Luz oscura

12. Bailando con el diablo — Parte III

Noah aún era joven. Había tenido una vida de mierda, sí, pero eso no significaba que hubiesen pasado pocos años desde el día en que vino al mundo. Desde el día en que la inútil de su madre se abrió de piernas como tanto sabía hacer y lo expulsó como un paquete por el que no se tiene interés al frío y duro mundo. No lo recuerda, pero está seguro que la sonrisa del doctor que lo acobijó en aquel momento era más grande que la de la mujer que lo parió.

Su vida había sido corta y de mierda. Pero creía en ese estúpido dicho que reza “mientras haya vida, hay esperanza”, por lo que cuando aquel enorme y amenazante hombre de dos metros lo giró hacia Teresa y lo sostuvo firmemente del cuello, lo asustó la idea de que en su tumba quedara grabado el epitafio “Noah Bates, odiado y no-extrañado hijo” para siempre.

—Cuéntame, Teresa, ¿qué ha sido de tu vida? —El enano llamado Mario habló—. ¿Qué haces en una fiesta tan bonita como esta?

Noah vio por el rabillo del ojo a la parejita que habían sorprendido adelantándose San Valentín contra el árbol y confirmó que la rubia sexy ya no estaba. Sólo quedaba el nuevo jefecito de Industrias Exodus, el cual observaba todo muy atentamente pero sin emitir palabra.

—¿Acaso te importa? —bramó Teresa.

—Ah, vamos. ¿Me reencuentro con mi dulce hermanita luego de seis años y así es como me recibes? Aunque, bueno, no debería sorprenderme, teniendo en cuenta que fuiste tú la que me abandonó aquel día en Colombia. —Su expresión risueña mutó a retorcida diversión—. Trabajas para Scuro Luce, ¿verdad? Te has unido a esa pila de muertos de hambre desesperados. Estoy bastante decepcionado de ti, Teresita.

Teresa le lanzó una mirada a Noah, quien se encontraba totalmente inmovilizado por aquel mastodonte. Entonces, una tercera voz la sorprendió.

—¿Ella es de Scuro Luce? —Lucian Sabbatini, adelantándose hasta quedar junto a Mario, la observaba con los labios entreabiertos como si fuera un animal exótico en exposición.

—Eso parece. —Mario sonrió—. Teresa Quiroga, mi dulce hermana menor, convertida en toda una mafiosa. —Se dio media vuelta—. Y ese muchachito junto a ella, el que tiene Tifón, seguramente sea un compañero suyo. ¿Cómo te llamas, chico?

—Mi nombre no importa, señor, pero le aseguro que es mucho más bonito que el suyo —replicó, socarrón, y luego gruñó por lo bajo al sentir que el matón acentuaba la presión en su cuello.

—Tranquilo, Tifón. —Mario alzó una mano y se giró hacia Teresa nuevamente—. Rebelde el niño, ¿dónde lo conseguiste?

En cuanto Lucian le dedicó una sonrisa carente de buenas intenciones y desapareció de la reunión, Teresa supo que era momento de actuar. Ya no le quedaba tiempo, debía huir sí o sí. Con un movimiento ágil, retiró una de las cuchillas largas que llevaba ocultas bajo el vestido y, girando a Mario, lo inmovilizó y depositó el arma sobre su garganta.

—Suelta a Noah y te dejaré ir —murmuró a su oído, mirando al matón a los ojos.

Mario rió (como pudo).

—Conque te llamas Noah, ¿eh? —dijo, viendo al espía—. Tenías razón, muchacho, es más bonito que el mío.

—Suéltalo, Mario.

—Teresa, ¿de verdad piensas que yo no sé que eres incapaz de matar a tu hermano? Si pudieses hacerlo lo habrías hecho hace seis años. Pero no, me perdonaste la vida. Y ese fue uno de tus más grandes errores.

Teresa apretó los dientes y alternó la mirada entre Noah y el matón varias veces, cada vez más agitada. La mano que sostenía la cuchilla sobre el cuello de Mario temblaba ligeramente, y eso sólo aumentaba su nerviosismo. No iba a ceder. Y aunque fuera capaz de matarlo y lo hiciera, Noah moriría por igual. Apenas bastaba un poco más de presión sobre su cuello y se lo quebraría como si de un mondadientes se tratase. Era tan delgado y escuálido… No tenía chances frente al gigante corpulento que lo mantenía apresado. Teresa vio sus ojos color miel, jóvenes y siempre risueños, ahora atemorizados, suplicándole en silencio, y fue como si reviviera los sucesos de hace seis años.

Le fallaría a una persona que confiaba en ella. Otra vez.

Las dudas se extinguieron cuando vio más allá de Noah que atravesaban la puerta del jardín varios guardias de seguridad, armados. Al parecer él supo leer sus intenciones en su mirada y por primera vez intentó zafarse de Tifón desesperadamente.



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En el texto hay: mafia, amor y traicion, nueva york

Editado: 25.09.2018

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