May se aferró a él respirando hondo para impregnarse con su olor, lo suficiente para deshacerse de la sensación de pérdida que la invadía. Se aferraba al cuero de su chaqueta temiendo que en algún momento fuese a desaparecer de vuelta. El hacía que al final, el día se volviera real. Era su ancla con la realidad, el aliento que llegaba a su interior después de aguantar la respiración, la luna que custodiaba la noche y las estrellas que iluminaban en la más más profunda oscuridad. La llegada a su vida la sorprendió tanto como la aterró, su permanencia la volvió débil en carne y alma, estar lejos de él la había vuelto vulnerable. Pero, incluso cuando su contacto era gélido, resultaba ser la calidez que May siempre esperó sentir. Respiró su aroma a muerte y amor con las mismas ansias con las que un naufrago besa tierra, su corazón no había dolido hasta el momento en que sus ojos se encontraron bajo aquella tormenta.
Étienne respiró el cálido aliento de su amada, llenando sus pulmones de vida y dulzura, sus labios no necesitaban tocarse, sus cuerpos no necesitaban mezclarse para estar en comunión, su conexión era más profunda y sagrada que cualquier banalidad superflua como la carne. Ellos eran uno solo, eran el sol y la luna, el día y la noche, el frío y el calor. Por ella esperaría la eternidad entera, por ella seguiría en aquella prisión el tiempo que fuera necesario. Haría cualquier cosa por permanecer a su lado: porque estuvo perdido pero en sus ojos volvió a encontrarse, porque estando muerto encontró de nuevo la vida, era la pieza que le faltaba para estar completo y la cura para sanar.
El abrazo duró lo que bien pudo ser una eternidad, pero ni siquiera la eternidad hubiese bastado para pagar el tiempo que pasaron lejos uno del otro, no solo por aquel par de semana, sino por toda la distancia que los mantuvo separados todo ese tiempo. Por eso no quería perder un solo momento a su lado, se encargaría de hacerla feliz cada segundo, para seguir viendo ver su rostro de ángel y escuchar su hermosa risa. Fue por eso que durante su ausencia preparaba sorpresas para ella, como los libros, la poesía, las canciones y todo lo demás; a May le esperaban más sorpresas, le esperaba una vida llena de sorpresas si la compartía con él. Después de tomar hasta lo último de sus suspiros, tomó sus manos como si fuesen tesoros conduciéndola entre los pasillos a un pequeño salón en una de las secciones más apartadas del piso superior, una parte de la casa que ella aún no conocía.
Las luces se encendieron al abrirse la puerta, la música comenzó a sonar por sí sola. Fue como volver en el tiempo cuando la cristalería y el tapiz eran nuevos, cuando el suelo estaba recién pulido y el gramófono tocaba las primeras canciones grabadas. En la mesa de centro humeaba todavía la tetera, los panecillos recién horneados y la fruta fresca ¿Como era posible? May estaba asombrada. La salita de fondo tenía muebles rococó, cuadros de Hans Zatzk y Farelo llenando de fantasía las paredes, incluso las cortinas parecían obras de arte. May se sentó en uno de los sillones observando cada movimiento mientras él servía el té. Dudó un momento antes de probarlo. Sería la primera vez que intentaría consumir los alimentos de los muertos. En alguna ocasión Étienne había comido galletas con ella, tambien había preparado té con cosas de la cocina, quizás podía hacer lo mismo con los alimentos del otro mundo. Un sorbo pequeño apasiguó la duda cuando sus labios fueron tocados por el dulce sabor tibio de la taza. Granada y frambuesas.
-Creí que me enseñarías a bailar
-Haré más que eso, solo espera un poco.
No tardó mucho en abrirse la puerta por si sola, claro, si no estaba bien cerrada cualquier fantasma podría abrirla.
Disan llegó primero con una pluma chorreando tinta en el bolsillo de su abrigo, saludó a May como si fuese la primera vez que se vieran. Ninel llegó de la mano de la nena presentándose, incluso el chico de los videojuegos entró con la impresión de quien descubre un nuevo mundo, tardaron varios minutos a que el pobre se aclimatara a su estado y a lo que ocurría hasta que se resignó a desparramarse en un sillón con una bandeja de panecillos. Se presentaron unos a otros confundidos, intentando encontrar una conversación en la que sintonizaran, eran amables y pacientes con el chico que no terminaba de procesar nada de lo que ocurría. Mayrin intentó ponerlos al tanto de lo que había ocurrido en su ausencia, asombrando a unos más que a otros.
Las risas atrajeron la atención de un habitantes más. En ese momento los presentes vieron entrar a una dama fina de algunos 35 a lo mucho cubierta de cuello a suelo en un precioso vestido rosado, las visitas la tomaron desprevenida, pues el salón no era más que parte de las habitaciones de la mujer. Su rostro se torció levemente en un intento por ocultar su disgusto al ver a Ninel y a May, pero sonrió coqueta al ver a Étienne.
-Oficial, no esperaba verle por aquí .
-He traído a mi señora y unos cuantos invitados para disfrutar una de sus fiestas de té.
La dama no ocultó su desilusión, sorprendida al ver a May bajo sus brazos.
-Bueno, es siempre un placer verle aquí.
-Señora De'Ath, mi novia Amara. Meine liebe Süße, die Dame des hauses*, Dalia.
May no pensó en ocultar su sorpresa, era una señora de la casa. Una D'Ath, ella podía saber cosas de la casa, podía ayudarla. Pero tampoco podía abordarla tan pronto ni de esa forma. Tendría que ganarse su confianza para acercarse por su cuenta y poder hablar del tema como las familiares que eran. Como fuera, no podía estar menos impresionada de conocer a una legítima dueña.
-Un verdadero gusto, señora -Tartamudeó- No sabe cuánto me alegra conocerla.
-Por supuesto -respondió no muy amable- Sin ofender querida, pero luces... Bueno, las damas no visten así. Si no conociera tan bien a herr Baudelaire, dijera que no entiendes el significado de decoro.
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Editado: 05.09.2023