Ángela realmente había considerado la idea de sumirse en una melancolía absoluta más seguido para así Nero dejaba de comportarse como un auténtico idiota. Esos días en los que ella había seguido muy afectada por los sucesos del lunes, su guardaespaldas había sido, bueno, un guardaespaldas. Al menos uno atento. No es como si la hubiese ayudado a recostarse y le hubiese preparado sopa, pero la había tratado bien y de tanto en tanto le preguntaba cómo se sentía.
La verdad, no le molestaría que Nero fuera así más seguido.
Sin embargo, seguía estando el asunto de la fiesta. Luego de encontrarse a Lucian en la empresa, y de invitarlo al cumpleaños de su compañera de la universidad, no habían vuelto a hablar hasta el jueves, cuando él la llamó preguntándole dónde iba a ser la celebración. Dubitativa, le dijo que no sabía si al final iría, pero entonces Nero le colocó expresión de «¿me estás jodiendo?», le arrebató el celular de las manos y le pasó a Lucian la dirección.
Luego, comenzó un arduo y prolongado proceso de convencimiento.
Tras muchos «vamos, Ángela, será divertido», decenas de «algo tiene que sacarte esta depresión que llevas encima», y cientos de sonrisas compradoras, Ángela ya estaba a punto de ceder. Y entonces, el puchero absolutamente tentador y adorable por partes iguales que Nero le había dedicado el día anterior fue la guinda del postre.
¿Desde cuándo el maldito de Nero tenía tanto poder sobre ella?
Al parecer ni siquiera luego de haber aceptado confiaba en su palabra, ya que a las ocho de la noche (siendo que la fiesta comenzaba a las diez) lo tenía tocando a su puerta perfectamente arreglado. Él llevaba una camisa celeste, jeans oscuros y botas tejanas. Ella, por otro lado…
—¿Qué es esa bata? ¿Ni siquiera te has sacado la toalla de la cabeza? ¡¿Qué esperas, Borgia?! ¡Faltan sólo dos horas!
Ángela bufó. Ni Scarlett era tan molesta en cuestiones de moda, y eso ya era decir mucho.
—Llegas temprano, Nero. —Con una sonrisa forzada, lo dejó pasar y fue hasta su dormitorio—. ¿Qué pasa? ¿Viniste a comprobar que no estuviese encerrada en el baño llorando o algo así?
—Siendo sincero, sí, es eso. —Se acercó a la cama y pasó los dedos sobre el borde de la prenda que yacía extendida allí—. ¿Usarás esto?
—Sí. —Se cruzó de brazos—. Y realmente tenía intenciones de cambiarme, así que, por favor, ¿podrías esperar pacientemente en el living?
Nero observó el vestido, luego a Ángela, luego de nuevo al vestido, y sus labios se curvaron en una extraña sonrisa.
—No te tardes, princesa —murmuró, socarrón, yendo hacia la puerta—, muero por verte con eso puesto.
La joven Borgia rodó los ojos y, en la privacidad de su habitación, se quitó la bata y se vistió. Para la fiesta había optado por un vestido completamente blanco, corto y escotado, de manga larga y falda suelta. En la cintura había decidido decorarlo con un delgado cinto marrón. Era bastante simple, a decir verdad, pero tenía este detalle de los hombros descubiertos que le encantaba. Para los pies había elegido unos tacones aguja sobrios, clásicos, color natural. Luego, procedió a arreglarse el largo cabello oscuro y a maquillarse.
El reloj daba las nueve menos diez cuando Ángela salió de su habitación totalmente lista. Tomó sus cosas de la mesa y se dirigió hacia Nero, quien estaba sentado en el sofá cruzado de piernas, con la televisión encendida. Al oírla salir, su atención se redirigió hacia ella y no le sacó los ojos de encima ni por casualidad. Aunque lo curioso (e inquietante) era que a Ángela, al contrario de fastidiarle o incomodarle, la verdad era que le gustaba.
—Vaya, vaya —dijo Nero, incorporándose—, quién diría que esta es la misma niña que días atrás me recibió con ojeras y la peluca de Cruella De Vil puesta.
—¿Niña? —inquirió, alzando las cejas, y comenzó a caminar hacia la salida con una pequeña sonrisa altiva en los labios—. Ya quisieras que fuera una niña.
Escuchó a Nero soltar una risilla a sus espaldas.
—La verdad que sí. Sería menos peligroso.
(&)
—¡Angie!
Por sobre la música ensordecedora de la fiesta, Ángela escuchó una voz masculina llamándola a los gritos literalmente en su oído. Al girarse, comprobó que se trataba de Lucian. Una sonrisa deslumbrante se extendió en su rostro y se acercó a abrazarlo. Entonces, mientras permanecía allí rodeando su cuello con ambos brazos, vio que detrás de él estaba Scarlett pidiendo un trago en la barra. Como si hubiese advertido su presencia, se giró hacia ella y conectaron miradas durante apenas unos segundos antes de que Ángela se separara de Lucian.