Luxor: Ascenso

XI. KANDEM

Tras veinte o treinta minutos de montar en silencio, Kandem retira la capa para poder observar a la mujer. Intenta buscar adjetivos para insultarla en su mente, pero la ira se ha disipado. Ella se asusta pues parecía dormida y en ese momento se acentúa lo bello de sus ojos que escudriñan el paisaje, hasta que se alzan a los suyos, entonces se dilatan en odio. Desmonta, la toma de la cintura y coloca sus pies en el suelo cubierto por la nieve, de nuevo.

Lessany se abraza el pecho ante el frío que la golpea, intenta ubicarse mirando hacia todos lados pero conoce tan poco de Senerys que no lograría saber dónde la ha llevado. Frente a ellos se alza la más grande de las estructuras de los invernaderos, con un camino de lozas negras y azuladas como hielo en una intermitencia extraña, marcadas con los sellos de los Raza Pura, los Fiat Lux. El camino lleva hasta las puertas que se deslizan a los costados para permitir el paso hacia la zona de transición al interior. Kandem la toma del mismo brazo y la presiona con fuerza, aunque sabe que le hace daño ella no se queja. La arrastra al interior, seguidos por sus hombres.

Adentro, el Templete de Sabiduría les saluda con su tibiez y verdor. Dentro de la blanca estructura del invernadero se encuentra la cúpula, no tan grande como las de las grandes sedes, pero sí hermosa, rebosante con jardineras a sus laterales exteriores, jardines ocultos, flores silvestres no natas de la región gélida, árboles enanos, helechos… Sus ojos azules se ven absorbidos ante la belleza de los colores que regresan a su vida, y el calor que la abraza, sus mejillas retoman un poco de color al instante, su piel parece brillar cuando se adentra por el túnel de la cúpula, llegando al centro, donde escuchan la prédica del Guardián y se convive compartiendo el pan y la voz para hablar y compartir sus problemas; los divanes y taburetes blancos esparcidos en un bello desorden; al centro, la tarima de prédica, el altar, bajo el agujero que permite la entrada de la luz del Sol y Luna pero, en este caso, cubierto por la superficie exterior del invernadero. En su gesto y la forma en que parece cobrar vida, Kandem sabe que ha hecho algo bien.

—Puedes venir cuando quieras —dice esa voz de tenor—, he dado órdenes de que te permitan salir con guardias y que permanezcas cuanto plazcas, siempre y cuando comas tres veces al día.

La condición es para protegerla de sí misma, para evitar que se mate de hambre, como ella ha dicho. Es mejor darle un poco de aire al fuego para que pueda respirar, sino, se extingue. Lessany se queda allí estudiando la imponente estructura, no comprende qué mira tanto, si la Cúpula de Kasttell es diez veces más imponente que ésta hermana gemela y menor.

—¿Entendido? —inquiere él. Pero ella no responde, cruza las manos en su regazo y entrecierra los ojos en su dirección, así que él solo suspira y deja caer sus pestañas con cansancio—. Aceptaré esa mirada como un “sí”. La cena es en una hora, puedes quedarte treinta minutos más, regresa a tiempo, por favor.

Espera, diez segundos, treinta, mas ella no responde. Hace una reverencia final y se marcha, necesita un baño caliente luego de la larga jornada y una buena comida, quisiera también, una mujer en su cama… Al llegar el momento de la comida la recibe con la misma cortesía con que la ha tratado en ocasiones anteriores, dispuesto a ofrecer una disculpa por su comportamiento brusco de la tarde. La música suena en el salón y los asistentes sirven los platillos frente a ellos.

—¿La pasaste bien con Enser? —inquiere él, esperando que ella haga alguna crítica al menos. Lo único que hace es dedicarle una mirada indiferente.

—Sé que Enser puede llegar a hablar demasiado, nunca te aburrirías con él —continúa. De nuevo silencio y bocado. Kandem se remueve incómodo en su asiento—. Yeli, me disculpo por cómo te traté en la tarde, Lessany, no debí ser tan brusco pero robaste mi paz cuando sólo hacía algo bueno por ti.

Ella deja su comida y mira hacia su dirección entrecerrando las pestañas, reanudando sin prestarle mayor importancia a sus palabras.

—¿No dirás nada al respecto? Estás en tu derecho de decirme que soy un... sureño bruto y bárbaro, que me falta educación para tratar a una Dama de tu clase, lo que quieras, tienes razón. ¿Lessany? —inquiere, inclinándose, pero ella igual decide ignorarle y continuar con su comida—. ¿Qué es esto? ¿No vas a hablarme? —Silencio de parte de ella—. ¡Increíble! Hace días no te callabas la boca reprochándome y juzgándome, ¿ahora no dirás nada? ¡Bien! ¡Como quieras! —espeta ya exasperado por el silencio.

Así transcurren las comidas los siguientes tres días, sin que Kandem sepa que ella se lo propuso desde el momento en que él se atrevió a ponerle un dedo encima: un voto de silencio. No se ven de otra manera que sea con alimentos de por medio, él nunca asiste a los servicios del Templete, ni la visita en las estancias; a ella poco parece importarle teniendo a sus asistentes Mars y Kaeli haciéndole compañía grata, y la señora Keridia que se ha repuesto de sus males e integrado a sus labores comunes. Todo ese silencio e indiferencia lo está volviendo loco, en especial durante los quince minutos de digestivo al final de la comida, tiempo que con otros invitados se emplearía en una conversación animada. Enser, Renner, su Consejo, todos le dicen que debe tener paciencia y que confíe en esos hilos invisibles que se mueven para con todos, pero se le acaba el tiempo. Y la paciencia, con ella siempre es la paciencia.

Habrá invitados esa noche y espera que ella no lo arruine. Mant de Bernon es su Segundo Hombre, hermano de armas y consejero militar; un hombre veinte años mayor que él con la fisonomía de un toro, la astucia de un cuervo y la delicadeza de una dama en cuanto a modales se refiere, porta una característica trenza larga y rojiza de la que cuelgan garras de osos y lobos, lonei o “amuletos” en el dialecto Berní. Esa noche es importante, ya que Mant ha terminado su campaña de reclutamiento por algunas sedes menores y marchará al día siguiente hacia las tierras hermanas de Anerys, para supervisar las ordenes de producción y la movilización de la misma, y de los hombres para integrarse a los ejércitos del este.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.