—Por favor, que todo el mundo se aparte de la orilla.
Uno de los hombres que se encontraban en el barco de salvamento se dirigió a la multitud que se aglomeraba en la orilla. Habían logrado acceder al lugar donde la madre había asegurado que había perdido de vista a su hijo, justo donde me había parecido ver a alguien.
Mientras tanto, las olas seguían rompiéndose con fuerza contra la orilla y una fina lluvia empezó a caer sobre todos los que estábamos allí presentes. Detrás de mí, oí un portazo y al girarme, vi que la ambulancia acababa de llegar. Rápidamente, la gente se apartó para no entorpecer el trabajo de los paramédicos.
—¡Apártense!—exclamó uno de ellos mientras se dirigían a la orilla con una pequeña camilla.
Ane me cogió de la mano mientras retrocedíamos unos pasos y yo la miré a la cara. Parecía que la sangre había abandonado su rostro. Estaba pálida y le temblaban las manos.
A lo lejos, observé que habían llegado el saliente de rocas que había señalado la madre del niño. En menos de un minuto, la embarcación de rescate volvió a la orilla y los paramédicos se preparaban para comprobar el estado del niño.
—Todo el mundo atrás, por favor—pidió uno de ellos.
El círculo de personas se dispersó y a pesar de que Ane y yo nos encontrábamos a una distancia considerable, sentía que mis pies estaban anclados en la arena.
—No puedo seguir mirando—la voz de Ane se rompió. También lo hizo mi corazón.
Los segundos se convirtieron en horas y el tiempo se detuvo a nuestro alrededor cuando un paramédico salió de la lancha con un pequeño cuerpo entre sus brazos.
Cuatro minutos.
El periodo de tiempo vital el rescate por ahogamiento hasta la práctica de la reanimación cardiopulmonar con el empleo de un desfibrilador.
La lluvia comenzó a caer con más fuerza mientras uno de ellos evaluaba la consciencia y la respiración del niño para comprobar si se encontraba en parada cardiorrespiratoria y al no obtener respuesta, aplicó las maniobras de reanimación cardiopulmonar para mantener oxigenado su cerebro.
—¡Necesito toda la asistencia posible!—ordenó colocándolo con sumo cuidado en el suelo—.No responde.
En ese instante, comenzaron las maniobras, provocando estímulos sensitivos para observar si reaccionaba, pero como no lo hacía, extendieron su cuello para tratar de abrir sus vías aéreas y acercaron la oreja a su nariz y pecho.
Seguían sin obtener una respuesta. Realizaron las ventilaciones boca a boca y las compresiones en el centro del pecho y en el esternón con las dos manos. La lluvia golpeando la arena y las olas del mar eran los únicos sonidos que llegaban a mis oídos.
Los rizos dorados del niño se posaban sobre su frente. Su cara y su cuerpo estaban pálidos y bajo las fuertes manos de aquel hombre, parecía frágil.
—¡Activad el código de emergencia!—lo levantó en brazos y lo colocó en la camilla.
Colocaron sobre su cuerpo una manta térmica de emergencia, lo introdujeron rápidamente en la ambulancia y cerraron las puertas tras ellos. La madre, en estado de shock, había permanecido aferrada a una paramédica que debía de tener más o menos nuestra edad a pocos metros de su hijo. Cuando trató de levantarla para seguir a la ambulancia, llegó a su límite y se desvaneció entre los brazos de la chica, por lo que dos compañeros acudieron a su ayuda, cargándola con cuidado e introduciéndola en otra ambulancia que la llevaría con su hijo.
Fue entonces cuando el tiempo pareció volver a fluir y los murmullos empezaron a mezclarse con el sonido de la lluvia.
—Espero que sobreviva—susurraban algunos mientras comenzaban a alejarse.
—No puedo ni imaginarme el dolor de esa madre—se quejaban.
Intenté decir algo, pero de mi garganta no salió ningún sonido. Nunca había vivido nada parecido y lo que inicialmente iba a ser un día divertido acababa de terminar de la peor manera posible. Deseé que esa historia tuviera un final feliz. Deseé que alguien escuchara las plegarias de aquella madre.
—Creo que no me encuentro muy bien—susurró Ane a mi lado—. Será mejor que recojamos nuestras cosas antes de que la lluvia lo ensucie todo.
—Sí...—fue todo lo que alcancé a decir.
Nos dirigimos al lugar en la pequeña cala donde habíamos dejado nuestras cosas y comenzamos a recogerlas. A lo lejos, observé que las nubes adquirían un tono oscuro, pronosticando una tormenta que amenazaba con caer en cualquier momento, por lo que nos dimos prisa para llegar a su coche cuanto antes.
Durante el trayecto de vuelta a casa no hablamos mucho, pues aquella desagradable situación nos había pasado factura a las dos y cuando Ane aparcó en mi puerta, el coche de mi madre ya no estaba, por lo que cuando ella me dejara allí, me quedaría sola.
El trabajo en la oficina estaba consumiéndola y durante el último mes, lo había hecho como nunca antes. Sólo volvía a casa para dormir.
—Parece que nuestro gran día ha acabado—intentó sonreír—, pero todavía nos quedan muchos días por delante.
—Sí—me tragué el nudo que tenía en la garganta—.Me voy antes de que empiece a llover más fuerte—miré a sus ojos castaños, que reflejaban cómo se sentía realmente—me acerqué a ella y la abracé—.Avísame cuando llegues a casa.