'La revelación'
Tercera persona.
3 de septiembre de 1861.
A las 04:58 de la madrugada del tres de septiembre de mil ochocientos sesenta y uno exactamente, la hija mayor de los Diphron a sus quince años se puso de parto y salió seguida de la ama de llaves, Gilda, y Lander Oasis hacia el hospital.
Isaac Diphron se despertó poco después y partió hacia el hospital con el objetivo de terminar con la vida de ese bebé, así estuviera recién nacido.
Le costó muchas horas de mentalización y sufrimiento interno: no se sentía lo suficientemente malo como para terminar con la vida de un recién nacido, a sabiendas de que no lo mataría, al menos no directamente; esa misión pertenecía a Johannes Avik, que salió detrás del rey constituyente de Guiena con el coche a las 05:11 de la madrugada.
—Mario Marconi está ocupado del parto con su equipo, —dijo el rey mientras el consejero arrancaba— el parto está bajo el nombre de María Cornuells, hay que borrarlo del registro.
Llegaron al nosocomio a los diez minutos, aproximadamente veinticinco minutos antes que la joven Diphron.
Postrada en la cama, Ebrah Diphron se hallaba sudando y soportando el asfixiante dolor que se llevaba el aire al clavarle la aguja y liberar la epidural.
Tiritaba como si se encontrase en la Antártida apretando la mano de Gilda. La dilatación comenzó bastante rápido y le faltaban tres centímetros para comenzar con el empuje, en ese momento, su cabeza decididió rememorar todo lo pasado.
Su mente le juega una mala pasada mientras Marconi trata de dilatar su zona con algo de pudor. Los recuerdos la atacaron en ese momento y decidió tratar de calmarse. El Día de Los Reinos, el momento en el que dejó el zumo, ese maldito zumo que ahora la tenía dando a luz, ese maldito que la violó sin compasión alguna, ¡ni siquiera recordaba su cara! Era horrible, no tenía ni el más mínimo recuerdo por más que lo evoque.
De tanta mención, su cerebro logro encontrar un mínimo —casi ínfimo— recuerdo de esa noche. Él (ni siquiera recordaba su maldita cara, ni siquiera de antes del momento) encima de ella, removiéndose como podía, con los pantalones bajados y ella tirada sobre la cama con su vestido por encima de los muslos, sin ejercer ningún tipo de movimiento; más bien en una nube, dónde no sentía ni padecía. Las luces rojas LED era lo poco que lograba ver y al instante reconoció la habitación: era dónde despertó al día siguiente.
Las lágrimas inundaron sus ojos y notó un latigazo de dolor recorriendo toda su anatomía. Una lágrima se deslizó por su mejilla y entonces salió del trance en el que le había metido su mente y miró a Marconi.
—Faltan dos centímetros. —anunció Marconi mientras la Princesa de Wardrobe seguía pujando.
Esos dos centímetros costaron casi toda la madrugada, a las 05:37 había dilatado dos milimetros, esos dos centímetros finales estaban costando tanto...
Lo logró a las 06:29. El resto, fue bastante rápido. Pujó cerca de seis veces, en esas, el niño salió, pero Ebrah deseó no tomarlo en brazos. No quería verlo. La hacia evocar el recuerdo de aquel hombre sobre ella, clavándola con sus asquerosos sonidos y eso le provocaba arcadas.
La dejaron cerca, revisando los signos vitales del niño, sacando la placenta del vientre de la princesa. Se quedó dormida al instante.
Isaac y Johannes llevaban esperando en la sala de espera de la planta de obstetricia de la clínica desde las cinco y cuarto, se habían quedado ambos dormidos hasta que, después de que Ebrah se quedase dormida, Gilda apareció.
Se sorprendió gratamente al verlos.
—Su majestad, —despertó a Isaac, que se sobresaltó pero se calmó al ver a la ama de llaves— se ha quedado dormido esperando. ¡Han venido!
—Mmm, ¡oh, sí! —musitó él, dándose cuenta que debía mentir frente a su verdadero objetivo. —¿Cómo ha ido el parto?
—Esplendidámente, su majestad. —contestó la ama de llaves. —Cansado, pero cómo todos y muy bien a pesar de la corta edad de la princesa... —Johannes despertó. —Está rendida, yo aprovecho que está en los brazos de Morfeo para ir a buscar algo de comer, señor.
—Me parece fantástico. Ahora entraremos a verla.
Ella dió una asentimiento leve de cabeza; la pobre Gilda no era consciente del mal que querían ejercer y su inocencia no le permitió pensar en su verdadero objetivo con el recién nacido.
La mujer se largó de la sala en busca de la cafetería e Isaac le hizo un gesto a Johannes antes de musitar en voz baja:
—Entras tú vestido de enfermero, —indicó— llevátelo y déjalo en un contenedor.
—¿En un contenedor? —musitó el anciano, con el claro dolor en su voz.
—Claro. ¿No vas a ser capaz? ¿Te vas a poner a llorar?
—Isaac, es un recién nacido.
El rey se irguió antes de contestar serio.
—Su majestad para ti y sí, lo sé. Pero es para salvarnos el pellejo.
—¿Y sí se lo doy a una madre que haya perdido a su hijo?
La idea pareció no disgustarle al monarca de Guiena.
—Tienes que asegurarte de que no diga nada, entonces, Johannes. —accedió después de unos segundos en silencio.
Se levantaron de las sillas y andaron hasta la sala dónde la Princesa de Wardrobe se hallaba en un profundo sueño, atrapada en los Brazos de Morfeo y sin poder salir; el parto la había dejado exhausta, su pequeño cuerpo había resistido de milagro y ahora necesitaba un profundo sueño, del cuál, costaría despertarla.
El rey y su consejero entraron a la habitación de puntillas. El segundo se encargó de cojer una bata de la sala de al lado, la cuál, estaba vacía. Entraron a la habitación de Lady Eb, que dormía en plena fase REM, ni los llantos de su bebé al lado la despertaban.
Su padre se fijó en que su cara destilaba paz; sus pestañas, con una quietud impoluta, descansaban sobre sus ojos mientras que su pecho se movía suavemente de arriba hacia abajo en un leve compás.