Estaba más nervioso y asustado de lo que llega a estar la gente cuando enfrenta su peor pesadilla y empezaba a formular en mi mente mi testamento, qué le hubiera dejado a quién.
Pero al menos moriría feliz, en los brazos de la persona a la que amaba.
Mis cabellos comenzaron a moverse con velocidad por el viento producido y luego se apaciguaron cuando el carrito empezó a transitar en dirección hacía lo alto. Hasta el momento, no había sido la gran cosa, sólo vueltas tenues y velocidad media, pero ahora sabía que iba empezar lo malo, a lo que más le temía: la adrenalina de caer en picada hacía abajo.
El corazón se me comenzó a acelerar y parecía eterno el camino; eso era bueno y era malo, porque aunque no quería que cayéramos, ya sabía que entre más se tardará en llegar hasta arriba, más era la altura.
El pánico me invadió por completo cuando me percaté de que faltaban sólo unos pocos metros para la gran curva de la montaña. La respiración se me aceleraba y el pulso me atronaba en los oídos.
Entonces, al borde de caer por la estrafalaria bajada, tuve la necesidad de decirle a Jongdae que lo amaba. Como si fuera a morirme y jamás le viera de nuevo.
—Jongdae, tengo que decirte algo —farfullé con la voz temblorosa.
Me miró, sus ojos me abrazaron también.
—Yo...
Los estruendosos gritos me interrumpieron y el movimiento desagradable de mi estómago provocó que cerrara la boca y los ojos con fuerza.
El tiempo se me había acabado.
Até mis brazos al cuerpo perfecto de Jongdae y escondí mi cabeza en su duro pecho, llenándome de ese perfume tan exquisito que me transportaba al paraíso al que deseaba volver y luego él apretó sus brazos más, protegiéndome.
Oía el paso de las llantas del carro sobre el metal que formaba el riel que a toda velocidad iba cayendo, los gritos combinados entre la euforia y el horror de las personas a mí alrededor y el corazón palpitante en el pecho de Jongdae, al que mi oído estaba pegado.
Sentía que los cabellos se me movían con la velocidad y que tenía el estómago en los pies.
Una y otra, y otra vez.
Cuando abrí los ojos es porque dejé de sentir el movimiento exterior, sin embargo, todo se seguía moviendo dentro de mí, la cabeza me daba vueltas y el estómago estaba apretujado en alguna parte de mi abdomen.
—¿Verdad que fue divertido? —la voz de Jongdae me devolvió un poco la calma.
Le miré, incrédulo.
—¿Bromeas? Casi muero estando arriba —farfullé.
Él soltó una carcajada y ese sonido hizo de mi caos interno una quietud.
Me ayudó a salir del juego sin soltarme la mano por si acaso caía. Debía admitir que estaba un tanto mareado.
—¿Y ahora? Te toca a ti —me dijo.
—¡Claro!
Elijo esa banca de allá —divisé a unos cuantos metros una pequeña banca negra y la apunté. Necesitaba sentarme o si no muchos allí verían la merienda de la tarde.
Él rió y me llevó hasta la banca.
—No fue para tanto —me dijo, sentándose conmigo y entonces soltó mi mano.
—No para ti, pero yo quise morirme allá arriba —llevé ambas manos a mi cabeza, apretándola con las yemas de los dedos.
Volvió a reír y su risa era algo de verdad reconfortante.
—Y, ¿qué ibas a decirme? —preguntó.
—¿Eh? —lo miré al instante, recordando la confesión que estuve a punto de hacerle.
—Sí, antes de que cayéramos en la primera curva de la montaña dijiste que tenías algo que decirme —insistió.
—Oh, bueno... —me estrujé los sesos en busca de alguna excusa.
—Que no vuelvas a subirme a una cosa de esas en lo que te resta de vida —farfullé mi mentira esperando que él la creyera.
Su entonada risa me hizo darme cuenta de que mi tonta mentirilla había funcionado.
—Está bien, está bien. No volveré a hacerlo —prometió, aun riendo.
—Gracias.
Mientras intentaba aplacar las ganas que tenía de vomitar, miré a Jongdae, que mostraba su perfil izquierdo, como en el auto, ya que miraba hacía uno de los juegos de su lado.
Me pareció tan bello, cómo su ojo conseguía ese brillo con el reflejo de las luces de colores, cómo su piel suave se volvía de oro y su sonrisa como perlas de mar.
Saqué mi cámara y tomé una fotografía de él. Me miró.
—¿Sigues haciéndolo? —dijo, divertido.
—Ya te dije que no es necesario que poses —reí.
—Ya te ríes —me observó con detenimiento y... encanto.
—Tu risa es linda.
No pude evitar ruborizarme, aun en la oscuridad que ya pintaba el cielo, creo que él notó que mis mejillas adquirieron un tono rosado, ya que sonrió fascinado.
—Gracias—musité, escondiendo el rubor.