Isabella y Diego se siguieron viendo y continuaron con la relación clandestina; ella con la idea de que algún día podrían ser una pareja normal y pública. Sin embargo, nunca sucedió.
Diego ahora trabajaba en otro estado y los días de semana viajaba para allá, regresando a su departamento los fines de semana, cuando se veía con Isabella; los otros días se veían por cámara web, conversaban apenas y se dedicaban más a otros asuntos. Cuando él volvía de trabajar, Isabella trataba de sacar todos los permisos que podía con sus papás, mintiendo y esquivándolos y se pasaba toda la semana pensando en cómo lo sorprendería ese día, qué fantasía sexual le cumpliría y de qué manera le sacaría más información personal; estaba segura que podía lograr que sea más abierto con ella.
Fue en esa época en que sus papás notaron que algo sucedía y pensaron que estaba pasando por un proceso de depresión o algo similar y hablaron con ella. Cuando les indicó que no pasaba nada, lo consultaron con un profesional quien aconsejó que fuera con alguna psicóloga para que sea abierta y pueda resolver cualquier problema que tuviera. Y así lo hicieron. Isabella no quiso al principio pero mientras viviera en casa de sus padres estaba obligada a seguir las reglas; además, no podía negarles más que algo sucedía. Las bajas calificaciones, su distancia de la familia, de sus amigos, era imposible de no notar.
Diego no se lo tomó tan bien como ella.
—No pueden obligarte Isabella, ya estás bastante grandecita —le había dicho, luego de haber tenido sexo y estar recostados en la cama.
—Ya sé, pero sigo viviendo con ellos y tienen razón en que debo seguir sus reglas.
—Deberías mudarte entonces.
Ante eso, había sonreído como tonta y se había levantado en un codo, mirándolo.
—¿Me estás insinuando algo?
Diego se quedó en silencio, y evitó su mirada.
—Amor… sabes que acá no puedes quedarte. Corremos peligro…
—Ya… —lo interrumpió, frunciendo el ceño y regresando a su posición inicial—. Entonces no propongas cosas que no son factibles.
—Tienes muchos amigos, puedes ir con ellos.
—Ya… no es tan fácil Diego.
Esa había sido una de las tantas peleas que habían tenido y poco a poco comenzaba a cansarse de ello y de las pocas atenciones que él tenía con ella, solo que tardó mucho en darse cuenta.
Aquel día en que todo llegó a su fin fue cuando ambos quedaron en pasar una noche perfecta en casa de él ya que querían amanecer juntos; se cumplía un aniversario más. Cuando ella llegó, no podía contener los nervios, había comprado unos anillos para cada uno y lo había hecho pensando en la idea que estarían juntos, que en un futuro por fin podrían tener lo que tanto anhelaban—anhelaba.
Lo encontró con una camisa azul de manga corta y pantalones de mezclilla y descalzo, con el pelo mojado, recién salido de la ducha… llevaba aquella sonrisa que tanto amaba. Traía en sus manos un ramo de girasoles, sus flores favoritas.
—Ay —fue todo lo que dijo, sorprendida y emocionada.
Se entrelazaron en un beso suave y a ella no le importó manchar su cara de labial. Ambos rieron cuando él nerviosamente le entregó las flores, luego de separarse del beso. Nunca Diego había sido tan romántico como en esos momentos y creía que la relación comenzaba a ponerse cada vez mejor. Podía soñar con un futuro no muy lejano. Agarrados de la mano, la llevó al comedor donde había decorado la pequeña mesa con velas, platos, cubiertos, servilletas y un bowl con fideos de espinaca, la comida favorita de ella. Entonces Isabella se sintió mal, ya que solo había comprado los anillos y nada más para ese momento; pero no se dejó llevar por esa idea, quería disfrutar del momento, luego se reprendería.
Cenaron juntos y la comida estuvo deliciosa; Diego le confesó que no la había preparado ya que sus dotes de cocina eran pésimos e Isabella sabía eso, pero había comprado la comida en un buen restaurante. Por primera vez, conversaron más y Diego comenzó a compartir más de su vida, de su familia, de su mamá, de la relación que tenía con Micaela y sus hermanos, de su trabajo, de cuando estaba en la escuela… cuando ya casi iba a ser la medianoche, el deseo ya estaba por los cielos y no tardaron en quedarse desnudos, el vestido negro de Isabella en el piso al lado de la ropa de Diego. En mitad de los besos, caricias y gemidos, él se detuvo y le propuso hacer algo.