La vida de una reclusa hospitalaria es monótona, nunca faltaban las peleas con las enfermeras para que me dejaran bañarme sola, sufrir con la sonda alimenticia hasta que decidieron quitármela — aunque la comida de hospital no era la gran cosa —. Los kinesiólogos acudían con regularidad para la terapia física, en poco tiempo recuperé el dominio de mi cuerpo, fui prescindiendo de tantos monitores, cables y agujas; incluso los resultados de los exámenes eran positivos, mi recaída parecía una horrible pesadilla lejana. Mi cuerpo se recuperaba de forma tan acelerada que asombraba a los doctores.
Eso me alentaba, pues el alta estaba más cerca. Sólo deseaba salir pues a veces las pesadillas eran tan vividas que no podía dormir con la luz apagada — digamos que hay cosas que no cambian — sin embargo, ponía de mi parte para no llamar mucho la atención, ser una lamentable chica con tendencias suicidas era suficiente, no era mi intención sumarle mis confusiones ideológicas y sobrenaturales. Ignorar a esas endemoniadas apariciones, susurrantes, escabrosas y deformes era una de las cosas más difíciles que he hecho, por suerte nadie sospechó nada, creo que comenzaba a acostumbrarme.
Alma nunca faltó en las horas de visita, trayendo flores y ofreciendo atenciones que no había pedido. Mi padre evitaba quedarse mucho tiempo, lo sentía más lejano que nunca, me torturaba pensar en las cosas que guardaba su mente…
Por otro lado, mi hermana Pilar no mostró su rostro durante mi hospitalización, pensé que así era mejor, aunque no está de más decir que muy en el fondo me afectó que no le interesara en lo más mínimo como para preocuparse en ver como estaba. Alma me decía que también era difícil para ella, que la entendiera. Por mi lado nunca debatí al respecto y fingí que no me importaba el tema.
Agradecía en grande cuando las 4 horas de visita llegaban a su fin, no le quedaba otra opción que irse. Ella no era de mis personas favoritas ahora, la detestaba ya que para mí era la única responsable de que todo empeorara para mí. Ella confabuló con los médicos para que intentaran sacarme información con respecto a cómo obtuve los medicamentos, pero ese sería un secreto que me llevaría a la tumba, jamás delataría a la única persona capaz de conseguirme medicamentos en el futuro. Lo único que debía hacer era actuar como que acataba indicaciones y luego de que las aguas se calmen la contacto para comprarle lo esencial…
“Por favor, detente…” su voz asalta mis pensamientos. De pronto una electrizante oleada me estremece y boicotea mi corazón. El murmullo de las enfermeras andando de un lado a otro era lo único audible. Me abrazo y sin proponérmelo recuerdo como sus manos heladas sujetaron las mías sin tocarlas, en cómo me acunó en sus brazos mientras lloraba de la angustia. ¿Y si fue una alucinación por la sobredosis? No… lo vi antes de intoxicarme. Entonces ¿es real? Y si fue por un raro síndrome de abstinencia.
Me encontraba ante dos argumentos, realidad, ciencia ante un plano distinto y sobrenatural, donde los fantasmas son reales y todos están obsesionado conmigo, incluso… él… Era imposible decidirse, mis sentimientos reaccionaban de forma distinta a mi mente, y esa dicotomía me atormentaba al punto que el sueño era algo de lo que no siempre podía beneficiarme.
03.03.17
El esperado día llegó y mi padre vino a recogerme. Me extrañé al no ver a su mujer con sus aires maternales y abnegados, pero decidí no preguntar. Mientras él como mi representante recibía las instrucciones fuera de la habitación yo me deshacía de la horrenda bata de lisiada y me vestía con la ropa que Alma había enviado para mí.
Era curioso, no veía el día en el que me dieran de alta, y ahora estaba asustada con aquello a lo que debería enfrenarme al volver a esa casa. La desazón se asentaba en mi estómago y una vibrante sensación de angustia abrazaba mi pecho. Cuando vuelva ¿lo veré de nuevo? ¿Qué hago si eso pasa?
Unos toques en la puerta me hicieron despertar. «¡Deja de preocuparte por cosas que no han pasado!» me dije para mis adentros.
— ¡Un momento! — exclamo dándome prisa y terminar de vestirme.
Mis manos torpes me dificultaban el trabajo. Pero pude terminar de arreglarme y entonces le indiqué a mi padre que ya podía pasar. Su rostro cansado fue lo primero que llamó mi atención, ¿Habrá dormido algo? Me pregunté. El hombre delante de mí distaba mucho del hombre imponente y fuerte que fue en el pasado, ahora parecía demacrado, como si se hubiese dado por vencido. Yo era la culpable, y aceptarlo sería uno de mis trabajos. De ahora en adelante no tendría derecho de culparlo por las decisiones que tome en el futuro.
Su postura esquiva, me torturaba. Era como si ni siquiera soportara verme, como si mi presencia le incomodara. ¡Oh Dios! quería decir tantas cosas, que las palabras se atoraban en mi garganta y al final ninguna salía. Envueltos en silencio salimos del hospital.
El doctor me refirió con urgencia al psiquiatra, iniciaría un nuevo tratamiento según su diagnóstico, ¿Debería revelarle mis alucinaciones? No, eso me dejaría en evidencia. Grito internamente entre la disyuntiva. No sabía qué hacer, la vida no trae manuales y estar como barco a la deriva me descolocaba aún más. No intentes nada diferente. «Apégate al plan, no tienes nada que explicar, no digas nada fuera de lo normal y estarás bien» me dice mi sentido común. Concuerdo con el plan y encierro todas mis dudas en una cajita y hago lo que siempre me ayuda a aclararme, distraerme con el entorno.
Era un día soleado, de inmediato percibo la brisa salina que solía bañar al pueblo. Me detengo a mirar la extensa estructura — y un tanto familiar — del hospital pues no era la primera vez venía. Agatha seguramente se encontraba en una de las habitaciones del departamento psiquiátrico, leyendo sola en su habitación sin ventanas. El recuerdo de su crisis nerviosa, de las cosas que decía me hicieron estremecer. Pobre mujer y pensar que mórbidamente hice que removieras turbios recuerdos para mi beneficio. «Ojalá este bien» me digo, dándome un consuelo que no merecía.
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Editado: 13.05.2022