Madelyn

30 DE JULIO

Después de salir de la panadería, Emma fue al muelle. Desde allí contempló a los turistas bronceándose y disfrutando de las cálidas aguas de Bahía Coral, y también vio a Liam. Afuera, en aquella tienda de discos donde trabajaba, y hablando con Karla, una chica que no disimulaba su interés por él. Liam ni siquiera se percató de que ella estaba allí, con su corazón latiendo a toda velocidad, a causa de la decepción y los celos. 

¿Tan rápido la había olvidado?

 Algunas lágrimas quisieron darse a la fuga pero ella no se los permitió, si él la había olvidado, ella también haría lo mismo. No importaba cuánto doliera. Se lo iba a arrancar del corazón. Del pensamiento. Del alma.

Continuó su camino y tras ver un anuncio en el supermercado, se detuvo. Cuando llegó a casa, se dirigió a Ronnie.

—Están solicitando cajeros en el supermercado —le dijo.

—¿Y eso a mí, qué?

—Bueno, que podrías hacer el intento de conseguir ese trabajo.

—No voy a ser un cajero de quinta —espetó.

—Aun piensas que te darán un trabajo de gerente como el que tenías antes, ¿eh? Las cosas no son así, Ronnie, hay que conformarse con lo que se encuentre. Es mejor eso a no estar haciendo nada. ¡Despierta! Mamá se está matando en un empleo hasta la madrugada y tú no haces más que estar tirado en el sofá.

—¿Qué estás insinuado, Emma? ¿Qué soy un mantenido? —Ronnie se incorporó—. Pues si tanto les molesta mi presencia en esta casa. ¡Me largo de aquí!

—Tú no vas a ninguna parte —intervino Gretel—. Emma, déjalo en paz.

—Pero, mamá…

—Obedece —ordenó la mujer.

Emma asintió, tragándose a fuerza sus palabras. No valía la pena insistir, cuando su madre no hacía nada para apoyarla. Algunas veces intentaba comprenderla, Gretel no había tenido suerte en el amor, sus maridos siempre terminaban dejándola, y era de suponer que no quería que con Ronnie pasara lo mismo. A costa de lo que fuera, iba a retenerlo a su lado.

 

 

*****

Jenny miró la cuna; vacía, como su vientre: como su corazón adolorido. Con sus dedos acarició el móvil de estrellas de colores que danzaban al compás de una  canción de piano. Melodía que la transportó a su niñez, a esa cajita de música que le regaló su padre. Ojalá el estuviera allí, usando las palabras correctas, guiándola como lo hizo cuando la enseñó a manejar bicicleta: consolándola. Pero John estaba muerto. La había dejado en plena adolescencia, cuando más desorientada se sentía. Su padre ya no existía, como tampoco existía Madelyn.

El timbre sonó, haciéndola salir de sus cavilaciones.

¿Y si era Antón?      

¿Y si ya sabía la verdad?

No, eso no tenía sentido, todavía faltaba para que volviera.

Además, él no tocaría. Tenía su propia llave.

—Álvaro —murmuró al comprobar de quién se trataba—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Quería saber cómo estabas, después de lo que pasó me quedé muy preocupado.

Jenny se llevó la mano a la cabeza, se le había olvidado por completo que él había estado allí. Que sabía verdad. No supo en que momento llegó, pero él en compañía de Samuel, se habían encargado de darle la trágica noticia.

—Estoy bien —dijo ella.

—No lo parece… ¿Puedo pasar?

—No.

—Por favor.

Jenny soltó una bocanada de aire y le abrió la puerta por completo.

—¿Tú dirás?

—Te necesito, Jenny —murmuró él, acariciándole el hombro.

Ella retrocedió.

—Lo de nosotros es cosa del pasado, Álvaro. Fue un arrebato —afirmó.

—No para mí. Te quiero —musitó, recorriendo con sus dedos los labios de Jenny. Esta vez, ella no se movió, cerró los ojos y suspiró; dejándose envolver por el calor de su piel—. Te deseo… Te deseo tanto.

—Basta —susurró—. Antón podría…

—Él no está. —Sus labios rozaron con los de ella—. Además, ya sabemos cómo es, debe estar revolcándose con alguna mujerzuela.

Jenny abrió los ojos y de un empujón lo apartó.

—Vete —le ordenó.

—Jenny, lo siento. —Se pasó la mano por el cabello—. Es solo que estoy tan desesperado.

—¡Quiero que te largues de mi casa ahora mismo!

Álvaro asintió.

—No merece todo lo que haces por él, toda esta mentira. —Miró su vientre—. Qué piensas hacer cuando llegue el momento del parto, ¿eh?

—Eso no es asunto tuyo. No le piensas decir, ¿verdad? Me lo juraste.

—A diferencia de Antón, yo sí cumplo mis promesas.

—No tienes derecho a decir eso, Antón… Antón también cumple sus promesas.

—¡Por favor! —bufó él—. Te juro fidelidad en el altar. ¿La cumplió?

—No tengo derecho a juzgarlo, soy igual de pecadora que él, también lo engañé.

—No. Solo te vengaste.  —Álvaro besó su frente—. Cuídate, cuídate de ti misma, Jenny —agregó, dirigiéndose a la puerta.



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En el texto hay: mentiras, intriga, amor

Editado: 02.03.2021

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