Ese día llovía. Los primeros chaparrones habían comenzado a tempranas horas de la madrugada hasta el mediodía, momento en el cual se desató la verdadera tormenta. El sol no alcanzaba a colar ni el más mínimo vestigio de su luz entre las densas y oscuras nubes grises que encapotaban el cielo neoyorquino, iluminadas como flashes de tanto en tanto por los relámpagos. El viento azotaba y el Río Hudson rugía furioso. Para las dos, tres de la tarde, la tempestad había amainado, y en su lugar caía ahora una fina y relajada cascada de pequeñas gotas de lluvia, alterada de tanto en tanto por repentinas ráfagas de aire húmedo y frío.
Nino le dio un lento sorbo a su taza de café, mientras escudriñaba con precisión de águila los detalles del informe frente a sus ojos. Al terminar de leerlo, rápidamente lo firmó sobre la línea punteada al final de la hoja y procedió con el siguiente. Pese a lo tedioso y abrumador que pudiera llegar a parecer, la realidad era que el trabajo de oficina no le molestaba en absoluto. Su carácter era de por sí tranquilo y apacible, por lo que sentarse en su oficina cuidadosa y sobriamente decorada, con un café humeante a mano y la lluvia repiqueteando a sus espaldas como única compañía sonora, le parecía fantástico. Él ya era un hombre grande, más cerca de la recta final que del punto de partida; ¿qué más podía pedir?
Como si el universo se estuviese empeñando en retrucar descaradamente sus pensamientos, tres golpes sonaron a su puerta y César Sabbatini ingresó a la oficina. Nino se incorporó de inmediato al advertir el semblante sombrío de su compañero.
—César, ¿qué es lo que sucede?
Sabbatini se limitó a tomar el control remoto y prender la televisión anclada a la pared.
—Estaban hablando de nosotros en un noticiero local, como es costumbre últimamente; por ello no le daba mucha importancia —explicó, mientras buscaba el canal—. Hasta que vi esto.
Nino tragó saliva. El titular de la noticia rezaba «La opinión pública en torno a Industrias Exodus recrudece», mientras que la mujer conductora del programa informaba con voz firme y sin piedad.
—El escándalo que gira en torno a Industrias Exodus desde la gran fiesta que dieron hace una semana y media sigue en boca de todo el mundo —decía—. Aquella noche, en la cual un misterioso video fue proyectado, sembró la incertidumbre y las sospechas entre la sociedad. Esta empresa farmacéutica, líder en el país y una de las más importantes a nivel mundial, ¿realmente ayuda más de lo que destruye? La opinión pública se encuentra profundamente dividida. Según encuestas realizadas a nuestros televidentes, el 38% se encuentra a favor de Industrias Exodus mientras que el 62% opina que se los debería investigar más a fondo.
En la esquina superior izquierda de la pantalla la gente era invitada a opinar mediante el hashtag “#IEEscándalo”. De este modo, y paralelo al monólogo de la mujer, en la leyenda se iban sucediendo los tweets de diferentes personas.
“@Jim_Morrison: no confío. Ese video fue demasiado sospechoso. Que alguien haga algo!! #IEEscándalo”.
“@ThePirate1332: estos tipos llegaron al país y en cuestión de unos cuantos años se hicieron con todo. ¿Es eso posible legalmente? #IEEscándalo”.
“@Chelsey_255: cansada de la impunidad que los poderosos tienen en este país! Esto no puede seguir así! #IEEscándalo”.
Nino Borgia se desajustó un poco la corbata y volvió a sentarse, mientras César hacía lo propio en otra silla.
—Las malditas redes sociales le dan a la gente la falsa ilusión de que pueden hablar de lo que quieran como quieran —masculló Nino, golpeteando los dedos contra su escritorio, nervioso.
—Vamos a tener que pensar en algo rápido y efectivo para calmar la opinión pública. No sólo el Concejo, sino que también los hilos en el Senado comienzan a moverse en nuestra contra. Incluso la protección con la que contábamos del Departamento de Policía está flaqueando.
—¿Hablaste con Banks?
—Sí, esta mañana. Al parecer Bratton está empecinado en asignarle tiempo completo a la investigación de nuestra empresa: su gente de Información y Tecnología, los de Inteligencia… Los tiene a todos trabajando en el caso. Banks nada puede hacer en el Departamento Administrativo, así que intenta controlar la situación entre sus subordinados. Pero Bratton lo está presionando.
—¿La actitud de Bratton tendrá que ver con De Blasio?
—Bueno… —César sonrió—. El querido alcalde de nuestra ciudad es un patriótico demócrata, y jamás le caímos en gracia. Así que no me extrañaría. Después de todo, de no ser por De Blasio, Bratton jamás estaría donde está.