Luxor: Ascenso

XXXV. LA BODA

LA BODA

 

De no ser por Reiss, la pequeña pelirroja hermana del Señor de Mandess, y los dos hijos menores del Señor de Bernon, Asirion sería el único niño en la ceremonia, son los que tienen el privilegio de ser correlativos importantes de los señores matrimoniándose esa noche, todos los demás niños fueron vetados del evento. Mars lo mantiene bien vigilado pese a que se nota que la joven quisiera ir en busca de mejor compañía, pero le es fiel a Lessany y ella ha ordenado que se quede con él y así lo hará. Para el pequeño, la visión de la fiesta, con sus luces, sus telas y olores deliciosos, sus comidas exóticas y candelabros como arañas de cristal, es la de un sueño vuelto una realidad; por un momento esa tarde, Asirion no se siente un pobre huérfano.

Reys se acerca a desprender la capa de armiño de los hombros del Señor, y éste se encarga de no despegar la mirada de su prometida, quien le ha robado el aliento con tanto esplendor. En aquel corazón sólo corre la emoción y excitación, la inseguridad sobre sí mismo ante una mujer tan hermosa como ella, tan digna y perfecta; pronto será suya, sólo tienen que decir unas palabras.

Mas ella, que ha llegado allí porque sus pies la han guiado más que  por voluntad propia, tiene un difícil momento controlando el temblor de sus manos, por la ausencia del anillo con forma de león que siempre le había acompañado; es cuando nota la ausencia de la joya que comprende que está por abandonarlo todo, que pronto dejará de ser “yo” por ser un “nosotros”; su familia, su sede, su historia, su libertad, no los perdió cuando la llevaron lejos, sino que lo hará tras decir unas palabras.

—Adelante, con corazón humilde y agradecido hacia el Creador por permitirles encontrarse en el camino —inicia el ritual el anciano, indicándoles que suban a la pequeña tarima con él, donde sus pupilos esperan pacientes a que arriben los novios—. En éste día, bajo los ojos amorosos del Creador, uniremos en matrimonio a Lessany de la sede Kasttell y a Kandem de la ciudad de Senerys, ambos bajo su propio deseo y voluntad. Pueden proclamar sus votos.

«Cuando termine de decirlo, te girarás hacia él y le entregarás tus manos, el padrino de matrimonio entregará las alianzas y dirán los votos». Puede escuchar la voz de Enser explicando el ritual en su cabeza, y su cuerpo reacciona de forma automática. Renner se adelanta entre la multitud con una cajilla negra y aprovecha ese momento para dar un vistazo a la congregación, no hay nadie allí a quien reconozca, no hay un solo amigo, no hay nadie de su familia, al único que puede identificar es al pequeño Asirion en su trajecito a la medida sonriéndole con amor y es esa visión lo que la lleva a sonreír, y para cuando devuelve su atención a Kandem él ha terminado de decir las cortas frases. 

—Yo… —La voz le falla al principio, titubea, se aclara la garganta pero permanece en silencio más tiempo del deseado, segundos que se vuelven una tortura para su contraparte—. Yo, seré tu compañera, tu amiga, tu hermana, tu novia y tu esposa, en los días de invierno y en el verano también; cuando no puedas caminar, yo lo haré hasta llegar a ti, cuando no puedas luchar, yo seré tu espada; desde éste día hasta el día en que el Creador me llame a su presencia lo haré. Mi vida es tuya, mía es tu vida, somos uno y al Uno hemos de volver.  

Esos ojos negros le sonríen al otro lado, sus pulgares le hacen círculos en el dorso de la mano como un gesto de cariño aunque para ella sólo es un roce. Él es el primero en deslizar la alianza en su dedo anular, donde antes iba el anillo del león, luego ella hace lo mismo con sus dedos temblorosos. Al final, el anciano les atrae de nuevo con palabras que ella no es capaz de escuchar, sólo el retumbar de su corazón en sus oídos. ¿Va a desmayarse? No, sólo son los nervios, sólo el miedo, la tristeza inmensa que se apodera de ella en ese el día más triste de su vida.

Enser extiende a Kandem la copa con el vino fermentado del sur, lo toma de buena gana y le da un gran sorbo al cáliz, tendiéndoselo a ella, mirándola con la intensidad de mil antorchas, sus mejillas rebosantes de color y la mente tan nublada de felicidad que no le permiten ver la opacidad en las de ella. Es sublime ese día, es sublime cada segundo, el tacto de su piel, el mover sus labios y el rasgar de sus vocales pronunciando los votos sagrados, la forma en que se remoja los labios tras beber es un acto de magia en sí.

—Desde éste día son uno y para Uno. La paz sea con vosotros. —«Y así estarás casada con él, serás suya y él será tuyo», continúa Enser en su mente, pero Lesanny aún no está presente, sino como ausente, hasta que la mano fría de Kandem le sujeta de la cintura, rozándole la piel descubierta por el vestido, despertándole de su distracción para escuchar la explosión de bitores y felicitaciones en el salón y notar los pétalos flotando en el aire como una lluvia blanca. Más pronto de lo que le permite notarlo puede sentir las palpitaciones de Kandem sobre su pecho y ante esto sus ojos prefieren cerrarse a la verdad hasta que el beso lo vuelve real y puede por primera vez probarle y saber a qué saben esas palabras tímidas y a la vez duras que le ha dedicado, esas sonrisas y gruñidos; para ella, no saben a nada, sólo es piel, sólo es una sacudida de manos diplomática.

Un aguijonazo llega de golpe a sus pantalones cuando puede sentir esos labios sobre los suyos, y Kandem debe aterrizar lentamente a la realidad para no perder el control y dejarse llevar por el deseo. Es mejor de lo que pensó nunca que sería, ella es perfecta y es suya; la multitud y sus felicitaciones mejoran aún más el momento, sintiéndose en casa y feliz por fin, con una mujer que ama a su lado, su mujer. Ella sonríe, mantiene la barbilla alzada, la mirada viendo hacia todos lados, intentando estar en todos al mismo tiempo, como siempre; a ella le gusta ser el centro de atención, debe estarlo disfrutando, ¿no? Renner tenía razón, siempre tiene razón.




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