Con deleite vislumbró las espaldas fornidas de los guardias del reino de Verot, interrumpió su caminar unos instantes para escudriñar en su bolso improvisado dinero, sus manos se inmiscuyeron en sus bolsillos, una clara derrota se delineó en los trazos finos de su rostro.
—Bien… —murmuró retomando su caminata.
Aunque tenía apenas unos veinte witz destinados a su comida y bebida pronosticaba que se las arreglaría para conseguir más dinero, después de todo estaba habitual a hacer lo imposible para tener unas monedas en su bolsillo.
Primero debía recorrer el afamado mercado de aquel reino que estaba en boca de los demás vecinos del continente, tal vez se quedaría unos largos meses luego de encontrar algún lugar para alquilar durante ese tiempo. La sensación de la tierra pegada a su piel y su cabello desordenado le generó irritación.
Sin embargo, a pesar de atravesar aquella fastidiosa experiencia estaba bastante satisfecha con haber podido observar en persona los florecimientos de las flores multicolores que únicamente tenían lugar en los alrededores de Verot. Definitivamente las imágenes capturadas de flores multicolores no le hacían justicia a tal espectáculo.
—Nunca olvidare semejante belleza —musitó ensoñada.
Sus labios repentinamente se arrugaron al vislumbrar con mayor detenimiento el reino, creía encontrar algún avance significativo, no obstante, Verot continuaba igual a las fotografías que podía buscar tranquilamente en su fisiol portátil.
Meneó su cabeza ahuyentando aquellos pensamientos e inició nuevamente su trayecto ignorando las miradas entrometidas de los habitantes. Tenía que hallar donde pasar la noche.
La muchacha salió de su habitación pisando sólidamente, estaba lista para ganarse unas monedas, al transitar múltiples miradas indiscretas se posaron en ella, en lugar de sentirse ofendida sonrió elevando su mano cortésmente a los ciudadanos de Verot.
Muchos se atrevieron a circular detrás de ella, como forastera estaba llamando la atención de los habitantes del reino. La ventaja era que ella era capaz de adecuarse al idioma casi cantado de los moradores de Verot, aunque fuera al pueblo más remoto poseía esa habilidad de comunicarse con ellos y aprender a la vez.
Al llegar a la plaza principal paró su andar, en ese momento la pequeña multitud se acumuló a su alrededor, sus azules ojos fueron a parar sobre cada rostro y mueca de los veronianos.
Laila elevó la comisura de sus labios audazmente y permitió que admiraran el movimiento de su vestido de lino celeste, repentinamente gritaron sorprendidos al ser testigos de la magia que nunca creyeron conocer en persona.
—¡Miren son muchas mariposas! —prorrumpió un niño apuntando al cielo entre risas.
Una exclamación en unísono tintinó en la plaza, con escuetos movimientos de sus largos y finos dedos fue capaz de ganarse la confianza de su público que extasiados numeraban las variadas mariposas azules que volaba alrededor desprendiendo chispas que resplandecían inclusive en el día.
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La protección para sus orejas ejercía una incuestionable molestia, percibía una leve calidez producto de haber estado rascando el borde superior de su oído con insistencia. Al concebir cierto alivio volvió a posicionarse separando sus piernas, sus ojos proyectaron la realidad a través de sus gafas de seguridad y se enfocaron fijamente en el punto negro, luego de exhalar jaló el gatillo.
El ruido resonó entre esas cuatro paredes sin afectarle en lo más mínimo. El príncipe se deshizo de su protección esbozando una sonrisa al ver que su bala fue precisa, aquella estricta actividad con el pasar de los años se convirtió en una excelente forma de liberar su aburrimiento.
—Su majestad —los pasos firmes de Albert resonaron en la habitación, al girar su rostro levemente ensanchó su labio satisfecho por el notable avance de su futuro rey—. No hay duda que tiene grandes cualidades —al recibir un agradecimiento de parte de Aiden aclaró su garganta con sosiego—. Sus padres lo están esperando para la merienda. Su madre está muy emocionada con compartirles unos bocaditos especiales del reino Pils.
—Puedo imaginar su emoción —comentó acomodando con sus dedos su cabello dorado.
Con cada paso su respiración se acompasaba, su madre Eleonor tenía cierta habilidad para estar pendiente de cada mínimo detalle, antes de abrir la puerta se cercioró que su camisa estuviera pulcra y que su cabello rubio hacia atrás.
Las exclamaciones de su madre aturdieron su serenidad, jamás se atrevería a confesarle que su voz con los años le generaba un leve dolor de cabeza en especial cuando la elevaba con emoción. Le incitó a beber un té de preparado por ella misma, el aroma era suave y su sabor sorprendentemente delicioso.
—Cariño prueba un poco —la reina le acercó un plato con un par de bocaditos a su padre.
—Mi reina eres muy amable —el príncipe volvió a dar un sorbo admirando el cariño con el que sus padres se trataban. Inesperadamente sus ojos se enfocaron en las canas que brillaban en sus cabelleras.
«Pronto deberé ser rey», sus magnánimos ojos descendieron a su humeante taza, aquella idea rondaba en su cabeza como una cadena imposible de dejar.
Sus inclinaciones estaban por viajar nuevamente a su tormento personal de no ser por los golpes contundentes que recibió la puerta, uno de los sirvientes se apresuró a atender a uno de los informantes del palacio.