La noche era fría y oscura por la ausencia de la luna mientras Aryon Domenicous rebuscaba por millonesima vez en la gran biblioteca una respuesta a sus problemas.
Nuevamente no conseguía nada, su poder destrozó la mayor parte de la estancia por la frustración.
Libros y hojas terminaron hechos trizas a medida que Aryon no encontraba nada, que le explicará un porqué.
Una cura, una solución a todos sus problemas, que eran muchos.
Al fin, luego de horas y horas el Duque se dió por vencido y decidió largarse.
Se sentía muy cansado, era consciente de las oscuras bolsas bajo sus ojos, pero ni aunque lo intentara podría dormir en paz.
Cada que intentaba cerrar los ojos la inquietud le asaltaba, no le quedaba mucho tiempo, de eso estaba seguro y por ello no podía detener la búsqueda.
Había tomado muchas decisiones apuradas y tenía que resolverlas como fuera. Había que separar a los demás reinos y por eso había encargado a Héctor para ello.
Está mañana había recibido la noticia de que todo iba en marcha, Héctor había saqueado algunos barcos de la corte Hydra y asesinado a todos sus tripulantes como si la mismísima reina de Gliese lo hubiese echo.
Solo era cuestión de tiempo para que la reina Carlis respondiera ante la amenaza, y si no lo hacía seguramente la desaparición de su heredero bastaría para que destruyese Gliese por completo.
El cuervo apareció en las puertas de la biblioteca cuando el Duque se proponía salir, ambos se vieron al mismo tiempo pero con un solo movimiento de su mano el espectro desapareció.
El Duque salió al pasillo y se propuso ir a sus aposentos para intentar descansar, pero a penas dar un paso nuevamente el cuervo se interpuso en su camino.
Su subconsciente estaba jugando con el, recordándole lo que tenía que hacer. Otra vez ondeo su mano pero el espectro no se marchó, si no que voló para posarse en su hombro, Aryon resopló molesto pero obedeció cambiando su ruta.
Se dirigió al Ala norte de la fortaleza, a media que se iba acercando más pesado y frío se sentía. Aunque venía casi todos los días eso no evitaba la sensación de incomodidad al pasar al lado de la puerta de los aposentos de su padre.
Había prohibido la entrada a esta ala de la fortaleza a penas su padre había muerto, ni el mismo había sido capaz de entrar en esa habitación desde que su padre dió su último respiro.
Pero lo que le esperaba más allá del pasillo era lo que le interesaba, las enormes puertas abovedadas se burlaron nuevamente al permanecer selladas, ya ni siquiera intentaba abrirlas con la fuerza de su poder, pues sabia que no se abrirían con nada mas que con la misma presencia de su padre.
Era curioso recordar a su padre como el hombre que extinguió una raza entera de brujas, el que aborrecía la magia de aquellas mujeres más que a nada y que sea el mismo hombre que utilizo esa misma magia con tanta frecuencia.
Con el peso de la historia en sus hombros y la sombra del cuervo como único compañero, Aryon avanzó por el pasillo. La luz de las antorchas parpadeaba, como si titubearan ante la oscuridad que se cernía sobre el ala Norte. Al llegar frente a las puertas abovedadas, Aryon extendió su mano, no para forzarlas, sino en un gesto de súplica.
—Padre— susurró —Necesito tu sabiduría.
El silencio fue su única respuesta, pero no se rindió. Cerró los ojos y se concentró, buscando en lo más profundo de su ser la conexión perdida con el hombre que había sido su mentor y su tormento.
Y entonces, sucedió. Una brisa fría recorrió el pasillo, y las puertas se entreabrieron con un quejido. Aryon abrió los ojos, sorprendido, pero la bóveda seguía cerrada, con duda se dió la vuelta encontrando las puertas que mas temía abiertas.
Aryon dejó a un lado los recuerdos y se puso en marcha hacia la habitación de su padre.
Dentro, la habitación estaba tal como la recordaba, intacta desde la muerte de su padre. Pero algo había cambiado; un objeto brillaba con una luz tenue dentro de uno de los cajones abiertos del escritorio de roble macizo. Era un amuleto, uno que nunca había visto antes, pero que reconocía por las historias que le contaban de niño. El Amuleto de Aelius, la clave para controlar la magia prohibida que su padre tanto despreciaba.
Aryon lo tomó entre sus manos, sintiendo su poder vibrar contra su piel.
<<¿Es esto lo que buscaba?>> se preguntó. El cuervo graznó, como si respondiera a su pregunta.
Con el amuleto en su poder, Aryon sabía que tenía una decisión que tomar. Podría usarlo para fortalecer su reino y enfrentar a sus enemigos, o buscar una forma de deshacer el daño que su linaje había causado. El peso de la corona nunca había sido tan pesado, y en ese momento, comprendió la verdadera carga de ser rey.
El cuervo voló hacia la ventana, y Aryon lo siguió con la mirada.
—La noche aún es joven, y mi destino aún no está escrito— murmuró. Con el amuleto en su bolsillo y la determinación ardiendo en su pecho, el Duque sabía que la próxima jugada cambiaría el curso de la historia. Y así, con el espectro de su padre observando desde las sombras, Aryon Domenicous se preparó para enfrentar su futuro.
Aryon iba nuevamente en camino a su habitación cuando el bullicio lo distrajo, un grupo de sanadores entraban y salían de la habitación de la reina Viktoria, algo le sucedía a la reina esperó para saber el que.
En cambio volvió a cambiar de rumbo, en busca de la portadora de desgracias.
La mujer estaba tan profundamente dormida que no sintió la presencia de Aryon hasta que este la sacó a rastras de su cama.
Tauris Alexiou aún no procesaba lo que sucedía. Había tenido una noche intranquila, en realidad era el sueño que había tenido, era nada y todo a la vez.
Estaba en todos los lugares y en ninguno, era Selenne pero también era ella. Había pasado la noche viendo su rostro, espacios en blanco, bosques oscuros, cuervos y niños, incluso tuvo fracciones de sus propios sueños revueltos pues vió el inconfundible y bello rostro de su madre.
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Editado: 10.09.2024