Mayrin despertó en un tálamo cubierto por mullidos almohadones y mantas en ciruela y rosa pardo. Un poco desorientada tardó un tiempo un rato en recobrar al cien sus sentidos. No había visto la habitación al llegar, pero ahora podía verlo mejor. El suelo se encontraba tapizado de fotos muchas de esas eran las fotos perdidas, y cartas dejando apenas espacio para caminar de puntillas. May miró a sus pies. Una cruz de hierro. May reconoció la condecoración incluso sin ver ver una en persona. Los amigos del abuelo portaban las suyas con orgullo en sus fotos, el abuelo no tuvo más condecoraciones que una medalla de herido; pero aquella no era cualquier cruz, era una de hojas de roble con espadas.
May miró con más atención. En el baúl de roble se encontraba la chaqueta de aviador, el traje oficial y esa horrible y maldita banda roja con la esvástica, además de varias condecoraciones y medallas, y lo que parecía ser muchísimo dinero en moneda española, francesa y alemana. Era su habitación. Sus pertenencias contenían tres pares de iniciales: E.B., A. S., y E. O. May revisó las firmas en las cartas. Estaban escritas en lo que supuso serían alemán y francés por lo que no tenía sentido intentar leerlas, ni siquiera conocía bien el alemán. Las cartas fueron escritas por muchas personas, aunque la mayoría fueron escritos por la misma persona. A. Z. Schittenhelm. May deseó tener un traductor para leer aquello puesto que sus cartas eran largas y a pesar de las décadas seguían oliendo a rosas. "Hasta los monstruos tienen corazón" pensó al oler su perfume. May pasó de largo las fotos para dirigirse a lo que guardaba el baúl.
. Encontró dentro más fotos, algunos diarios, muchas tarjetas postales, estampillas y un par de libros escritos en francés. Aquellos libros dieron pie a examinar más las cartas, pues a pesar de no saber ni el inglés básico sabía diferenciar los lenguajes. En efecto, muchas de las cartas recibidas eran francesas. Encontró dentro un perfume gastado de hombre, y una fina caja envuelta con cintas de seda, ya que la caja le pareció un tanto femenina la abrió. Realmente no sabía si emocionarse o decepcionarse, no esperaba nada sumamente especial, pero tampoco esperaba encontrarse con un La Rose Jacqueminot, una larga, muy larga carta, pequeños pedazos de encajes y otras telas.
Se preguntó qué clase de enfermo fetichista sería al encontrar al fondo un mechón dorado sujeto por una cinta rosa pardo. May tomó el mechón observándole un rato, era exactamente el mismo tono al de ella, tan ondulado como el suyo. Con el mismo olor de las cartas. May sintió pena por la pobre chica, pero terror por ella. Si su fetiche eran las rubias perfumadas podría explicar el constante acoso por su parte. Después de todo, May olía tanto a rosas que no era capaz de olerlo en sí misma. Su abuela la bañaba en agua de rosas desde bebé, sus cosas y las habitaciones en las que dormía solían oler siempre a rosas. Cerró la caja y dejó de nuevo todo en su lugar antes de salir. No podría sentirse segura con él cerca.
Con el corazón en la mano bajó a toda prisa, para evitar encontrarlo. Hasta ese momento no había pensado en los peligros reales que aquello podría traerle a ella y a su familia, siempre había pensado en que aquello no era del todo real, inclusive si fuese totalmente real, un muerto no podría herir a nadie estando en otro plano existencial. En ese momento en todo lo que podía pensar era en cuánto daño podría hacerle, si podría dañar a su familia y, al recordar a los otros habitantes, los inocentes, se preguntó si podía lastimarlos a ellos también.
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Más tarde. Cuando los trastes de la comida estuvieron limpios y los abuelos tomaron su siesta volvió a subir, evitando cualquiera de las escaleras que dieran al piso superior. Llevó consigo el libro que recién había encontrado y algunos bizcochos con compota. Era una suerte que aquello era lo que tanto necesitaba, y al mismo tiempo representaba ser un obstáculo en sí, el libro en sí fue escrito a mano por diferentes personas, por lo que la gran diversidad de grafías serían difíciles de leer, y había capítulos completos en otros idiomas.
Hasta el momento, solo había logrado comprender uno de los últimos escritos, el cual decía que la mayoría de los "residentes" estaban atados a una rutina. Hacían exactamente lo mismo una y otra vez, incapaces de preservar la memoria presente. << Puedes conversar con ellos, pero al volver a iniciar, es probable que no entiendan lo que les digas, pocas veces logran retener la memoria. Algunos tienen rutinas largas, la más larga dura varios días; pero la mayoria solo dura horas. Ellos parecen ser los únicos sin rutina, ella es impredecible y capaz de retener mucha memoria; aunque no sé cuánto tiempo la retienen. Supongo que es porque son jóvenes. Necesito a alguien que pueda traducirme los demás capítulos, el autor anterior dejó anotado que era muy importante, solo sé italiano, lo demás me es un misterio...>>
Ellos... esa palabra le hizo eco, supuso que se refería a Esther y al de ojos de ángel. Disán ciertamente olvidaba quien era después de un par de días, pero no preguntaba, tampoco era mucho de su interés, porque su único quehacer era traducir siempre el mismo libro. Al parecer los capítulos tenían continuidad, los autores debieron arreglárselas para traducir el libro y continuar anotando sin repetir la información. May agradeció que para ella sería mucho más fácil, ahora existía una herramienta mágica llamada internet.
De cualquier forma hojeo las demás páginas. Con suerte, en un par de días más instalarían el internet y podria traducir los capítulos. Lo que abarcaba su mente en ese momento era solo él, no tuvo el suficiente valor para detenerse a ver las fotografías, pero las cartas eran muchas y muy largas, también muchas bien conservadas postales. ¿Quién era él? Tuvo alguna vez familia, algún amor, algún sueño. Su vida no podía sólo ser violencia, muerte y destrucción. La pena se coló en su corazón como un suspiro, no podía creer que alguien pudiera ser tan malo, no alguien con mirada de angel.
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Editado: 05.09.2023