Las noches en Coven Hills me recordaban al invierno, en especial a uno en el que decidimos ir a visitar a los abuelos en Seattle, cuando papá aún vivía. Ella había viajado desde la universidad para unirse a nosotros y habíamos pasado el fin de semana envueltas en mantas de lana gruesa y termos interminables de chocolate caliente.
Los días habían sido tolerables, pero las noches habían sido el frío más helado que había sentido jamás. Sin importar cuan abrigada estaba, el viento gélido se había colado por los recovecos de mi manta; acariciando mi piel y recordándome que ya no estaba en casa. Así se sentían las noches en este lugar, un constante recuerdo de quien fui, y ya no soy.
Esta noche no era la excepción.
Un viento sopló mientras avanzábamos entre los arbustos, ocultos a pesar de que no habíamos visto ningún guardia postrado en la entrada, el roce helado puso mi piel de gallina. Casi parecía una advertencia de lo que se avecinaba.
—Espérame aquí.
Fruncí el ceño hacia Nic cuando nos detuvimos, todavía ocultos por los frondosos arbustos, a la altura de donde creía estaba la trampilla. Habíamos discutido un par de veces sobre cómo hacer esto, todas esas veces él insistió en que me quedara oculta en la periferia mientras él se adentraba a la boca del lobo por su cuenta.
Todas esas veces le dije que podía meterse ese ridículo plan por donde no le daba el sol.
Supuse que aquí íbamos de nuevo.
—Nic, sin ofender, pero no lograras hacerlo sin mí —abrió la boca indignado, claramente dispuesto a objetar, pero le detuve antes de que pudiera comenzar —no, escúchame. Realmente no lo lograras, la puerta pide una contraseña que deliberadamente no te di, adivinando que querrías dejarme fuera. Pues, lo siento, pero sin mí no entras.
—¿Algo más? —su tono reveló cuan enojado estaba, quizás conmigo ocultándole información, quizás con su impotencia al no poder dejarme fuera de esto.
—Sí, de hecho —dije acercándome al borde del arbusto, un paso y estaría fuera de la vegetación y en la línea de visión de cualquiera —en las películas de terror, no sólo muere el que entra al oscuro sótano, sino también el idiota que se queda esperando fuera por miedo.
No le di tiempo de responder mientras corría hacia la trampilla, no dejándole más opciones que seguirme.
Íbamos a hacer esto.
Pero al llegar a donde esperaba encontrar la puerta oculta en el suelo, mis pasos flaquearon. Nic se detuvo detrás de mí, cuando notó lo que me había hecho tropezar.
La trampilla estaba abierta.
Compartimos una mirada, debatiéndonos cómo continuar. Aunque no parecíamos tener otra opción.
Ambos asentimos en acuerdo, tenía que ser hoy.
Dejé que fuera primero, después de todo no era estúpida y Nic tenía fuerza y velocidad sobrenatural, deshabilitaría cualquier posible amenaza en tiempo récord. Lo seguí de cerca, cuidadosa de hacer cualquier sonido que delatara nuestra presencia mientras bajábamos los escalones.
Nada pudo haberme preparado a lo que nos encontramos.
Las computadoras, que antes no pude encender, ahora mostraban diferentes etapas de una investigación. No podía entender nada a esta distancia, pero mi pulso tartamudeo cuando la clara figura de un cuerpo humano apareció en una de las pantallas.
La mirada de Nic apenas se desvió hacia éstas, su atención estaba en algo que en mi concentración no había notado. La puerta que llevaba a las celdas estaba abierta. El inconfundible sonido de forcejeo venía de allí.
Nos acercamos sin perder más tiempo, lo seguí mientras atravesó la puerta y apenas me detuve antes de chocar con su espalda cuando se detuvo abruptamente. Tuve que hacerme un lado para ver lo que su cuerpo me impedía.
Una exhalación, un grito, me abandonó ante la vista frente a mí.
Ella.
No. No. No.
Mi hermana se encontraba frente a la última celda, una celda que sabía estaba habitada. Por un vampiro.
Mi corazón dio un vuelco mientras Ella se acercaba a los barrotes, demasiado cerca; al alcance de su mano.
No. No. No.
Corrí, empujando a Nic a un lado. Estaba demasiado aturdido para hacer algo más que hacerse a un lado mientras lo pasaba y corría hacia Ella, tenía que alejarla, tenía que ponerla a salvo. Tenía que…
La mano atravesó los barrotes y atrapó el cuello de mi hermana.
No.
Sólo alcanzó a jadear. Fue sólo ese ínfimo sonido el que escapó de sus labios mientras sus ojos se abrían descomunalmente al ver donde estaba, quien sostenía su garganta. Sólo ese sonido, y entonces sus ojos se cerraron. Su cuerpo cedió y mi hermana cayó al suelo.
Y ya no se levantó.
Escuché un sonido horrible, como el de algún animal herido y furibundo, tardíamente comprendí que el sonido provenía de mí mientras caía de rodillas junto a Ella, mis manos volando a su garganta, comprobando su pulso. Por favor, por favor.
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Editado: 28.01.2022