-Amigo te lo juro, estaba tan cambiada que no la reconocí -dije segundos antes de llevarme el cigarrillo a la boca-, siempre fue hermosa, pero ahora te juro que me dejó sin palabras.
-jamás supe nada de ella desde que se fue a China, salvo que comenzó a modelar, después de ahí la perdí por completo -me contestó Iván mientras apuntaba a la bola amarilla en la mesa de Billar.
-No le iva tan mal, hasta hace unos meses, pero el escándalo con su esposo acabó con su carrera, es un mundo problemático, un paso en falso y adiós -expliqué-, ahora sólo quedan los viejos anuncios y su rostro moviéndose de aquí para allá en imágenes de internet- agregué.
-¿y que sentiste cuando la viste? -me preguntó Ricardo.
-Pues, me impresioné muchísimo.
-¿Solamente?… -insistió Ricardo mientras su mirada y la de Iván me acorralaban con una incógnita acusadora.
-¿como que solamente, a que te refieres?
-Vamos, Esteban, somos tus mejores amigos y sabemos que si algo te gusta son los libros, los vicios y las mujeres.
Me sentí apenado y extrañado, por un lado porque me conocían a la perfección y por el otro porque, de la forma en que lo dijeron, parecía que no era tan difícil conocerme.
-Pues si, tienes razón -contesté-, me gustan las mujeres… Me gusta Elizabeth.
Ambos se miraron incrédulos.
-¿qué? Es verdad lo que digo, no entiendo el motivo de sus caras
-No vas a engañarnos, serias perfectamente capaz de hacerlo con ella. -dijeron riendo.
-¿Con quien, con Elizabeth? Pues por supuesto.
-No, grandísimo imbécil, no te hagas el tonto. Sabes perfectamente que hablamos de Amanda -dijo Ricardo.
-Además, sabemos que estuviste enamorado de ella por cada día del sexto grado. -añadió Iván.
-Ah, pero eso fue hace ya largo tiempo…
En ese punto sabía ya perfectamente que ese par de cabrones no me dejarían tranquilo, incluso pensé en no ir a verla sólo para demostrar que tenía razón, pero cuado les comenté esa idea la rechazaron de inmediato.
-¿estás loco? Por supuesto que tienes que ir a verla, así que no tienes escapatoria… no te salvaras de ir a cenar con una ex modelo a las siete en punto.
Diciéndolo así hasta me sentí orgulloso de mi mismo, pero al mismo tiempo me sentía confundido. Quería a Elizabeth, hasta le compré un anillo que planeo darle en un mes, en nuesto aniversario. Pero sé bien lo que soy, no me resisto a una falda corta y temo acabar enredandome con Amanda, ¿que hago? -pensé-, quizás sólo confundo las cosas y estoy exagerando, podemos ser sólo amigos yendo por una pizza.
*
Llegué a la tienda de sus padres, un establecimiento modesto, donde podías encontrar desde condones y pañales hasta artículos deportivos, de limpieza o maquillaje y quien sabe que otra cosa… por lo general es Elizabeth quien hace las compras así que no sé con demasiada exactitud donde, por qué calle, en que tienda, en que pasillo o sección esté cada producto. Puedo vivir con eso.
Al acercarme a la puerta toco el cristal con los dedos, una señora de unos cuarenta o cincuenta me señala el anuncio rojo de "cerrado" con algo de fatiga, intentando disimular su expresión de ¿a caso no sabes leer? Para de inmediato volver a gestionar el cierre de su caja registradora.
Vuelvo a tocar por el cristal -vengo a ver a Amanda -dije esta vez sin saber si iba a ser escuchado al otro lado del cristal.
La señora Chang, que había aprendido a dominar perfectamente el castellano y con un prodigioso sentido de la audición se levantó para abrir la puerta y acto seguido invitarme a pasar.
-Amanda vendrá en un minuto -indicó la señora Chang.
Me quedé esperando de pie al lado de la entrada, junto a la caja registradora, sentí el frío del lugar entrando por mi piel para ponerla como de gallina. Cuando salió Amanda, con su sonrisa luminosa y su atuendo vanguardista de gamuza y lentejuelas sentí como si yo no encajara en el entorno mis nikes estaban sucias, los vaqueros comenzando a desteñir al igual que el jersey de un viejo chándal que me puse para abrigarme.
Sin embargo, ella me abrazó igual que el día anterior, con la misma fuerza que hizo que mi cuerpo volviera a entrar en calor.
Salimos de la tienda, caminamos por la avenida riendo de cosas del pasado, de viejos amigos y no tan amigos que tanto nos habían dejado en la memoria. Ella me contó de su travesía, de como aprendió un nuevo idioma, empezó de cero y se integró a una cultura de la que sólo tenía la genética y el apellido, de su amor por los libros de Oscar Wilde, por la música de Prince y las películas de Tarantino. Yo, que no quise quedarme atrás, le contesté -definirse es limitarse-, cuando me preguntó sobre mis preferencias entre los clásicos y los modernos en el arte y en el ocio.
Le hablé sobre mi divorcio y la manera en la que mi ex mujer me engañaba con su entrenador de yoga, ella hizo lo mismo, sólo que su divorcio conllevó causas más crudas que pasionales.
Su amor adolescente, un sujeto seis años mayor que ella le prometió que la amaría por siempre, pero sufría de arranques de ira, de una impulsividad repugnante y un ego celestialmente elevado que lo convirtieron en una amenaza.
Dejé que hablara largo rato, me gustaba oírla, hice que se sintiera cómoda conmigo, me confesó lo solitaria que se sentía. No tenía amigos, ni pretendentiendes, pero esa vida en la sombra le resultaba atractiva, en este lado del mundo nadie la reconocía ni la atormentaban.
-Cuando me fui supongo que todos me olvidaron, nunca recibí un mensaje ni una llamada. Creo que fue lo mejor, tuve tiempo de concentrarme en otros asuntos.
-Yo no te olvidé…
-Jamás llamaste
-En aquel tiempo era muy tímido, lo lamento
-No es tu culpa, al fin y al cabo yo tampoco hice ningún esfuerzo por contactarte… pero yo tampoco te olvidé.
-¿estás segura? Suelo ser la persona que todos olvidan
-Pues yo no soy como todos, te aseguro que para mi siempre fuiste especial.
Me quedé paralizado, no sabía si creer o no, aunque daría todo por tener la certeza de que lo que me decía era verdad. Pensé en confesarle lo enamorado que el niño que fui estuvo de ella, pero me faltó valentía, preferí tomarla de la mano mientras caminábamos bajo las luces de la ciudad. Me sorprendió entre tantas cosas su sencillez, en ningún momento me exigió ir a un lugar de lujo, se conformó con la mitad de la pizza y una Coca-Cola, nuestro encuentro no tuvo nada de planificado, ni de música en vivo, ni velas encendidas. Todo la chispa que necesitamos estuvo en su mirada, y en la mía, cuando ella me veía y sostenía mi mano, esperando a que le contara otra historia de cronopios o de fantasmas… que le contara más de ese tal Kafka y de mis poemarios corregidos miles de veces que ninguna editorial quiso imprimir por miedo a que no se vendiera.
-Ya llegará un buen momento -me decía cuando la tristeza corrompía mi semblante-, sólo debes ser paciente, confío en ti.
-Los editores dijeron exactamente lo mismo.
-insistes en compararme con alguien más, créeme cuando te digo que soy diferente
-¿que te hace diferente?
-Te miro distinto
-¿a que te refieres?
-haces muchas preguntas -contestó ella repleta de ironía, como una niña tratando de ocultar un secreto.
Pedimos unos tragos, lo suficiente como para que una hormiga caminando por la corbata del mesero fuese motivo suficiente para morir de la risa.
Sé nos hizo tarde sin saber como, cada minuto juntos se fue de la nada, hasta que cayó la madrugada.
-Creo que me hacía falta salir de mi rutina… en casa todo es trabajo y más trabajo, a veces no lo soporto.
-Te entiendo, debe ser agotador.
-¿sabes que es agotador? -me preguntó con una mirada provocativa y lujuriosa.
Me quedé en silencio sin saber que responder, sólo pensé en Elizabeth y en lo mucho que se enfadaría si llegara a enterarse de lo que estaba pasando.
-tener que aguantar todo este tiempo las ganas de besarte -susurró Amanda en mi oído-, y ya no quiero tener que seguir aguantando.
Recorrió mis mejillas con la punta de su nariz y cuando estuvo frente a mi boca me besó al instante y yo, que no tenía el más mínimo deseo de apartarla de mi, la besé con toda la intensidad que me fue posible.
Durante el tiempo que duró, me olvidé hasta de mi consciencia, me dejé guiar solamente por mis sentidos y aunque quizás estuvo mal, lo haría de nuevo todas las veces que me fuese posible