(Renata)
Para Iriana, esa mañana inició de una forma que jamás olvidaría. Iba cantando por las calles, dando saltitos como siempre, cuando un cachorro de pelo negro apareció en su camino. Venía corriendo y se detuvo justo frente a ella, que lo tomó en sus brazos sin esperar nada más.
- Eres lindo – le dijo, elevándolo para ver sus ojos cafés.
El perro ladró.
- Pobrecito. ¿Quién te ha dejado sólo aquí en medio de la nada?
- No lo he dejado solo, él se escapó.
Iriana dio un salto que hizo al cachorro estremecerse en sus brazos. Un mechón de cabello le cayó graciosamente sobre el rostro, dejándole sólo un ojo visible.
- Ah… eres Abel.
Giró hacia el chico, todavía extrañada, y se acercó irrespetuosamente a él para inspeccionarlo. Alto, con un cuerpo fuerte y un precioso cabello castaño en que se reflejaba la incipiente luz del sol.
- ¿Eres González, verdad? – preguntó él con su habitual tono de frialdad -. ¿Se puede saber qué haces?
Iriana completó tres vueltas alrededor antes de iniciar su explicación.
- Estás muy enojado, por eso el perro se espanta.
- ¿Eh?
- Ya oíste. Los animales son sensibles al estado de ánimo de sus dueños. ¿Desde cuándo lo tienes?
- Me lo acaban de dar.
Ella volvió a dar la vuelta.
- Deja de hacer eso – pidió él de manera intimidante.
- Lo siento.
- Ya. Dame al perro.
- Te dije.
- ¿Qué?
- Lo siento.
- ¿Ah?
- Lo siento pero no puedo dártelo. Estará mejor conmigo, al menos hasta que mejores tu humor.
Abel la miró incrédulo. Era realmente amenazador, pero Iriana ni siquiera lo notó.
- ¿Estás loca?
- ¿Cómo dices?
- Que si estás loca. Dame al perro.
- No.
- ¿Quieres que te lo quite a la fuerza?
- Seguro puedes – sonrió ella con dulzura -, pero eso sólo lo asustará más. Me imagino que no quieres eso.
Iriana estaba desafiando al destino, pero tan distraída como era le quedaba mucho antes de percatarse de la enmarañada trama en que se había involucrado. O quizá lo sabía.
Acarició el lomo del animal y lo depositó en el piso. Dio vuelta para retirarse, con el perro corriendo fielmente tras su rastro.
- ¿Adónde crees que vas? – preguntó Abel en genuino tono de molestia.
- A mi casa. Debo dejar instalado a Abto antes de salir para el colegio.
- ¿A quién?
- A Abto – sonrió ella -. Combiné tu nombre y tu apellido. Es para acordarme que algún día te lo devolveré.
La paciencia de Abel iba llegando a su límite.
- Déjate de bromas tontas, niña – aumentó el tono de su voz, más grave ahora -. Dame al perro o si no…
Iriana bostezó. Haciendo caso omiso a la amenaza, se alejó a saltitos con el perro marchando alegremente a su lado.
- ¡Oye!
- Hablaremos más tarde – dijo mientras se alejaba -. Te daré algunos consejos para ser más tratable. Cuando estés listo Abto podrá ir contigo. Debo asegurarme de que tenga un buen hogar, lleno de cariño y comprensión.
- Es un perro.
- Y será un compañero.
Su tono fue casi severo.
¿Qué rayos le sucede? – pensó el chico al verla partir -. Maldita loca ladrona…
La primera clase del jueves era literatura. La lcda. Carpio estaría esperando continuar con la exposición de las poesías, por lo que sería una hora de relativo relax.
- Siéntense. Estoy ansiosa por escuchar a los que faltan. Espero que se luzcan tanto como sus compañeros lo hicieron en la clase anterior. ¿Alguien quiere para comenzar?
Alexis levantó su mano, provocando que yo hiciera un gesto de desagrado.