Luz y Resplandor

Capitulo 3: Llamados del bosque

Había pasado un mes desde que el abuelo había muerto, había sido un infarto, el señor Raúl lo había encontrado y había tratado de llevarlo al hospital, pero era demasiado tarde, el abuelo, aunque era un poco taciturno era querido por la gente del pueblo, cada que podía estaba ayudándolos en lo que pudiera, se había caracterizado por ser muy bondadoso.

El abuelo Ulises, fue un carpintero que me adopto cuando yo tenía nueve años, nunca había conocido a mis padres porque me habían abandonado en las puertas de una iglesia donde la familia Ruiz me adopto.

Cuando tuve edad suficiente para levantar una escoba me pusieron ha realizar todos los quehaceres de la casa, a mis siete años ya debía saber exactamente como mantener impecable una casa y los mejores días era cuando solo recibía tres golpes.

La familia Ruiz, se conformaba por el Señor Carlos y la señora Sara quienes para sus vecinos eran un amor, para mi fueron una pesadilla, eran una pareja joven, Sara siempre estaba luchando por tener hijos y creo que por esa razón me odiaba porque yo no pertenecía completamente a ella, Carlos, aunque no decía mucho a veces se lo reprochaba.

Un día me levante muy temprano ha hacer lo que siempre hacía, ya tenía nueve años, hacia todo de forma rápida y silenciosa, cuando de repente, sin querer, rompí un antiguo florero que Sara aseguro ser una reliquia.

Grito que nunca podría pagarle, aun si trabaja toda mi vida para ellos, así que como si fuera un objeto que estaba roto y se debía desechar me abandonaron a las afueras de este pueblo, durante el viaje escuche que por fin Sara había podido quedar embarazada, supuse que ya no necesitaban un niño más en la casa y menos si no era nada de ellos.

Ahí había conocido a Ulises quien sería mi familia.

Desde que él había muerto vivía solo en la casa, salía poco, a veces Gabriel y Juliana me visitaban, pero desde hacía ocho días habían dejado de hacerlo porque estaban ocupados haciendo la aplicación para la universidad.

Yo no iría a la universidad, tendría que quedarme tallando como el abuelo, no quería dejar la casa sola, no quería hacer nada, no quería si quiera moverme de la cama.

El dolor por la muerte de mi abuelo era agudo, pero también lo que pasaba en mi cabeza me estaba enloqueciendo.

Desde que me había quedado solo, el sueño que había tenido durante semanas era más recurrente y me culpaba por no haberle prestado más atención, en el sueño el abuelo había muerto y yo sencillamente decidí no creerlo.

Trataba de dormir lo menos posible, por eso tenia terribles ojeras y había bajado de peso, pero aun así cada que cerraba los ojos aparecía ese día lluvioso, esa chica, esta vez trataba de alcanzarla pero la tempestad era tanta que todo se difuminaba luces blancas y purpuras había a su alrededor pero de un momento a otro se disolvían en la oscuridad y la perdía de vista, dentro de mi sueño sentía tanto dolor que despertaba gritando, luego comenzaba a llorar.

Y aunque tratara de detenerme, sentía que algo se dispersaba dentro de mi cabeza como si un liquido estallara y las lágrimas caían y caían, cuando por fin podía parar un terrible dolor de cabeza me invadía dejándome en estado somnoliento por una hora más.

Dormir se había convertido en una pesadilla.

A veces solo pasaba horas viendo hacia el bosque, como esperando que algo saliera de ahí.

A veces solo quería que el abuelo me abrazara y me dijera que todo estaba bien.

A veces solo temblaba de impotencia cuando sentía que no podía aguantar más tiempo despierto.

Estaba tan cansado de todo esto, así que comencé a tomar del vino que tenia mi abuelo guardado en la alacena desde hacia años, nunca quiso cambiarlo de lugar aunque le decía que no debería ponerlo ahí, porque parecía que la estructura estaba a punto de romperse.

Entonces comencé a estar tan borracho, la mayor parte de los días que ni siquiera sabía cuantos días pasaban, pero al menos dejé de tener aquel sueño.

Prefería la resaca

Aun así, cuando estaba medianamente sobrio, veía que había dibujado, podía ver retazos de formas que no entendía de que iban, me miraba las manos y tenia las manos manchadas de tinta, me negaba a siquiera analizarlos, simplemente los arrugaba y los tiraba.

Fue a finales de febrero, un día que estaba desafortunadamente sobrio porque ya había acabado el vino, que escuche algo extraño como un susurro en el viento.

Elian, ella te salvara, espera, espera… —repetía la voz una y otra vez.

Sacudí mi cabeza y atribuí todo a la falta de alcohol en mi sistema.

Me negaba a considerar que me estaba volviendo loco.

Tomé el viejo auto del abuelo y fui al pueblo a traer más vino.

 



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Editado: 21.01.2022

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