reflejan expectativa y entereza de parte del pueblo, si bien hay Centros abarrotados de personas hay otros casi vacíos porque su gente ha decido quedarse en casa en el fuego de la chimenea.
Reys le termina de abrochar la capa de piel en los hombros y de entregarle una infusión caliente, liberándolo unos minutos de sus Directivos y el ultimo monitoreo de los Centros, entonces la capa que le cubre le recuerda la razón de estar aún esperanzados en un mañana, y la busca con la mirada, entre las mesas y las pequeñas concentraciones de hombres, pero ella está en el mismo lugar donde la vio por última vez. Sus pasos llegan hasta su lado en el ventanal, su aliento es visible en cada respiración mas no tiembla de frío, entonces se desabrocha su capa y la desliza en los hombros de la Dama, ésta tiembla por la sorpresa, despertando de su sueño despierta.
—Gracias —dice ella, acomodándosela. Regresa su vista hacia la ventana mientras Kandem da un primer sorbo a su bebida humeante.
—Soy yo quien te está agradecido. De no ser por ti, habría perdido la cosecha y así la guerra en una sola noche. —Luego de un par de tragos la ve a ella encogerse dentro del abrigo, aún con frío, así que le extiende la bebida esperando que ella la acepte, tras vacilar mirando la copa con desconfianza la acepta y da un trago rápido. «No me repudia como antes»—. Discúlpame por hablarte de esa manera, pero sabrás entender...
—Lo sé, estaba cuestionando tu autoridad frente a tus hombres —le interrumpe, sosteniendo esa mirada firme y azul que entre tanta obscuridad aún brillan—, te hacía lucir débil. Pero, al fin, nada de eso importa —suspira, volviendo la mirada hacia la noche—, porque ellos de verdad apagaron las luces sólo para seguirte. Intento creerlo aún.
—¿Por qué lo hiciste si no creías que fuese posible entonces? —inquiere Kandem, sin comprender sus motivos para ayudar a su gente a sobrevivir, cuando todo le beneficiaba a ella: Si se perdía la cosecha, él perdía la guerra y ella sería libre—. Si no creías que fuese posible, si lo mejor para ti era que fracasáramos ésta noche, ¿por qué molestarte en ayudar?
—No lo sé, sólo sé que quería tener la razón y mostrar mí fuerza —responde sin un ápice de interés, aunque por dentro sus sentimientos son un mar bravo que se estampa contra sus deseos personales y aquellos que se planteó al llegar a Senerys; esa noche lo está cambiando todo.
—No lo creo. —Kandem desliza su mano enguantada dentro de la capa para tomar el brazo que permanece laxo a un costado, deslizándose hasta tomar su mano—. Creo que querías ayudar a mi gente, a mí.
—¿No has escuchado que a un Kasttell sólo le importa un Kasttell? —Y aunque no es una broma, vuelve a sonreír y a alzar una de sus cejas doradas, permitiéndole sostener su mano unos segundos más; ahora Kandem reconoce ese gesto pícaro.
—Tal vez, pero estoy empezando a conocerte y creo que no eres como los demás Kasttell que he conocido. —Acercándose un paso más, su pulgar comienza a trazar pequeños círculos en el dorso de la pequeña mano de la Dama, ésta aún sin hacer un amago de alejarse—. Te he visto ser bondadosa, compasiva y de buena voluntad, Lessany.
—Supongo que he cambiado desde que llegué.
—Claro que hemos cambiado, los dos.