Capítulo 1
Déjenme contarles una historia sobre un reino que existió hace mucho tiempo, un bello lugar caracterizados por su paz y tranquilidad llamada Parwati, era considerado el mejor destino para vacacionar por su clima cálido y paisajes irreales, atraía a miles de viajantes de los otros reinos que soñaban con tener la oportunidad de vivir en el paraíso que ofrecía. Pero ,aún en el paraíso, las cosas pueden salir mal.
Tras cumplir los veintinueve años ,Carolina Cortés comprendió lo injusta que podía llegar a ser la vida. El cochero de su mejor amiga llegó a su hogar en madrugada, explicando entre balbuceos y llantos la tragedia en casa de sus amos.
Mercenarios habían acabado con la vida de los Fraser, fueron enviados por gubernamental que acusaban a sus amigos bajo los cargos de traición y hechicería intentaron matar a su adorada amiga primero pero aquellos hombres no esperaban que su esposo la defendiera hasta su último aliento así que terminaron asesinandolos a ambos.
Carolina no lloró esa noche, ni cuando vio los cuerpos sin vida , ni cuando tuvo que consolar a su sobrinos, guardó su dolor para el día del entierro y aún así se negó a mostrarlo por completo.
Cuando su pequeña sobrina de cuatro años le preguntó por sus padres no pudo contestar.
— deja que yo me encargue tía — le había dicho el pequeño Michael
Un niño de ocho años no tenía por qué decir esas cosa pero Carolina sabía que la inocencia de su sobrino había muerto esa noche cuando, en un intento de ocultar la verdad a su hermana, había limpiado la sangre de sus padres en la habitación, según el mayordomo de la casa había Sido su señorito quien ordenó a la nodriza llevarse a Asena a otro lado pues su padre ya estaba muerto.
Michael encontró la forma de explicar lo sucedido a su hermanita; Asena esa noche se iría a dormir con la idea de que sus padres se habían ido, que ahora eran estrellas en el amplio firmamento observándola, explicación lógica para una niña pero una realidad tortuosa para un adulto.
Carolina organizó en menos de un día un velorio perfecto para ambos esposos, flores, guirnaldas, candelabros y menajes, todo estaba listo para la tarde del día siguiente la noche en la que en un par de ataúdes de caoba ahora sería el hogar de los esposos Fraser.
Mario Cortés, por su parte, dedicó esa tarde a agradecerle a su difunto amigo el haberle presentado a Carolina en aquella fiesta, el impetuoso joven le había insistido hablar con la bella dama y no paró hasta hacer un escándalo digno de él. Carolina había resultado ser el premio mayor de esa fiesta y en aquel día funesto también; Mario había perdido a un amigo, un hermano y a una parte de su espíritu. No había amistad más grande que la de un Fraser y un Cortés, la historia corroboraría eso por generaciones.
Ahora ,catorce años después, Carolina miraba con una sonrisa amarga la estatua de su amiga, le había pedido a un escultor hacer dos figuras de mármol que se mirarán con el amor infinito que ambos se tenían.
— ¿Te diviertes allá arriba? — colocó unas flores a los pies de ella — Asena se parece tanto a ti y Michael es igual a tu marido, igual de coqueto que tú — se dirigió a la estatua contraría
—Carolina deja de ensuciar la memoria de mi amigo — hablo Mario con reproche — El ya te hubiera reprendido por hablarle así — se burló
— Ja, ambos se fueron dejándome a sus “angelitos” — dijo con sarcasmo – mínimo que aguante mis quejas, yo llevo catorce años ahuyentando a las aves de su rostro —
El hablar de sus amigos muertos con tantas gracias y alegría como cuando aún estaban vivos era un privilegio del que Mario no gozaba, en todo este tiempo su corazón siempre guardaría un espacio para su melancolía y dolor.
— ¿Te arrepientes? — Le preguntó — ¿Te arrepientes de tenerlos aquí? —
Escandalizada por sus preguntas Carolina tomó entre sus dedos el mentón de su esposo.
— Jamás me voy a arrepentir de tener a esos niños conmigo — su voz salió dura — Desde que Juli se fue ellos son mis hijo y quien diga lo contrario que se batan a duelo conmigo —
Con una tierna sonrisa Mario dejó un beso en los rojos labios de su mujer, para luego irse a despertar a los “niños”, Como siempre su esposa le recordó que sus hijos ya no eran unos niños, que su pequeño Michael estaría en la habitación de su hija mayor, mientras Asena estaría refunfuñando en su habitación por despertarla tan temprano.
—Pues yo soy el hombre de esta casa — comenzó a irse — ¡Y ellos siguen siendo niños hasta que yo lo diga! —
Dentro de la casa, en la segunda habitación a la derecha Catalina Cortés contaba los minutos que faltaban para irse de su casa y convertirse en una mujer de La Corte, su mejilla estaba recostada sobre el pecho de Michael quien con los ojos aun cerrados buscaba la forma de hablar con Catalina sin enojarla.
—Cata — como la llamaba de cariño — Amor mírame — pero ella seguía con los ojos cerrados — Catalina tenemos que hablar —
Catalina besó sus labios cayandolo, sabía lo que le iba a decir y se negaba a escucharlo. Catalina amaba demasiado a Michael pero intentar convencer a alguien que es bueno para ti, cuando toda su vida lo han tratado como basura es difícil.
Unas semanas atrás cuando la invitación a La Corte llegó Catalina vio en los ojos de Michael miedo por lo que venía pero Catalina en cambio estaba segura de la decisión que tomaría.
— Necesitas alguien mejor que yo, que te de un buen nombre y riquezas, todo lo que una princesa como tu merece —
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Editado: 14.06.2020