RENNER
En el suelo, el brasero circular que emerge de la madera chisporrotea y escupe pequeñas luciérnagas rojas y anaranjadas, el calor que emana mantiene la pequeña cabaña tibia y los cuerpos de los reunidos allí lo multiplican. Repararon las entradas con telas gruesas y les añadieron peso en las faldas para que el viento no las arrancara, las pequeñas ventanas de los laterales fueron cubiertas a medias con madera. Desde el exterior se puede ver la luz blanca de las lámparas circulares que colgaron en las paredes. Los centinelas que resguardan el perímetro tienen a su espalda reflectores que bien les iluminan las entrañas del bosque que rodea los pequeños nidos que restauraron para pasar la noche.
Cuando el pelirrojo aparta las cortinas para avanzar al interior, los cabezas de la partida de rescate mantienen el silencio y se giran hacia él, Konnor le suelta el brazo para que se sostenga por sí mismo ya que las ráfagas que sacuden los puentes no lo pueden botar allí dentro, sin embargo, Fassel, el más cercano a él, le ayuda cuando se siente desvanecer por el dolor en la cadera y pierna izquierda, guiándolo hasta un taburete cercano al fuego.
Le han puesto un vendaje apropiado tras curarles las heridas y hacerle suturas sobre los cortes más profundos, le entregaron un suéter de lana y pantalones de cuero con ropas interiores de gruesos tejidos sintéticos, un chaleco de cuero grisáceo y sobre los hombros le dejaron una capa descolorada en la que se arrebujó al cruzar por los puentes. El médico de la partida dijo que no había heridas graves, por fortuna. «Pero vaya que ese malnacido golpeaba duro y estoy seguro que la caída me ha dejado mal alguna costilla. Esa Kasttell…»
Ninguna herida importa, nada de lo que su cuerpo ha sufrido se compara con la desolación que sintió en lo profundo de sus entrañas cuando pasaron de lejos la ciudad para regresar a los nidos. Las calles obscuras, los edificios abandonados, la nieve cubriendo los signos de la batalla. Rodearon, se tardaron más al hacerlo llegando a los nidos después de caído el sol de su pedestal, pero era lo mejor para que su madre y sus hermanas no vieran la ciudad en sus entrañas derrumbándose y poblada de cadáveres y pudrición.
A su lado, Lessany le tiende una infusión caliente mientras ella mantiene otra en sus manos y sorbe del frasco, él la imita, agradecido de tener algo caliente para entonarle el estómago.
—Lamento que no podamos dejarte descansar —explica ella—, pero tenemos cosas importantes qua hablar y cuanto antes mejor.
Dando una mirada a los hombres puede ver que no hay nada que discutir, y que todos tienen la postura de quien sabe ya algo más que los demás, más que él: Fassel, con la deformada nariz antecediéndole, apoyado en un hombro sobre la pared de la derecha; Nay, el cabello ambarino casi castaño por el lodo y la sangre, es de quien proviene el peor olor de todos y mantiene una prudente distancia junto a la entrada en la parte detrás de la rubia; Asthor, enseriado y más pulcro que los demás, pero cómodo sobre una caja que debió ser para almacenar alimentos, frente a Fassel, más cerca del fuego; y Omai-Han, a su lado en aquel reducido espacio, éste también tiene en su sangre un antiguo linaje, pero sus rasgos se han desvanecido con el paso de las generaciones y los oscos rasgos sureños imperan en sus ojos redondos y castaños, y la papada fuerte y los brazos anchos como troncos. Renner da un vistazo hacia la rubia tras analizar la situación.
—Cosas que informarme, querrás decir. No parecen en duda sobre lo que deberíamos hacer a continuación. —Ella deja su postura cómoda y relajada en el taburete para erguirse y desviar sus ojos hacia el suelo con una sonrisa de autosuficiencia—. Vaya que has cambiado desde la boda, Lessany. Me pregunto qué dirá Kandem cuando te vea vestida así.
—“Gracias”, supongo, por salvar tu culo —espeta de regreso, haciendo que una sonrisa también se instale en sus mejillas.
—Sí eres una niña mimada y ricachona después de todo. Sólo los valores podrían comprar ese armamento —señala hacia sus excéntricas vestiduras y armas—. No tendrás una de mi talla, ¿o sí?
—Sólo si te crecen tetas —alza la copa y los hombres alrededor hacen lo mismo—. Por Mandess.
—Por Mandess —repiten los demás, con solemnidad y pesar en las palabras.
—Encontramos alrededor de cuatro mil nativos extraviados en los bosques, intentando hacer el camino a Senerys —explica ella, dando con ésta noticia un poco de aliento—. Janes los llevará a salvo a Saulí y enviaremos vehículos para transportar a Senerys a los más enfermos.
—¿Janes “El Pequeño”?
—Kasius-Janes, el mayor —corrige Omai, a su lado.
—Bien. —Asiente, porque no puede hacer más que agradecer en sus entrañas al Creador por permitir que al menos, cuatro mil de sus ciudadanos sobrevivieran a esa masacre—. Mi madre y mis hermanas… No sé por qué nos mantuvieron con vida.
—Quizá… —medita ella—. Quizá esperaban obligar a Kandem a bajar sus armas amenazando con matarte, como amenazaron con matar a los hombres que han marchado con Mant en el paso de las montañas, después de pasar por aquí allá es donde Kandem debió dirigirse.
—¿Cómo…?
—¿…te encontramos? —completa ella, siempre interrumpiendo sus preguntas, como si supiese lo que los demás están pensando todo el tiempo. Y esa sonrisa de superioridad que instala en su rostro, la altivez que ha recobrado su postura y la fuerza que desprende con ello. No sabe cómo sentirse al respecto, no sabe si tomar la fortaleza y poder que exhala esa mujer como algo bueno o como algo malo—. Tengo amigos también, ¿sabes? Viajaba por estos bosques cuando tomaron tu sede y nos alertó al llegar a Senerys.
—¿Y no hizo nada para detenerlos?
—¿Qué podría hacer un solo hombre contra cien fiat lux?
—Va bien. —La infusión exhala sus vapores olorosos y las pequeñas hiervas flotan en la superficie del frasco—. Al menos Kandem ha marchado al este por fin, ¡vaya que me costó a mí persuadirlo de ello!, pero tú fuiste la que lo ha convencido de hacerlo por fin. —Sonríe, pero ella en cambio suaviza su gesto y vuelve a enseriarse—. ¿Qué? Por ello Kandem está en el paso, ¿no? Se unirá a Mant y marcharán al este.