May sabía perfecto que si aceptaba frente a su padre ella tendría que cumplir su promesa, no desperdiciara una salida fácil. May las acompañaría en dos días para que el artista la viese, así que, para asegurar de que ella era la indicada, la envió al cuarto de su hermana por un tratamiento antes de dormir, al día siguiente le ayudaría con un tratamiento de emergencia. May dejó a su abuela y a su madre discutir por la manera en la que debía invertirse los ahorros mientras se dirigía a su habitación. Dina cedió a regañadientes dos de sus bombas de baño a May. Esa noche usaría uno de esos por primera vez.
Más tarde en su habitación, frente a su espejo se examinó, las cicatrices no eran la gran cosa, recuerdos de accidentes e impertinencias, paseó su vista recordando cada uno de ellos. Tenía una en la pierna cuando se la rompió su primer día en el jardín de niños, una en la cien cuando su hermana la empujó por las escaleras no mucho después, tenía una en la espalda hecha con las herramientas de los abuelos en el viejo cobertizo a los siete, la del brazo quemado a los ocho y una más en el vientre que nadie recordaba cómo se la hizo.
El problema más grave en cuanto a las cicatrices era el brazo, pero lo que le preocupaba a su madre eran todas esas marcas que tenía, eran manchas que no terminaban de parecer cicatrices pero que eran inconfundibles con los lunares. Particularmente tres, el primero, que daba el claro aspecto de ser una cicatriz atravesando sus labios, subía hasta detenerse poco más arriba de estos y seguía atravesando por su ojo apenas sobrepasando la ceja. No era más que una línea delgada e irregular, pero se alcanzaba a notar en las fotos y en más de una ocasión su madre tuvo que explicar los malentendidos respecto a ello. Las otras dos, menos visibles, tenían la particularidad de estar en el mismo lugar, la primera a tres centímetros de la clavícula, el otro exactamente en el mismo lugar por la espalda.
Parpadeó un par de veces intentando controlarse, su mirada se volvía acuosa por segundos intermitentes, el nudo en su garganta, seguido de la sudorosa ansiedad que advertía peligro; cada que miraba esas marcas en especial pasaba lo mismo, el correr de su sangre ahogaba su capacidad de procesar cualquier pensamiento. Tenía una inmensa necesidad de correr o atacar tan solo ver su rostro. Apartó su mirada para evitar los viejos fantasmas que la acosaban, quería pensar en cualquier otra cosa y, justo a tiempo, a su mente llegó su imagen, llamando por ella.
Como siempre, al final de las escaleras le esperaba. Sus ojos oscuros le miraban con una intensidad y al mismo tiempo una ternura que le estremecía. May subió acudiendo a su silencioso llamado dejándolo pasar, siguió de regreso a su habitación sabiendo que él la seguiría. Necesitaba con quien conversar y aquellos ojos soñadores parecían tener algo que decirle. Preparó su ropa sin la menor preocupación, hacía tiempo que había bajado la guardia a su lado. Incluso si la presencia de un fantasma en una habitación era más densa y fría, la suya resultaba reconfortante.
Con movimientos mecánicos llevó sus cosas al baño con Étienne siguiendo sus pasos mientras le contaba sobre los panes y pasteles que cocinaba su madre y de cómo fue que intercambió un brioche por municiones durante su primera misión. La bañera se llenaba lentamente al tiempo que sus risas y palabras revoloteaban como mariposas por el lugar; después de abrir ambas ventanas esperó sentada en el inodoro dejando salir un suspiro añorante que detuvo las risas de Étienne, este la tomó por los hombros dando un suave masaje presintiendo una tensión oculta bajo su piel.
-¿Que tal las cosas con tu mamá?
-Son un desastre- respondió- no pudimos hacer las paces, incluso se molestó por lo que hicimos en el jardín y ahora quiere que haga lo que me pide.
-Entiendo que le moleste el lugar que escogieron para sembrar -comentó dándole un masaje en el cuello- pero no es como si tuvieran mucho de donde escoger. ¿Qué es lo que quiere que hagas?
-Quiere que sea modelo de fotografía.
Sus manos bajaron con movimientos circulares por sus hombros y su espalda. Realmente no era algo que pudiera compartir con alguien, pero necesitaba poder hablar de eso sin agobiar a sus abuelos, agradeció mentalmente la bendición de tener un compañero como él a su lado. May dejó a sus manos desabotonar su blusa dándole libertad de sentir su piel. La espalda de su chica estaba pegajosa por el sudor del día, pero era cálida a diferencia de él, sentirla le daba una paz inexplicable, no solo eso, la traía de vuelta al mundo, incluso le daba vida a él de cierta forma. Al resbalar su blusa su vista se fijó inevitablemente en su cicatriz, un rayo de dolor le partió el corazón, pero ella comenzaba a sentirse mejor, no la importunaría reviviendo recuerdos doloroso.
-Suena como a que te desagrada.
-Le temo a las cámaras y me llena de ansiedad que otros me vean.
-Eres hermosa, no puedes evitar que otros te miren.
-Lo sé, pero una cosa es que se queden viendo al caminar, y otra muy diferente que todo el mundo pueda verme.
- Ciertamente, siempre has sido muy discreta.
-Además, con mis ataques de pánico no tengo oportunidad. La buena noticia es que si hago lo que pide me dejara seguir saliendo con mis amigos.
Quitó sus zapatos y sus calcetines con delicadeza para continuar con un masaje de pies. May no se había sentido tan consentida en su vida, no fue consciente de lo tensa que estaba hasta que sus manos comenzaron a frotar sus pies. Se dejó llevar por el masaje dejando caer su blusa para desabrochar su cinturón. Sin avisar jaló sus pies haciéndola resbalar, tuvo que sostenerse con fuerza para evitar caer, permitiendo deslizar sus pantalones. Sus manos se deslizaron con destreza por sus piernas continuando con el masaje. May se derretía por aquel gélido toque.
-No creo que sea una buena manera de resolver los problemas -dijo con delicadeza- si tu madre se acostumbra a siempre ganar entonces hará lo que quiera con ustedes.
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Editado: 05.09.2023