ELIZABETH AYDIN
2 AÑOS DESPUÉS
—¿Cansu? ¿Beyhan? —corrí escaleras arriba preocupada por encontrarlos.
Desde que mis pequeños comenzaron a caminar, no dejan de darme estos sustos cuando se esconden en los rincones menos esperados de la casa. Ni siquiera se como lo hacen para esconderse sin hacer ni un solo ruido.
—Mamá se va a ir al trabajo de papá, si no salen ahora, me iré sola.
Se que a pesar de mis amenazas, ellos no saldrán, pero lo intento.
Al pasar por mi habitación, logré escuchar unas risillas y de inmediato me detuve para afinar mi oído para lograr encontrarlos.
—Beyhan, déjame salir —escuché susurrar a Cansu.
—No, callate.
Beyhan, como siempre, había incitado a su hermano a jugar a las escondidas. Los había encontrado, estaban metidos en el baúl que está a los pies de mi cama. Aun no se como logran meterse en los lugares más inesperados de la casa.
—Creo que me tendré que ir sola al trabajo de papá, él los extrañará mucho, pero… —abrí rápidamente el baúl dejándolos expuestos.
Ambos comenzaron a reír, aunque Cansu parecía algo asustado. A mi hijo le daban algo de miedo los lugares oscuros, pero su hermana, a la cual le encantan, de seguro lo obligó a entrar en el baúl.
—Les dije que no volvieran a jugar así niños —empecé a regañarlos, aunque sabía que de nada serviría, pues lo iban a volver a hacer.
Los terminé de sacar del baúl y los lleve directo a la cocina. Les había preparado unos postres saludables que la pediatra nos había recomendado darles, pues a pesar de que están muy sanos, habían bajado algo de peso y eso se lo debía “agradecer” a su padre que en su afán por cumplir cualquier capricho de los niños, no les obligaba a comerse las verduras ni cualquier cosa verde que estuviera en el plato.
—Wacala —dice Beyhan apenas ve los postres en sus respectivos platos.
—Nada de wacala señorita, están muy ricos —los acomodé en sus asientos, pero ninguno regresaba siquiera a ver el plato—. Intentenlo mis niños, los preparé solo para ustedes.
A decir verdad, estos pequeños desplantes por parte de mis pequeños, me hacían sentir muy mal. A veces sentía que era la peor madre del mundo pues de no ser por su padre o sus abuelos, mis bebés jamás me harían caso.
—Por favor mis niños —tome un poco de ese pastelillo de vegetales y traté de ponerlo en sus boquitas, pero ambos giraron su cara.
—¡¿Cómo están los niños más hermosos de este mundo?! —La voz de Ahmed fue el detonante para que Cansu y Beyhan salieran corriendo de sus asientos. Ellos sabían que su padre no les obligaría a comer lo que les había preparado.
—¡¿No hay un abrazo para su abuelo?! —escuché al padre de Ahmed desde la sala.
Los niños ni siquiera lo pensaron dos veces, soltaron a su padre y salieron corriendo en busca de su abuelo.
—A veces pienso que lo quieren más a él que a mi —Ahmed se acercó para darme un beso a modo de saludo.
—Y yo estoy segura de que ellos aman a todos menos a mi —comencé a recoger los pastelillos.
—No digas eso cariño, ellos te aman, eres su madre.
—Si, claro.
No dije más y salí en dirección a la sala para saludar a mi suegro, pero me llevé una sorpresa cuando vi al abuelo jugando con los niños.
—Abuelo, ¿cuándo llegaste? —corrí a abrazarlo, pero mi hija que estaba entre sus brazos, me apartó de inmediato.
—Mío, mi bisabu —Beyhan lo abrazó con fuerza.
Desde siempre mi bebé ha tenido una preferencia especial con el abuelo de Ahmed. Cuando él está con nosotros Beyhan no se separa ni un segundo de él, lo quiere demasiado.
Cansu en cambio, es más afín a su padre o a su abuelo. Aunque es más reservado con los abrazos y muestras de afecto, contrario a su hermana que pasa abrazando a todos en la familia, excepto a mi.
—Regresé hoy y tengo noticias para ti —se levantó con algo de dificultad porque Beyhan no lo dejaba.
—¿Para mi?
Sabía que el abuelo había viajado por negocios a Estados Unidos, pero no entendía qué tenía que ver yo en eso.
—Si, acabo de poner a tu nombre el 50% de las acciones de mis empresas en Estados Unidos.
—¿Q-que?
Después de tanto tiempo viviendo con una familia llena de empresarios, se lo que significa “tener acciones”. Pero no comprendía porque el abuelo me las estaba dando.
—Lo que escuchaste mi niña —me entregó unos papeles—. Ahora eres la dueña de la mitad de mis empresas.
—G-gracias…, pero aun no entiendo… ¿por qué?
—Lo mismo quiero saber abuelo —Ahmed se posicionó a mi lado—. Te lo agradezco pero es mi esposa y ella no necesita que…
—No no no, tu no me agradezcas nada Ahmed —lo detuvo—. Que lo que acabo de hacer es por ella, no por tí.
—Pero…
—Lo hice porque si alguna vez deseas separarte de este muchacho —señala a Ahmed—, no quiero que pases ninguna necesidad.