Madelyn

12 DE AGOSTO

Jenny se movía de un lado a otro en la sala de espera.

Había tenido una noche pésima, se despertaba cada media hora agobiada por pesadillas en las que el único protagonista era su marido. ‹‹Él no te dejará Jenny. Encontrarás una solución›› se repetía a sí misma, dándose valor. Pero y si no… ¿Qué sería de ella? Antón dijo que si le daba un hijo jamás la dejaría. Y eso era lo que iba a hacer. Darle a Madelyn.

—Señora, debería sentarse, las preocupaciones no son buenas para el bebé —comentó la secretaria—, dan ansiedad.

Jenny tomó asiento.

—Yo… —articuló—, no estoy preocupada, es solo que nunca he sido buena para esperar, ¿me entiende?

—Claro. —La puerta del consultorio se abrió dándole pasó a una mujer que terminó obsequiándole una sonrisa—. Ya puede pasar, señora —indicó.

Cuando estuvo dentro, observó a Samuel hablar por teléfono.

—Sí, sí, por supuesto que estoy haciendo lo que me pediste. —Miró a Jenny—. Ahora no puedo seguir hablando. Te llamo más tarde. —Colgó el teléfono—. Siéntate, por favor.

—Dime que tienes alguna idea. Estoy desesperada —comenzó Jenny.

—Hay una mujer, estudió conmigo en la facultad de medicina, pero no terminó la cerrera. Sin embargo, tiene muchos contactos en diferentes hospitales, dentro y fuera del país. Tiene una niña para ti.

—¿En serio? —Jenny dejó escapar una sonrisa—. ¿Cuándo puedo ver a la niña?

—Espera, esto no es tan fácil.

—¿A qué te refieres?

—Hay una tarifa. Bastante elevada.

—¿Cuánto?

—Treinta mil dólares.

—¿Qué? Pero eso es demasiado dinero.

—Es el precio estándar para un bebé como el que pides.

—No tengo esa cantidad. Samuel tienes que prestármelo. Juro que te lo pagaré.

—No puedo,  mi esposa maneja todas mis cuentas, no me dará esa cantidad —agregó el doctor—. Pero podrías hablar con Álvaro, estoy seguro que…

Jenny ni siquiera quiso terminar de escucharlo, se levantó y se marchó sin siquiera despedirse.

Álvaro. Sí. Él era la solución a todos sus problemas.

 

*****

Ver a Jenny en aquel lugar lo dejó desconcertado.

—Álvaro, ¿podemos hablar?

—Claro, pasa —repuso, abriéndole la puerta de su oficina—. ¿Qué pasa? No me digas que quedaste con ganas de más. —Besó sus labios, un beso suave, pero húmedo que lo excitó de sobre manera, como solo ella podía hacerlo—. Si es así podríamos…

—Álvaro. —Jenny retrocedió—. Necesito que me ayudes.

Él alzó la ceja y se le quedó viendo en silencio.

Jenny no era demasiado delgada, tenía caderas anchas, pechos grandes y un trasero que le gustaba estrujar mientras hacían el amor. Pero lo que más adoraba de ella era su rostro. Su tez suave y angelical. No obstante, ese día ella lucía diferente.

—No te ves bien, ¿comiste?  ¿Quieres que te mande a pedir algo?

—Necesito que me prestes treinta mil dólares.

—¿Qué? ¿Para qué? —Jenny le explicó. Álvaro negó con la cabeza—. ¿Me estás pidiendo dinero para comprar un niño? ¡Santo Dios, Jenny, eso es un delito!

—Por favor —sollozó ella, aferrándose a su traje—. Tienes que ayudarme, haré lo que sea, lo que sea. Me acostaré contigo las veces que me pidas. Me arrodillaré si quieres, sí eso voy a hacer… Me arrodillaré ante ti.

—Basta, Jenny —espetó él, impidiéndole que se lanzara en  el suelo—. No tienes que humillarte ante mí y ante nadie. Reacciona. —Con sus pulgares le secó las lágrimas—. Tienes que buscar ayuda, un psiquiatra podría…

—¡No! Un psiquiatra no podría —gruñó ella, haciéndolo retroceder de un empujón—. Yo no estoy loca. No estoy loca.

—Jenny…

—¿Me vas a prestar el dinero sí o no?

Álvaro no respondió, se movió hasta detrás de su escritorio y se sentó.

—No —espetó—. No te prestaré ese dinero.

Jenny no pronunció palabra alguna, secó el resto de sus lágrimas y se marchó. Entonces, Álvaro sintió miedo por primera vez en su vida. Miedo de que ella lo odiara. Miedo a no volver a sentir su cuerpo cálido sobre él.

¿Acaso eso era amor?

 

*****

 

Jenny se sintió extraña cuando pisó aquella casa.

Fue como si todos los recuerdos de su infancia y parte de su juventud, hubieran salido como almas en pena, con el único propósito de atormentarla.

—Jennifer. Vaya que sorpresa. —Su madre le habló desde el piso de arriba—. ¿Tú por aquí?

—Necesito tu ayuda.

—¿Cómo no lo adiviné? —Bajó las escaleras—. Es la única forma de que te dignes a visitarme.

Pasaron a la sala de estar y tomaron asiento.



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En el texto hay: mentiras, intriga, amor

Editado: 02.03.2021

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