El silencio pesaba sobre sus hombros, creando su propia dimensión de vacío. Los exploradores comenzaban a preguntarse si acaso se trataba de una pesadilla. Tres hombres habían desaparecido, y el temor de ser el siguiente vulneraba la cordura de muchos. Robert intentaba calmarlos, y mantenerlos unidos, sabía que sería un error garrafal separarse o caer en desesperación. Pero mantener alineados a 7 hombres al punto de quiebre comenzaba a superarlo.
Robert nunca fue religioso, ni creyente. Pero estar perdido bajo tierra, con solo una varilla fluorescente, ya que los hombres que llevaban las linternas fueron arrastrados por una fuerza desconocida, lo hacía querer invocar la protección de quien sea que estuviera a cargo. Recordaba los gritos de las víctimas en su mente hasta que simplemente la distancia atenuó sus alaridos de terror. ¿A dónde los habrá llevado? Se preguntó. ¿Qué se los llevó?
Gimoteos y murmullos era lo único audible, y sin saber a dónde ir se mantenían juntos, aferrándose a la varilla de luz como si de eso dependiera su vida. Robert pensaba que como a diera lugar debía salir de ahí con vida para volver con sus hijas y llevarlas a casa como se lo había propuesto días atrás. Ahora más que nada se arrepentía se haber cedido a la insistencia de su mujer en que liderara esta exploración, sobre todo por los rumores entre sus hombres, los cuales dejaban en evidencia de que las desapariciones no eran nada nuevo y pocos eran los que regresaban con vida. ¿Por qué insistir en una expedición cuyo desenlace era tan incierto y mortal? ¿Por qué nadie le informó al respecto?
Una exclamación por parte de uno de ellos llamó la atención de los otros haciendo que el circulo que mantenían se dispersara, dejando en el centro a un explorador. Todos aproximaron sus varillas de luz para que se iluminara un poco y poder ver lo que le sucedía, y algunos no dudaron en correr al percatarse de lo ocurrido. El hombre estaba rígido y tembloroso, lágrimas de sangre brotaban de sus ojos mientras rezaba en un idioma incomprensible para la mayoría de los presentes, excepto Robert, quien había estudiado los grabados y realizado investigaciones día y noche hasta el cansancio…
Los Na-úl era una tribu nativa de la región. Fue aniquilada en los tiempos de las colonias, pero se les conocían por sus prácticas y costumbre religiosas muy sanguinarias. Sabía que adoraban a sus dioses de madera con altares envestidos de oro y todo tipo de piedras preciosas, para ellos, aquello era inalterable, puro, y no podía ser profanado por mortales. Según las leyendas, el castigo por mancillar uno de sus altares era la muerte, pues estos estaban protegidos por verdugos celestiales.
“el precio — repetía incesante y fuera de sí en idioma Na-úl —. Paguen el precio”.
Para enmendar la afrenta, según dictaba la ley de la tribu, debían ofrendar la sangre de los intrusos y así clamar el perdón de los Dioses.
Todo el color se perdió de su rostro cuando dos hombres fueron elevados y desmembrados por una fuerza invisible frente a sus ojos, haciendo que sus entrañas llovieran sobre el suelo. Eso fue suficiente para que todos corrieran despavoridos en direcciones distintas dejándolo solo, atónito y petrificado de miedo frente al charco de sangre que se aproximaba a sus pies.
…
Voy subiendo por la escalera para entrar a la escuela. Sintiendo un poco de nervios, porque es mi primer día. Antes de cruzar el umbral una repentina corriente de aire me rodea para luego desvanecerse, aquel suceso me pilló desprevenida y por un momento comencé a sentir como si ya me hubiese sucedido antes, como un déjà vu. Me detengo a mirar el cielo azul, y como los árboles danzan con el viento, siento que a lo lejos alguien me observa, de hecho, puedo jurar que vi su silueta por el rabillo del ojo, pero cuando me cercioro de ello, no hay nadie.
Un tanto confundida pienso que fue mi imaginación, pero antes de dar otro paso me detengo a preguntarme ¿Cómo llegué aquí? Por más que intento no puedo recordar nada de lo que hice antes de venir a la escuela, sólo siento los nervios de lo que conlleva ser la chica nueva. Suelto un resoplido un tanto frustrada y me animo a continuar, últimamente estoy muy distraída y me complico demasiado.
Sin más, procedo a entrar.
Al cruzar el Umbral, me deshago de esos pensamientos raros. Decidida a transitar con normalidad como cualquier otro estudiante, sin llamar la atención, ser una cara más de la que nadie sabe su existencia. Estudiantes parecen estar reunidos en grupo platicando sobres trivialidades que no me detengo a escuchar, otros vienen y van. Yo por mi lado, mantengo la mirada baja, porque la conexión visual hace que te noten, y lo único que quería era llegar a mi aula. En mi camino para buscar mi horario de clases vi una vitrina honorifica, en la que exhibían a los prodigios de la escuela. Había expertos en matemáticas, lenguaje, deportes… de música… y en este último me quedé embelesada, era un pianista…
— Mi… Mikele Brou… Brouchard — leí.
— Creo que ese es mi nombre. Hola — su voz me tomó totalmente desprevenida y de un salto me di la vuelta para encararlo. Mi rosto delataba mi vergüenza y pérdida del control de la situación.
— Hola, perdón — dije sin pensar.
Él sonrió con amabilidad y me miró de una forma en la que evité pensar algo estúpido pues sentía que podía leer mi mente. Mi corazón palpitaba desbocado con el solo hecho de que sus hermosos ojos negros estuvieran puestos en mí.
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Editado: 13.05.2022