Nic Keller me esperaba en mi casa cuando llegué. Ni siquiera había pisado el primer peldaño cuando la puerta principal se abrió y un muy molesto Nic se acercó rápidamente.
Las clases aún no habían finalizado, por lo que adiviné que se había escapado en cuanto notó mi ausencia.
No tuve tiempo de preguntar.
Un segundo Nic estaba en el umbral de mi puerta, y al siguiente estaba frente a mí, atrayéndome hacía sus brazos y comprobándome como si buscara algún rasguño. Sus ojos se detuvieron en mi garganta y recordé con una mueca las manos del vampiro lastimándome. No había sentido dolor en mi huida, pero ahora que mi cuerpo se había detenido todo regresó con fuerza y el condenado rasguño ardía.
—Maine, ¿qué…?
No lo dejé terminar mientras miraba a mi alrededor, paranoica, aunque todavía teníamos la protección del sol brillando alto y claro, y lo empujaba dentro de la casa; cerrando la puerta firmemente detrás de mí.
Nada malo podía entrar sin ser invitado.
Como si al fin pudiera respirar, mi cuerpo cedió mientras me derrumbaba, apoyando la espalda contra la puerta, mis piernas se doblaron mientras alcancé el suelo. Mis pulmones protestaban y sólo entonces consideré que había regresado corriendo, apenas deteniéndome a tomar aire. Un punto en mi abdomen dolió jodidamente mucho.
Nic se agachó frente a mí, sus manos se apoderaron de mis mejillas mientras me persuadía gentilmente a encontrarme con su mirada preocupada.
—¿Qué está sucediendo, Maine?
Miré su rostro, sus rasgos cortantes y fascinantes, la forma en que su nariz nacía de sus cejas espesas y perfectamente delineadas. Las pestañas más oscuras protegían sus ojos, ojos que seguían buscando la respuesta en mi propio rostro. Observé su boca, recordando lo suave que son sus labios contrariamente a su rictus casi permanente. La fuerza en su mandíbula que jamás lo había visto suavizarse. Él era una protesta, una oda de ímpetu y fiereza irresistible. Lo había sido desde el primer momento. Yo había caído desde el primer momento.
Algo en mi pecho se apretó, miedo, terror de que Nic fuera cómplice de lo que sucedía en ese lugar.
—Libérame
La voz del sujeto, del vampiro, resonó en mis oídos.
—¿Qué eres?
Cerré los ojos con fuerza, como si eso borrara lo que acababa de pasar de mi memoria, como si borrara todo lo que había pasado desde que pisé Coven Hills.
—Maine —sentí el suave roce de las yemas de sus dedos en mi mejilla. Abrí los ojos nuevamente y me hundí en los suyos.
Por favor, Nic. Por favor.
¿Qué? ¿Por favor, explícame qué sucede? ¿Por favor, dime que no sabes lo que ocurre allá abajo?
El dolor en mi pecho se expandió, ardiendo más que la herida en mi garganta.
—¿Qué hace tu tío en sus laboratorios, Nic?
La sorpresa empapó sus rasgos mientras retrocedía ante mi pregunta, totalmente desprevenido. Claramente, no esperaba que esas palabras salieran de mi boca. Apenas podía respirar a través de la asfixiante sensación.
—¿Qué quieres decir? —se recompuso lentamente, mirándome con otros ojos, encubriendo la antigua preocupación con algo más.
Sospecha.
No.
Endurecí mi voz, endurecí mi alma.
—Quiero decir —dije, apenas reconociendo el fuego en mis palabras —si sabes que tu tío tiene a personas, a vampiros como tú, encerrados en jodidas celdas bajo su laboratorio. Quiero saber si estás al tanto de que mi hermana tiene que trabajar con ellos, hacerles quién sabe qué, por órdenes de tu tío, Nic. Así que dime, ¿qué hace tu tío con esas personas?
No sé qué reacción esperaba de su parte, pero no era la mirada aturdida que me dio. Ni el horror cuando comprendió que hablaba en serio.
—¿Qué?
El dolor me abandonó con un suspiro cuando entendí que no lo sabía. Nic no sabía nada.
No me había mentido.
Me lancé a su cuello sin aviso, envolviendo mis brazos alrededor y enterrando mi rostro en el espacio entre su garganta y su hombro. Pareció reacio al principio, como si quisiera apartarme y seguir indagando en el reciente hallazgo, pero entonces su cuerpo dejó de luchar y sus brazos me envolvieron, acercándome más de ser posible. Caímos sin ceremonias mientras sus piernas cedían y me arrastraba en su regazo. Ninguno de los dos se soltó.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, aferrados el uno al otro, pero me supo a poco mientras me obligaba a soltarme y ponía distancia, sólo la suficiente para mirarlo a la cara mientras le contaba todo lo que sabía.
Los papeles de Ella, su estado cada vez más preocupante, mi primera intrusión interrumpida por Alexander y lo que había visto hoy. El vampiro que había visto hoy, y cómo había intentado controlarme mentalmente para liberarlo.
Cuando terminé, Nic sólo me miraba aturdido, como si nada de eso tuviera sentido para sus oídos, para su mente.
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Editado: 28.01.2022