Para muchos será la típica historia donde todos saben el desenlace de ésta misma, dónde ya los resultados finales se conocen desde el inicio; pero en la realidad, solo puedo definirlo como un milagro.
Todo creímos que la habíamos perdido, que su batalla contra la vida había expirado. Pero este es el momento donde ponemos pausa a la triste escena de ésta película llamada vida y corremos muchos capítulos después.
Una Isabella ya recuperada me sonríe esperándome en la puerta de nuestra casa, y no puedo agradecerle más a la vida que por tenerla conmigo aún.
— Señorita Adeline Kepler ¿Acaso no ves la hora que es? – Pone sus brazos en jarra y me señala el reloj invisible de su muñeca. — Llegas diez minutos tarde.
A pesar de lo seria y autoritaria de su expresión, se que en el fondo se impide a ella misma correr a abrazarme. Sí, así es ella. Así es mí madre.
— Y para la siguiente serán quince, madrecita querida. – le sonrío con un guiño y paso por su lado para adentrarme en mí hogar — a ver, mamá, ya no soy una niña. Puedes estar tranquila en que sé cuidarme.
Y sí, la pequeña Adeline había crecido y ahora se había convertido en una mini versión de su madre.
— Sé que puedes cuidarte, pero debes ser consciente que en ésta casa hay reglas y si te digo, llegas a las diez pues ¿Que crees? A las diez te quiero en tu cama. Dormida.
Isabella nunca fue esas madres sobreprotectoras y agobiantes, pues al ser madre a temprana edad la ayudó a entender que cohibirla de hacer las cosas solo la llevarían a querer hacerlo aún más.
— Está bien mamá. – me acerco a ella y la tomo de sus mejillas. — No volveré a llegar tarde ¿Ok?
Su rostro contraído tratando de ocultar una sonrisa me llena de ternura y felicidad. A su lado fácilmente podríamos pasar por hermanas, por lo que me siento realmente afortunada de tenerla como madre.
— ¿En que momento creciste, mí pequeña Adeline? – Su mano acaricia mí mejilla y me dan un suave beso en mí frente.
— Bueno. – Río levemente y la tomo de su mano para conducirla a los dormitorios. — Estoy segura de que estás muy cansada así que; entra, con papá, acuéstate y descansa. Yo también me iré a dormir.
— Espera un segundo cariño, debo decirte algo antes de dormir. – Una pequeña sonrisa nerviosa se asoma en sus labios y sus ojos evitan el contacto con los míos.
— Espera, mamá... – una idea horrorosa cruza por mí cabeza. — No estás embarazada ¿O si?, Sabes que no puedes tener más hijos. ¡Dios... LE DIJE A PAPÁ QUE...!
— ¡ADELINE! Déjame hablar, por favor. – hasta el momento no me había percatado que había comenzado a andar en círculos. — No es nada de eso, y créeme no yendo en mente más hijos.
— Entonces, ¿Que es? Dime mujer que me estás matando de intriga, además si estoy un poco cansada – digo en medio de bostezos.
— pensándolo bien, ve a descansar. – suelta un pequeño suspiro y sonríe en modo de despedida — lo hablaremos mañana con tu padre y con mucha más calma.
— ¿Estás segura? Podemos hablarlo ahora sí así lo quieres.
— No, está bien. – me sonríe y besa suavemente lo cabeza — Descansa, mí niña.
El cansancio que traía acumulado en mí espalda solo hizo como un peso más para sumirme en mis más profundos sueños.
Esa noche soñé con mis amigos, con los que planeé todas mis locuras y nuestros logros. Pero para mí desgracia, la vida quería que solo fuera un sueño.
A la mañana siguiente despierto y la casa estaba en completa revolución, mí padre se movía de aquí allá llevando y trayendo cajas.
— ¿Y esas cajas papá?– digo al encontralo en el pasillo mientras iba de camino a su oficina
— Trabajo, princesa. Mucho trabajo. – Me sonríe y continua su camina mientras yo me dirijo al baño.
En la cocina mí madre preparaba el desayuno junto a su música preferida, sus caderas se movían de lado a lado mientras cortaba una cebolla y sencillamente no puedo creer que después de todo, de verdad la tenga aquí conmigo.
Mí padre entra y tras darle un cálido beso en su cabeza se sienta en el comedor mientras me mira y sonríe.
— ¿Alguna vez te he dicho que eres tan parecida a tu madre?.
— Si papá, – le sonrió y me siento en su regazo. — Miles y miles, y miles de veces.
— pues te lo diré mil y mil, y mil y una vez más — mueve mis mejillas como si fueran goma — Eres muy parecida a tu madre.
Todos nos sentamos a comer tranquilamente, entre charla y charla, entre risa y risa; ambiente sereno como siempre.
— A propósito, – digo después de pasar el bocado que tenía en mí boca – ¿Sobre que querías hablar conmigo, mamá? Te note muy ansiosa.
Mí padre y mí madre se miran y nuevamente, un extraño retorcijon se hace presente en mí vientre a causa de los nervios.
— Pues tu abuelo abrirá una nueva sucursal de su empresa en otro estado.
— ¿En serio?. Eso es genial. – un alivio se siente en mí pecho y una risa nerviosa brota de mí garganta. — Estoy muy feliz...
— Nos pidió a nosotros para supervisar el proyecto.
—¿Qué? No. – mis ojos se abren debido a la sorpresa y a lo que suponía ésto — No, no y no. No me quiero ir de aquí.
— Es una gran oportunidad para todos nosotros, para ti igual. – por primera vez mí padre se hace notar en la conversación. — Es difícil, lo sé. Pero de todo esto podrían salir cosas extremadamente buenas. Por ejemplo, yo conocí a tu madre cuando tuve que mudarme de ciudad por trabajo de tus abuelos.
— No, es diferente – puedo sentir como mis cejas están tan fruncidas al punto de querer rozarse. — Yo no quiero conocer a nadie. Mis amigos están aquí, mí vida está aquí. Lo que quiero está aquí.
— Te diré lo mismo que me dijo tu abuela cuando pasamos por la misma situación en la que estamos ahora. "La vida no está dónde la comiences a hacer, la vida va contigo a dónde quiera que vayas, así mismo tus sueños, metas y triunfos." Será difícil pero no será tan malo como piensas. Solo tomate el tiempo en conocer las ventajas de ésto.