Mallory
Sentada en un sofá frente a una ventana me pregunté en qué momento mi vida se había vuelto tan complicada.
¿Realmente merecía eso? La mayoría de mis problemas venían por una maldición que se me fue impuesta por un pecado que no cometí, o eso creía. ¿Pero que podría ser tan malo?
No me quejaba de que Alexander fuera mi mate, pues ya lo había aceptado y acostumbrado, pero no me quitaba la duda del por qué.
Por un momento me pregunté en serio como sería mi vida si eso nunca hubiera pasado, si no fuéramos mates, esa vida que había abandonado por completo con el giro drástico que tomaron las cosas.
Planeaba irme a estudiar lejos, vivir con Kerstin en un departamento, salir de fiesta y buscar a mi mate en el proceso, si lo conocía rápido y lo llevaría conmigo a descubrir el mundo. Estar de fiesta un rato para después regresar a ejercer para la manada, ese era el plan. Ya casi ni podría reconocer a la chica que solía ser.
El dulce sabor que emanaba de mi mate se empezó a intensificar mientras sus pasos cobraban sonido. Sonreí cuando me di cuenta que estaba caminando directo hacia mi desde el otro lado de la estancia. Jamás podríamos escondernos el uno del otro, pero tenía que actuar con indiferencia.
Se sentó a mi lado pareciendo relajado, pero ligeras marcas entre sus cejas delataban lo mucho que había estado frunciendo el rostro por preocupaciones.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Yo debería preguntarte eso a ti —dije molesta por su sobrecarga—. No deberías preocuparte tanto.
—Yo debería decirte eso a ti —repitió haciéndose el muy listo. Fruncí el ceño y le di un golpe en el hombro.
Sonrio por mi infantil reacción. Y yo lo hice por verlo relajarse un segundo. Nos quedamos en silencio un rato, solo estando uno junto al otro y disfrutando del momento de tranquilidad, aunque no estaba segura de que nuestras mentes estuvieran del todo despejadas.
Ese momento me recordó mucho a lo que éramos antes, mejores amigos, confidentes, hermanos, y solo eso... Aun éramos esas cosas pero de una manera completamente diferente. El punto es que antes pasábamos mucho tiempo charlando o simplemente tonteando como el pequeño golpe que le di y ahora, parte de que no había tiempo para esas cosas, parecía infantil como ya había dicho.
Decidí salir un poco de mi ensoñación.
—¿Han descubierto algo? —pregunté rompiendo nuestra burbuja.
Negó lentamente, y volvió a aparecer ese ceño fruncido que me provocaba sentimientos contrariados; lo hacía lucir más guapo pero significaba conflicto en su interior.
—No tiene sentido nada de esto, ¿Cómo algo asi podría entrar a la manada sin darnos cuenta? —se cuestionó frustrado.
Y su pregunta tenía mucho sentido, ya que era casi que imposible que algo tan grande pasara desapercibido de nosotros. Entonces una teoría de formó, pero me dolió inlcuso pensarla, pero era necesario.
—¿Y si no entró? —solté con la herida de una traición abriéndose en mi pecho, pero me obligue a continuar—. ¿Y si estuvo dentro desde hace tiempo? ¿Y si ha estado aquí siempre?
Él me miró entendiendo lo que quería decir y su rostro se endureció, casi que vi el instinto asesino emanando de su cuerpo, me asuste por un segundo.
Damien.
Y volvía a estar en esa camilla sin fuerzas con dolor por mi culpa. Pero era la última vez, me juré a mí mismo, sería la última vez que la vería sufrir, me encargaría de que nada ni nadie la volviera a lastimas jamás.
Me prometí y juré por la diosa luna frente a ella, estaría el resto de mi vida en deuda con ella y la protegería a toda costa... aunque ella no sea mi mate.
Suspire al recordar ese detalle. No importaba, mi mate tendría que entender mi deber, si de verdad me ama lo entenderá. Una pequeña punzada se instalo en mi pecho con el recuerdo de sus sentimientos por mí, quizá sería la única cosa de la que no podría protegerla, pero lo afrontaría cuando pudiera recordar, si es que lo hacía.
No, Damien. Ella lo hará, es fuerte, recuperara su vida. Me consolé con ese pensamiento.
Me recargue en el respaldo de la silla que ya parecía estar pegada a mí y cerré los ojos para despejar un poco mi mente.
Tenía tantas cosas en la mente, quería hacer todo para saber que había hecho que Kerstin estuviera en esa situación para empezar, pero un instinto protector más grande que yo me impedía alejarme de ella y dejarla al cuidado de otra persona, como si sintiera que siempre estaba en peligro, o que el mal la asechaba y solo yo podría protegerla. Era algo abrumador y por lo mismo no había descansado.
Sentí un movimiento cerca de mí e inmediatamente abrí los ojos y me puse alerta, pero me relajé casi al instante por el suave tacto de su mano sobre la mía. Sus orbes azules me miraban con cariño y otro sentimiento que no pude distinguir muy bien, pero su mirada... me transmitió...
Por un segundo creí verla, a ella, a Kerstin, atrapada dentro de ella misma. Una presión en mi estomago me impidió respirar por la conexión que se formó entre nosotros en ese momento. Su tacto... cálido, sus ojos... me reconocieron. Pero solo fue breve pestañeo, poco a poco volvió a cerrar sus ojos soñolienta, pero con una leve sonrisa en sus labios.
Sus ojos se apagaron pero su agarre en mi mano se prendió sin querer dejarme ir.
—¿Kerstin? —pregunté con esperanza, pero no hubo respuesta, ya se había ido de nuevo. Dejándome ese vacío en mi interior.
No pude evitar dejar salir un poco de la tensión que tenía en mi cuerpo, me deje ir aferrándome a su mano para sostenerme, pero no fue suficiente para evitar las lágrimas. No me importaba llorar, ya no, ya era demasiado hasta para mí. Tenía que sacar todos mis sentimientos de alguna forma.
En la habitación casi por completo oscura y enterrada en un pulcro silencio que solo pudo ser roto por mis sollozos, que hacían ecos en las paredes y se regresaban a mí, impidiéndome dejarlos ir totalmente.