En la clínica del pueblo, donde atendieron a Fermín, el doctor nos interrogó sobre lo ocurrido. Le mentí diciéndole que nuestro amigo se había arañado con las ramas de un arbusto mientras jugábamos en el bosque. No quería que mi tío llegara a enterarse de que desobedecimos sus ordenes de no volver a entrar en la cueva. No podía imaginar lo que sucedería si eso llegaba a ocurrir, por lo que preferí no contar la verdad.
—Debéis andar con más cuidado. El bosque puede llegar a ser muy peligroso si no se va con mucho cuidado. Además, no deberíais jugar allí, ¿no escucháis las noticias en la radio? Han desaparecido ya varios niños y luego está lo del incendio de esa cabaña. Dicen que fue un asesinato...
—¿Quién dice eso? —Preguntó, Fermín.
—La policía. Encontraron varias latas de gasolina escondidas en unos matorrales. No, no fue un accidente, fue intencionado.
Fermín agachó la cabeza apesadumbrado. Por debajo de la venda que cubría sus ojos, se deslizaron lagrimas sanguinolentas.
—¿Te duele mucho? —Le preguntó el médico.
—No es eso, doctor —expliqué yo —. La persona que murió en ese incendio era el abuelo de nuestro amigo.
—Lo lamento, muchacho. Soy nuevo en este pueblo, solo llevo tres meses y no lo sabía. ¿Tú abuelo era, entonces, el escritor del que todo el mundo habla?
—Sí, el loco como todo el mundo le llamaba —dijo el chico —. Seguro que ha oído como le llamaban así ¿no?
—Sabes, lo que la gente opine sobre el comportamiento de los demás es algo a lo que no presto atención. Si tu abuelo quería estar solo y vivir en una cabaña en mitad del bosque estaba en su derecho de hacerlo. No por eso tiene que estar enfermo. Mucho más enfermos son esos que no pueden parar de agitar la lengua. Enfermos de cotilleo y mala leche...Por cierto, chicos, me llamo Salvador, pero podéis llamarme, Salva.
Nos presentamos los tres. Al escuchar nuestro similar apellido, Salva pensó que Mariana y yo eramos hermanos. Yo rápidamente lo desmentí.
—Es mi prima. Mis padres murieron por la gripe, el año pasado y yo ahora vivo con mi tío. El pintor. ¿Habrá oído hablar usted de él?
—Claro. Es una figura famosa a nivel internacional —reconoció el doctor, luego se puso serio —. Mi hija también murió por la gripe, al igual que su madre. Yo, milagrosamente sobreviví. Aún no lo he superado, creo que me entiendes, ¿verdad?
Le dije que sí y que lo sentía mucho.
—Es esa maldita guerra —se encolerizó Salva —. El uso de armas químicas debería estar totalmente prohibido. Yo pienso que la mal llamada, gripe Española fue creada en un laboratorio al igual que otras muchas enfermedades. Luego usan a las personas como si fueran conejillos de Indias para probarlas... Es algo de una vileza inimaginable.
Respiró hondo durante unos segundos y volvió a sonreír.
—Perdonadme. Estas cosas de adultos no deberían afectaros a vosotros, aunque desgraciadamente lo hagan. Vosotros solo debéis pensar en divertios y ser felices. Las tragedias deberían quedarse para nosotros, los mayores... Prometedme que tendréis mucho cuidado si volvéis al bosque.
Así lo hicimos los tres.
El doctor cogió un lápiz y una libreta y se volvió a mirar a nuestro amigo.
—Fermín, dame la dirección de tu casa. Mañana iré a curarte de nuevo, te cambiaré las vendas y veremos que tal evolucionan esas heridas y, no te preocupes, volverás a ver perfectamente en unos días.
—Fermín pasará unos días en nuestra casa —dijo, Mariana, mirándome a mí. Yo asentí. Era una buena idea. Ocuparía la que en un primer momento iba a ser la habitación de su abuelo.
El chico nos miró aún sin vernos y sonrió.
—Gracias —nos dijo.
—Los amigos están para ayudarse —contestó mi prima y me enorgullecí de su generoso corazón.
◇◇◇
Llegamos a casa pasado el mediodía. Aún teníamos que buscar una escusa para explicar nuestra no asistencia a las clases con la señorita Moreno. Seguro que ella ya habría ido con el cuento a nuestro tío.
Hay personas que disfrutan haciendo daño, como otras lo hacen ayudando a los demás. Solo que el porcentaje de estas últimas es bastante más escaso que las de la primera categoría. La señorita Moreno era de esa clase de personas. Solo era feliz humillando a los demás y especialmente a mi prima y a mí.
En cuanto entramos por la puerta, la sombra amenazante de mi tío se irguió sobre nosotros.
—Creo que tenéis que darme una explicación. Mariana, Álvaro, pasad a mi despacho.
—Tío —dije yo inventando una escusa —. Venimos del hospital del pueblo. Encontramos esta mañana a Fermín, estaba herido...nos saltamos la clase tratando de ayudarle.
—¿Qué le ha sucedido? —Me preguntó Sergio Hérraez, bastante suspicaz.
—Se hirió en los ojos con unas ramas en el bosque.
—¿En el bosque? —Me miró tratando de adivinar si mentía o decía la verdad —No sería en la cueva, ¿verdad?
Fue mi prima la que contestó.
—No hemos ido a la cueva, papá. Tú nos lo prohibiste. Lo que está diciendo Álvaro es la verdad. Fermín estaba muy cerca de los restos de la cabaña de su abuelo, se nos ocurrió mirar allí de nuevo y le encontramos. Fuimos con él al pueblo para que le curaran. Si no nos crees puedes preguntarle a Salva, es el médico que nos atendió.
—No estoy diciendo que no os crea, Mariana —dijo mi tío —. ¿Dónde está ahora Fermín?
—Le hemos dejado un momento afuera, esperándonos. Hemos pensado que hasta que se cure, podría estar con nosotros aquí, en casa. Tú ya viste a su...padrastro. Él no se haría cargo de nuestro amigo. Nosotros le cuidaremos.
—Está bien, cariño. Hacedle pasar —nos indicó el pintor.
Hicimos entrar a Fermín y mi tío le observó atentamente. No tuvo más remedio que asentir al creer que no le habíamos mentido.
—Fermín, tus amigos quieren que pases unos días con nosotros y yo también, si tú quieres. Puedo avisar a tu padrastro para que sepa donde estás, aunque no creo que le importe mucho.
—Gracias, señor. Tiene usted razón. No creo que le importe mucho si estoy bien o si me he muerto. En realidad no creo que le importe nada lo que me suceda. Me gustaría quedarme aquí si no es molestia.
—Claro que no molestas, muchacho. Habíamos preparado una habitación para tu abuelo, ahora la ocuparás tú. Por cierto, ¿dónde te encontraron mi hija y mi sobrino?
—En el bosque, señor. Me encontraron en el bosque...
Mariana y yo suspiramos de alivio.
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Editado: 12.07.2018