'De cabeza'
Anders.
Tenía un cañón apuntándome.
A mí, y a mis trabajadores. Y la tortuga que lo manejaba estaba dispuesto a disparar, a mandarnos a criar malvas.
—¡Pare, por favor! —repito en un intento desesperado de que esa sombra sentada en el sillón detrás del cañón se baje de allí. —¡Solo queremos su ayuda, no vamos a hacerle nada! ¡Baje!
Se hizo el silencio durante unos segundos. Me giro, observando a todos mis tripulantes que parecen aterrados. Faraday, Craber y Salvatore con la mano en su arma, seguros de que si hacía falta, sacarían sus armas y dispararían al mago templario.
Devuelvo mi mirada hacia arriba, y la única diferencia que noto es que ahora las patas del hechicero ya no sujetaban el cañón; ahora solo se encontraba sentado y erguido en la silla.
—¿Quién me asegura que no queréis hacerme daño? —Su voz es grave y profunda, reflejando los años de vida y calamidades que ha pasado la persona que la porta consigo.
—Yo. Yo se lo aseguro. Tiene mi palabra. —contesto intentando fingir firmeza y que el cañón no me ponga las piernas a temblar. —Ahora mismo solo tiene dos opciones, señor Tártaro. —utilizo la formalidad tratando de emanar más confianza, seguridad y respeto. —La primera es disparar, reventarnos a todos y quedarse con la curiosidad de saber qué era lo que queríamos. —tomo aire pero la tortuga no reacciona. —Y la segunda... es bajarse de ahí y venir a hablar con nosotros.
—Vais armados. —refuta él. —No me fío.
Paso saliva intentando alivianar el nudo de mi garganta, y entonces me giro mirando a mis tripulantes.
—Dejad las armas donde están. —ordeno para quiénes tienen la mano tocando sus revólveres. —Y dejad las espadas en el suelo.
Soy el primero que predica con el ejemplo y dejo la cimitarra en el suelo sin más dilación.
Los demás me imitan y dirijo mi mirada de nuevo hacia el hombre sobre la casa.
—Ya está. —le hablo de nuevo. —Baje, por favor. Tenemos que hablar con usted.
—Sigue sin ser un seguro de que no van a hacerme nada. —contesta de nuevo sin moverse ni un solo centímetro.
—No vamos a matar a alguien como usted, con más de 100 años de vida, y además, un famoso hechicero. —repongo yo, siento una gota de sudor frío deslizándose por mi sien y cayendo al suelo.
No contesta y su silencio es la peor de las respuestas. Sin embargo, llega un momento donde la figura se desvanece poco a poco pero abruptamente, se difumina por completo y una nube de gas nos ataca de nuevo.
—¡Joder! —grito cuando siento el humo internándose en mis pulmones y en mis venas, cortándome la respiración.
Todos comenzamos a toser y algunos caen al suelo buscando aire.
—¡Pare, por favor! —suplica uno de mis trabajadores y de un momento a otro, la humareda comienza a desaparecer y el aire vuelve a nuestros canales respiratorios.
Toso intentando sacarlo todo, siento la sangre volver a circular con un cosquilleo por todo mi cuerpo. Una lágrima solitaria que se desliza por mi mejilla es detenida con un movimiento seco de mi mano.
Me giro, buscando la certeza de que todos mis tripulantes están bien y cuando me doy la vuelta de nuevo, me encuentro con la tortuga de metro y medio de alto. Es un claro espécimen de la personificación de animales. Su piel es amarillenta, lleva un gorro negro y una camiseta floral roja con toques blancos, además del sustento del bastón con el que anda.
Tiene perilla y bigote de color canoso y grisáceo, aparte de unos pantalones que cubren la mitad de sus patas amarillas que finalizan en redondo.
Unas lentes cubren sus ojos de color completamente negros.
—Bu... Buenos días, señor Tártaro. —saludo titubeante. Me yergo en un intento de demostrar tranquilidad. —Somos la tripulación del barco de Veneno. Soy Anders Hemsworth, mucho gusto.
No sé si sus ojos le permitan ver algo, solo son un hueco negro que más bien parece un agujero negro espacial y me prohibe ver algo sobre su expresión. Solo estira el brazo con el bastón en mano.
No me toma la mano, me la deja tendida en el aire hasta que, segundos después, estira el brazo con el que me agarra la extremidad que hace tiempo yace flotando. Su pata es un tacto extraño, de hecho siento que simplemente estoy tocando una piel rugosa y cilíndrica. Sin duda es un sentimiento raro.
—Buenos días. —habla finalmente permitiendo que su tono de voz me penetre los tímpanos, invadiéndome con su oscuridad y su siniestralidad. —Yo soy Marino Tártaro. —se presenta y siento que recién lo conozco aunque ya sabía quién era. —Soy el hechicero más importante que Guiena ha tenido. —se echa hacia un lado observando a todos mis tripulantes. —¿Qué es lo que se supone que queréis de mí?
Me suelta la mano y respiro profundamente.
—Necesitamos su ayuda. —pronuncio después de unos segundos de silencio para la recomposición de fuerza. —Tenemos... impuesta una maldición de las hadas y usted es el único hechicero ubicable que puede ayudarnos.
En ese momento, la tortuga relaja su postura perdiendo uno de sus centímetros de su por sí ya baja altura.
—Síganme.
Se da la vuelta y comienza a andar hacia la entrada de su casa. Antes de seguirle, me giro mirando a mis tripulantes.
—Que alguien les diga a los demás que es seguro y que suban, por favor. —asienten y me doy la vuelta para ahora sí seguir a la tortuga.
Llega hasta la puerta y abre, dándonos paso al echarse a un lado y permitiéndonos ver el tétrico interior de su casa. Las paredes son oscuras y unas escaleras posicionadas a la derecha suben hacia arriba. La cocina, al lado de la entrada y de tipo loft, tiene todo tipo de electrodomésticos y la nevera tiene imanes relacionados con la brujería.
Al otro lado y debajo de las escaleras, hay una puerta y siguiendo hacia la derecha, hay una puerta de arco del que solo se ve un pedazo de una mesa.