—Entonces, ¿qué es lo que padece mi Jency, señorita Helena?
Retiré la mano del pecho del pequeño niño sentado en la mesa que usaba a modo de comedor, en el interior de mi cabaña, y revolví su cabello rubio, haciéndolo reír. Tenía las mejillas rojas como manzanas debido a estar expuesto al sol, y unos preciosos ojos marrones que poseían un brillo travieso y a la vez inocente que era encantador.
Miré a su madre, entonces, una mujer delgada y tan rubia como Jency. La única diferencia entre ellos era que, Linka, tenía los ojos de un verde tan fresco y claro como la primavera, que en este momento estaban llenos de preocupación.
—No te preocupes, Linka, tu hijo solamente tiene un resfriado común. Puede curarse con un jarabe y estará bien en unos días.
Jency hizo una mueca asqueada, su rostro arrugándose de forma graciosa.
—¡No quiero tomarme ningún jarabe, mamá! ¡Saben horrible!
—Compórtate, Jency, no seas un niño malcriado frente a la señorita que trata de aliviarte. ¿Acaso no quieres sentirte mejor? —Linka me observó, avergonzada—. Lo lamento, Jency es algo tempestuoso...
—Está bien, no es nada —sonreí.
—¡No quiero el jarabe! —el niño se cruzó de brazos, enfadado, sacudiendo sus piernas en el aire en protesta—. ¡Ya mejoraré sin él, ya lo verán!
La madre iba a responder, pero levanté una mano para que me dejara hacerlo a mí.
—No lo sé, Jency —repuse, alejándome de él y yendo hacia la repisa que había en la pared del fondo, junto a la pequeña chimenea ahora encendida para caldear la habitación, y seleccioné un frasco pequeño entre los que estaban allí dispuestos. Tras haber tomado una cuchara también, volví a su lado—. Tal vez sin tomar el jarabe no te mejores tan rápido como deseas, y tengas que estar en casa todo el día, todos los días, sin ver a tus amigos. ¿Quieres eso o poder salir a jugar?
La expresión huraña de Jency se diluyó de su carita ante mis palabras, y sus ojos se abrieron mucho, temerosos. Linka se acercó, una sonrisa pugnando por aparecer en sus labios.
—Si me bebo eso —señaló el frasco en mi mano cediendo—, ¿prometes que podré salir a jugar de nuevo? Mamá no me deja estar mucho tiempo afuera desde que comencé a toser.
—Lo prometo, tesoro. Vas a mejorarte tan pronto que estos días que estuviste en casa serán como un sueño. Ahora, sé un buen niño y abre tu boca.
Él dudo y giró su cabeza hacia su madre, buscándola. Ella le sonrió con dulzura y puso una mano en su hombro para darle ánimos. Y cuando él se relajó, sabiendo que su mamá estaba ahí con él, yo serví en la cuchara el jarabe hecho con regaliz, anís, miel y jengibre, y se lo di a beber. Jency cerró sus ojos y tragó, encogido, esperando que el sabor horrible que mencionó se hiciera presente. Pero cuando abrió los ojos de nuevo, estos resplandecían y sonrió ampliamente, sorprendido.
—¡Es delicioso! —exclamó—. ¿Puedo tomar más, señorita?
Linka se echó a reír, divertida por el cambio de actitud de su hijo, y yo le guiñé un ojo.
—Dentro de un par de horas, podrás hacerlo —le di el frasco a Linka y ella lo tomó de inmediato en el bolsillo del delantal atado a su cintura—. Debes darle una cuchara de este jarabe cada cinco horas durante cinco días, y con eso bastará para que se reponga completamente.
Dejó escapar un sollozo bajo de alivio, para después avanzar hacia mí y envolverme en un fuerte abrazo de agradecimiento. Tomada por sorpresa, me tardé un par de segundos en corresponder su gesto.
—No tengo como pagarle su generosidad, señorita Helena. Con los rumores que ha habido en la región acerca del regreso de la peste, mi esposo y yo estábamos asustados por nuestro hijo cuando enfermó, pensando que la calamidad había arribado a nuestro hogar —sostuvo mis manos entre las suyas—. Es usted un ángel.
Le devolví el apretón, conmovida por su efusividad. Sin embargo, la curiosidad despertó en mí tras sus últimas palabras. ¿Peste?
—No soy un ángel, Linka, ha sido un placer ayudarte. Pero, dime, si no te molesta, ¿qué quieres decir exactamente con el regreso de la peste? —indagué.
Ella ayudó a su hijo a bajar de la mesa cuando este la llamó antes de responder. Le sonreí al niño que se escondió detrás de las faldas de su madre, sus ojillos muy abiertos, atentos.
Linka había vivido en los alrededores toda su vida, era una persona muy querida entre las personas del poblado, así que si alguien podía darme la información que necesitaba en este momento, esa era ella.
—Es tal como lo oye, señorita, la peste ha vuelto a estas tierras. ¿No lo sabía? El rumor se ha esparcido con rapidez entre los trabajadores que recogen las cosechas. Tal parece ser que una enfermedad misteriosa ha comenzado a atacar a las personas de por aquí. Dicen que los enfermos presentan síntomas de un gran agotamiento físico, que dejan de comer, beber y dormir. Y de un día para el otro, mueren. Nadie sabe qué ocurre, en especial porque sus cuerpos, encontrados por sus familiares o vecinos, tienen una apariencia atroz, como si alguien o algo los hubiera consumido hasta el punto de dejarlos hechos un saco de piel y huesos. ¿Usted se puede imaginar esa visión tan espantosa? ¡Qué horror!
¿Qué estaba sucediendo aquí y cómo es que apenas me enteraba de ello?
—Sin duda es algo difícil y aterrador de imaginar, y comprendo ahora mucho mejor tu temor ante el resfriado de Jency. Tales relatos pueden llegar a ser perturbadores —ofrecí con sinceridad—. ¿Y esto cuando comenzó a suceder?
—Hace exactamente dos días se cumplió un mes desde que todo inició.
—Hace dos días fue el equinoccio de otoño —dije en voz baja, cavilando.
—Así es, todo es muy extraño. Es decir, sucedió en las vísperas del equinoccio cuando la divinidad de los dioses está más cerca de nosotros —asintió ella—. Mi esposo dice que debemos mantenernos firmes en nuestra fe, pero cuando estas cosas pasan es una ardua tarea. Criaturas temibles habitan en las sombras, señorita Helena, no sería para nada absurdo creer que son las causantes de semejantes acontecimientos. Después de todo, ellos odian la luz y toda la Creación —su mano agarró y apretó el amuleto colgado en su cuello, la triquetra la cual se compone de solo tres líneas de vesica piscis, para poder usar sus tres arcos donde cada uno se fusiona en los extremos con los otros dos, completando una línea que no tiene fin y dando lugar al símbolo que representaba las tres caras de la Diosa: doncella, madre, anciana—. Solo queda esperar que La Madre se apiade de nosotros, de los pobres que perecieron, y nos recompense con bendiciones por tanto sufrimiento.