(Renata)
Octubre. El décimo mes del año llegó con algo más que un principio de calidez en el ambiente. En el aire flotaba algo difícil de definir pero imposible de evitar. La sensación de un misterio, talvez.
Estábamos en exámenes. Aún en medio de la desesperación de los estudiantes podía entreverse la extraña quietud que reinaba en el colegio. Era como si todos hubieran olvidado lo que ocurría. Más bien, como si algo los hubiese hecho olvidar.
Por supuesto, yo lo recordaba. Ocupaba mi mente más que las fórmulas químicas que esa mañana de viernes había utilizado en mi examen trimestral. Se me volvió una obsesión y ya nada me haría desistir, ni siquiera las advertencias de Anthony o las prohibiciones de Moonray.
Después de todo aún pensaba que eran la misma persona. Lo que me faltaba eran pruebas.
- Ten – le sonreí al acercarme.
Andábamos fuera del salón, aguardando a que fuera hora del segundo examen del día. Anthony interrumpió su plática con Sonia y tomó el bolígrafo negro que yo le devolvía. Se lo presté para química y ya había comprado uno nuevo.
- ¿Qué tal te fue? – me preguntó, más serio que de costumbre.
- Mejor imposible – dije, en tanto Sonia se despidió de nosotros. Fue muy obvia a mi parecer, pero se lo agradecía.
- Tu confianza raya en la soberbia.
- No lo creo.
Me asomé para dar un vistazo a la planta baja. Lucía casi desierta. Eso daba a pensar que los exámenes estaban difíciles o que los estudiantes se ayudaban más de la cuenta.
El silencio era agradable.
- Acaba de una vez – me tomó Anthony por el brazo. Su mirada miel no era hoy tan dulce como la recordaba.
- ¿De qué hablas?
- Hace días que no me hablabas, tras lo que dije – aumentó, refiriéndose a la discusión que tuvimos por causa de la terraza -. Algo quieres ahora.
Crucé los brazos antes de responder, pegando la espalda al muro para deslizarla suavemente hasta quedar sentada en el suelo del pasillo. El roce de mi piel contra las baldosas me produjo un breve escalofrío.
- Me tomas por una interesada. Hemos discutido varias veces, no sólo una. Si no mal recuerdo soy yo siempre la que se acerca a hacer las paces, aunque el culpable hayas sido tú. Eres muy orgulloso, también terco.
No quise hacerlo, pero le solté de golpe todo cuanto pensaba sobre él. Lo malo. Enseguida me di cuenta que sus defectos eran idénticos a los de Tomás, del tipo que me gustan más que enfadarme. Eso es algo que está muy mal conmigo. Una especie de masoquismo.
Y él, desde mi vista baja se veía más imponente, con sus ojos fijos en mí y al parecer a punto de estallar en algún reclamo. Con el cabello rubio desordenado y su impuesta seriedad semejaba un ángel vengador, de esos que están cambiándose al lado oscuro.
- ¿Eso crees?
Su interrupción quebrantó la imagen que estaba formándose en mi mente. Una pena.
- ¿Crees que soy terco y orgulloso?
Asentí tras su repetición. Entonces se sentó a mi lado, dejando correr también su espalda por el muro.
- Nos parecemos en eso, ¿verdad?
- ¿Nos? – me sorprendí -. ¿De quiénes hablas?
Esperaba que no me respondiese, pero lo hizo. Aquella bizarra semejanza con Tomás se había vuelto palpable las últimas fechas, el último año. Aún no sabía si sólo mi mente se percataba de ello, pero esos dos cada vez me parecían más como las caras de una misma moneda, apenas opuestas en nimiedades pero con una intensa familiaridad y la misma esencia.
- Hay personas que se parecen. No es para tanto – dije de pronto, intentando subestimar mis propias observaciones. Era evidente que a Anthony le molestaba parecerse a Tomás.
Ni siquiera me atrevía a pensar en lo contrario. Para Tomás sería un gravísima ofensa que lo compararan con su rival.
- Somos como Alexis y tú.
La analogía era perfecta, pero en aquel instante de mi vida aún era imposible que yo tolerara un comentario que nos encerrara a Alexis y a mí en el mismo conjunto.
En uno de mis impulsos levanté los brazos para ahorcar a Anthony, aunque acabé colgándome de su cuello y abrazándolo con fuerza.