Deryl Hernández
El tobillo me dolía demasiado, el doctor había dicho que no debía de hacer ningún movimiento brusco o alguno que implica apoyar mi pie en su totalidad, pero cómo detesto estar en mi cama sin hacer nada se me ocurrió la brillante idea de pararme mientras me bañaba y salir para buscar mi ropa y así no esperar a Christian.
Pero mi torpeza y mi terquedad me están jugando una mala jugada en estos momentos. Ahora tengo que esperar a que Christian me termine de poner mis calcetas después de que él técnicamente me cambié de ropa. Bueno, dándome mi espacio para ponerme mi ropa interior.
—Bien, ya está lista. —Pone sus manos sobre mis tobillos—. Te dije que me esperaras para ayudarte, no tiene nada de malo que estés en pijama todo el día, pero bueno —regaña y suelta un suspiro. Pone las manos en sus piernas y se levanta poco a poco.
—No empieces con tus cosas, que ya sabes cómo soy —me escudo—. Y gracias, señor papá responsable —sonrió burlona
—Puedo ser tu papi, si gustas. —Me regala una de sus hermosas sonrisas—. Vaya… Acaba de nacer un fetiche —gira y recoge la toalla húmeda.
—¿Qué fetiche? —Preguntó dudosa cepillando mi cabello.
—El que digas “papi” —enfatiza en la palabra—. Me imagino lo sexy que ha de sonar
—Es sólo una palabra, no entiendo el gusto… —Una risa sonora me deja aún más desconcertada—. ¿De qué te ríes? De verdad no comprendo muy bien eso.
—Algún día lo sabrás —besa mi cabeza—. No te muevas, te traeré la comida.
Cómo una niña “Buena” le doy una sonrisa amplia cerrando los ojos. Eso de ser tierna no es lo mío. Hasta ansias me doy cada que trato de serlo, pero verlo a él sonrojarse cada que hago esas muecas es lo mejor que puedo presenciar en la vida.
Hablo cómo todo una niña enamorada, pero tiene un no sé qué, qué sé yo, que me encanta. Quizá su forma de ser tan directo, la vibra aventurera que emana de sus poros y siempre con esa espléndida frase: “Somos muy jóvenes para estarnos preocupando por lo que diga el mundo, sólo hazlo, lo demás que se joda, vive, para tener algo que contar después”. Pero también puede ser el brillo de sus ojos cada que mira algo que le gusta, incluso en el momento que se apagan. Su propia oscuridad puede ser fascinante y perturbadora. Siente y es humano. Totalmente diferente a su hermano mayor. Me gusta él y todo lo que compone la persona que es.
Un suspiro sonoro sale de mi garganta para dejarme caer sobre la cómoda cama, recorro con la mirada cada pieza que decora su cuarto mientras mi olfato se deleita con el aroma que impregna sus sábanas, totalmente él. Jaló una de las almohadas a mi pecho para ser abrazada e embriagarme. Mi respiración se corta en cuanto me aferro a ese pesado se tela, es cómo tenerlo abrazado, pero sin escuchar su hermoso corazón.
¿Qué me estás haciendo, Christian? Que haces que me tienes en un mundo delirando por ti.
—Mi instinto me dice que me quitaras este cuarto —la voz de Christian hace que salga de mi trance.
—¿Cómo lo sabes? —Preguntó sin abrir los ojos. Podía sentir mis mejillas sonrojarse, cómo detesto eso. Me delata en mis malas intenciones.
—Porque cada que estoy contigo te gusta olfatear mi aroma —ríe—. Y aquí huele mucho a mí.
—Quizá te quiera a un lado para sentir tu olor siempre —contesto sin pensar y mi respiración se pausa.
«Mierda…»
—Yo también te quiero a mi lado y no para sentir la exquisitez de tu aroma, tampoco para sentir lo cálido de tu piel. —Siento cómo se hunde la cama y la almohada es arrebatada de mis manos—. Si no para verte despertar cómo esta mañana, con tu cabello enmarañado, tus ojos con ojeras muy notables y tu boca con un poco de saliva seca.
—Eres asqueroso. —Se posiciona en medio de mis piernas para acurrucarse en mi sin aplastarme.
—Para mí es hermoso verte en la mañana a un lado de mi —dice contra mi cuello—. Lo demás está en según plano.
Pequeños besos húmedos provocan un estruendo de emociones al sentirlos en mi cuello. Sólo él tenía el poder de doblegarme con tan sólo un beso y más en esa zona. Sus manos viajan hasta mi cintura por lo contrario no se aferró cómo era costumbre. Parecía que quería grabarse mi silueta.
—Primero a comer, después el postre —susurra en mi oído.
—Acabamos de desayunar —protesto—. Me quieres engordar.
—Soy muy estricto con las comidas. Así que arriba, mi cerecita —regaña sin despegarse de mí—. A no ser que quieras primero el postre.
—¿Qué hay de postre? —sigo su juego
—Yo soy el postre —su voz sonaba más ronca y puedo apostar que reía contra mi cuello—. No es por presumir, pero soy excelente con eso de dar postres.
—Quisiera probarlo. —En cuanto termino mis palabras una ligera mordida en mi cuello causa un leve jadeo y un sonrojo por décima vez del día—. Debo admitir, que me fascina que hagas eso.
Aleja su cabeza de mi cuello.
—¿Por qué te gusta tentarme? ¿Acaso es una de tus pruebas? —Sus ojos buscan los míos, pero el nerviosismo hace que los desvié para otro lado—. No haré nada que tu no quieras. Pero de que existe el postre, si —dice casi en susurro—. Vamos, tienes que comer.
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Editado: 09.03.2024