El día que Amara llegó a él, el tiempo en el reloj comenzó a caminar.
Las viejas agujas inertes se estremecieron, hicieron un crack, luego un tic seguido de un tac. Justo en el momento en que el primer pie se plantó en el umbral pudo sentir que algo había cambiado, incluso las otras criaturas presintieron el cambio. La mansión trepidó desde su centro como si de un ente vivo se tratase, exaltado ante la novedad se desperezó y por primera vez en muchos años algunos haces de luz entraron colados por los imponentes ventanales góticos, como si estos fuesen ojos abriéndose por primera vez; pasando de la oscuridad más absoluta a la penumbra y de la gelidez pétrea a un frío dinámico.
Entonces sintió como si hubiese permanecido inmóvil una eternidad, inmerso en un sueño que, al abrir los ojos se dispersaba como el humo entre el viento. De pronto era de noche y el lejano rumor de la lluvia despertaba las sombras durmientes que comenzaban a husmear confundidas y curiosas, reconociendo el lugar como un laberinto infinito sin salida. La primera noche hubo tormenta, silbaba el viento que entraba por el ventanal y el rugido de los truenos rebotaban en las paredes acumulándose en los altos techos, atrapados por las telarañas. Aquella noche salió a contemplar la tormenta, encontrándose con el vacío; un mundo tan gris, oscuro e inmovil como lo estuvieron todos los ocupantes del lugar, donde no había noche ni día, no había luz ni oscuridad, no había sol, ni nubes, ni lluvia ni luna y el mar era una inmensa masa de agua mansa suspendida en la eternidad.
Cerró los ojos tratando de imaginar la caída del agua, el olor de la tormenta, las luces de los relámpagos al caer. En eso estaba cuando el sonido de la puerta de cristal al correrse y golpear le hizo voltear; el relámpago al caer iluminó cielo, mar y tierra trayendo consigo su visión. Clara como el agua, brillante como un sol, etérea como la valquiria de Hughes y nítida como la Venus de Cabanel que la corte de Bouguereau recibía. Sus ojos abiertos ante el sorpresivo encuentros se clavaron en él. Una señal divina tan fugaz como un parpadeo que bastó para llenarlo de una esperanza que creía perdida.
Aquella visión escapó con la luz y la tormenta volvió a la fría quietud. Fue como si dios hubiese respondido a una suplica silenciosa. Por fin pudo verla de nuevo, su castigo estaba cerca de terminar, era como si de repente todos sus recuerdos volvieran a correr en su memoria, surgiendo con mucha nitidez. Gotas de lluvia invisible impactaron sobre él, una tras otra, una tras otra; al mirar arriba, si se concentraba lo suficiente podía atravesar aquella cúpula límbica y ver los rayos cruzar las nubes ramificando y uniéndose antes de caer y alcanzar el agitado mar que golpeaba el acantilado. No había frío ni humedad, pero el viento alcanzaba a rozar sus mejillas y el agua a impactar contra su rostro al alzar la mirada.
Estaba en éxtasis. Sonrió como un tonto al sentir que su corazón, lleno de euforia y desbordante de esperanza se agitaba en su pecho igual que un pajarillo aleteando dentro de su jaula. Habían pasado tanto tiempo desde la última vez que sintió los latidos de su corazón, que olvidó que alguna vez poseyó uno y volver a tenerlo se sentía bien, incluso si no estaba vivo.
-Es una hermosa noche -se dijo a sí mismo desbordante de felicidad.
Y así sin más, casi como una respuesta, el eco de un grito le trajo de lleno la tormenta; allí, abrazada a la balaustrada, empapada y con sus brillantes ojos áureos abiertos de par en par, se encontraba la razón de su existir. El agua caía a torrentes sobre su cara y sin embargo, podía jurar que de sus ojos brotaban ríos de lágrimas, la incredulidad llenaban su rostro pero entre ello logró dibujar una tímida sonrisa.
-¡Hey! -Pronunció tras un suspiro- ¡Aquí estás! ¿Estás bien?
Étienne estaba tan impresionado que no pudo articular una palabra, cuando un trueno resonó con tal fuerza que se llevó de nuevo aquella visión pero no pudo arrancarle la esperanza sino por el contrario, sólo podía crecer en él la ilusión de volver a sus brazos. Podía haber llorado de alegría si hubiese en él la facultad de hacerlo pero solo pudo suspirar largamente.
-Has llegado- Dijo un rato después- Ahora estoy bien.
Étienne tenía por hábito recorrer los pasillos y las habitaciones que poseyeran una ventana, se detenía largas horas observando hacia afuera, incluso si lo que se encontraba era la nada absoluta, le gustaba imaginar que más allá había un mundo con personas en él, imaginar que su corazón lograba atravesar aquella barrera y volar en busca de lugares inimaginables, tal como los que visitaban los héroes que alguna vez leyó. En más de alguna vez intentó entablar una relación con los cohabitantes del lugar sin tener demasiado éxito, estaban absortos, encadenados a sus propias actividades que repetían una y otra vez, en más de alguna ocasión llegó a perder la cabeza, cosa que le desagradaba y asustaba en igual medida.
Disán era un ejemplo claro, siempre traduciendo libro tras libro. Habló con él sobre los mismos temas una y otra vez, así como tradujo una y otra vez los mismos libros para aligerar su trabajo. El anciano se sentó a beber café y habló más de libros que de otra cosa, alguna vez habló de sus pequeños y de lo duro que eran los tiempos que corrían. Étienne lo entendía de cierta forma, asentía con seriedad y opinaba sobre el hambre, el gobierno, las guerras... Sus tíos pasaron por casos similares, fueron tiempos difíciles para todos después del 19, sobre todo durante la hiperinflación; él recordaba aún como jugaban con todos aquellos billetes de marcos como si fueran pedazos de papel cualquiera, mientras, en el anonimato de la noche, los adultos se caían a pedazos ante la incertidumbre del futuro que pintaba cada vez más oscuro...
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Editado: 05.09.2023