El reloj digital del auto de Ángela marcó las 11:05 am. Tal y como habían pactado con anterioridad, ese día debían ir a la empresa para que Nero firmara el contrato definitivo y así comenzara a recibir su sueldo por trabajar como guardaespaldas.
—Ah, esto de no tener que trabajar como chofer a tiempo completo es agradable.
Ángela vio por el rabillo del ojo cómo Nero se acomodaba a lo largo y ancho del asiento de copiloto con una ligera sonrisa dibujada en los labios. Era agradable presenciarlo así: siendo natural, sin ironías ni constantes intentos por hacerla enojar. A pesar de que ese día temprano la había hecho esperar quince minutos fuera de su puerta, crispándole los nervios que para nada le sobraban un lunes a las siete de la mañana, Nero estaba de muy buen humor. Además de todo, el sol brillaba en lo alto, ya eran las once, iban de camino a la empresa y había obtenido una de las mejores calificaciones de la clase en su último examen de Economía Internacional.
Dejando atrás el desastroso fin de semana que había atravesado, hoy iba a ser un buen día.
—¿Las anteriores personas para las que trabajaste te obligaban además de protegerlas a llevarlas a todas partes?
—¿Eh? —Nero la miró, sorprendido—. Ah, sí. Lo hacían.
Le sonrió, fingiendo estar cargado de confianza, pero no logró convencer a Ángela.
—Esta es tu primera vez siendo guardaespaldas, ¿verdad? —adivinó, riendo.
Ante su fracaso absoluto pretendiendo fingir que sabía lo que hacía, Nero decidió no poner más excusas para no complicar la situación. Después de todo, a Ángela parecía no importarle; se estaba riendo y apenas había sacado los ojos de la avenida.
—Me atrapaste, linda. —Alzó las manos en señal de derrota—. Puedes arrestarme —bromeó.
—Por mí está bien, qué va. —Hizo un ademán, restándole importancia—. Aunque… —Frunció el ceño—. Mi padre siempre ha sido muy riguroso con estas cosas. Qué extraño que hayas obtenido el trabajo teniendo un currículum vacío.
Nero enfocó todas sus neuronas en recordar su CV falso, alcanzando los límites de lo humanamente posible.
—Bueno, ya sabes —murmuró, cambiando de posición en el asiento para fingir confianza y seguridad—. No he trabajado como guardaespaldas en sí, pero he hecho otros trabajos menores.
—¿Como por ejem-...? —Se interrumpió a sí misma al notar la canción que comenzaba en la radio—. ¡Oh! ¡Los amo, Love Live[1]! —exclamó al aparato, lanzándole besos imaginarios—. Nada como una canción de Poets of the Fall a estas horas de la mañana. En fin, como decía… —Carraspeó la garganta—. ¿Qué trabajos has hecho, Nero?
«Maldita seas tú y tu curiosidad, Ángela», pensó. Pero en realidad por poco le besaba los pies: acababa de decir la palabra clave de su currículum falso.
—Pues, veo que los conoces. A Poets of the Fall.
La joven iba siguiendo el ritmo de la guitarra, golpeteando el volante con las manos.
—Sí, ¿por qué?
—Fui el jefe de seguridad del concierto que dieron en Portland hace tres años.
Gracias a Dios acababan de parar en un semáforo colorado, porque Ángela detuvo su acompañamiento musical para impactar sus manos sobre el volante y se giró casi completamente hacia él, con los ojos bien abiertos.
—¡No te lo creo! —exclamó, entre sorprendida y emocionada.
Nero frunció el ceño.
—¿Qué? ¿Tú fuiste?
—¡Sí! Quiero decir, Poets of the Fall es de mis bandas favoritas. No me pierdo un solo concierto que den aquí, en Estados Unidos. —Entonces su boca se abrió mientras movía los ojos hacia todos lados—. ¡Mira si nos cruzamos allí! —Rió—. El mundo es un pañuelo, eh.
Muy contraria a la emoción de Ángela, todo el buen humor de Nero se había esfumado como humo al viento. Por otro lado, también, le generaba sentimientos encontrados el hecho de que le estuviese alimentando una mera ilusión basada en mentiras.
—Sí, es mucha coincidencia —apoyó, haciendo un enorme esfuerzo por reír—. Pero ahora por favor no empieces con todo el rollo del destino y de “¡estábamos destinados a conocernos!”.