No pude dormir en toda la noche. Escuché como mi tío llegaba muy tarde, de madrugada. Si en ese momento hubiera sabido con certeza que él era el asesino y secuestrador de Mariana, creo que le hubiera matado con mis propias manos.
Debió acostarse en cuanto llegó, porque unos minutos después la casa volvió a quedarse en silencio.
El alba me encontró sudando y al mismo tiempo tiritando de frío. Un frío que parecía emanar de mi propia alma al darme cuenta de que yo, sin querelo, había puesto en peligro a Mariana.
Me insulté de mil formas distintas, llegando incluso a golpear mi rostro con mis puños.
Fermín, obediente, entró en mi cuarto tal y como le ordené la noche anterior. Él estaba dispuesto a ayudarme. Se sentía muy mal al haberse dejado descubrir y no haber sabido reaccionar.
—Tú no tuviste la culpa, Fermín. La culpa es toda mía —le dije —. Creí ser más listo que el asesino y me equivoqué. Ahora, Mariana está en peligro y todo ha sido por mi culpa, por ser un idiota y un imbécil...
—La encontraremos, Álvaro —dijo mi amigo tratando de animarme.
Me ayudó a sentarme en la silla de ruedas y me empujó hasta salir al exterior.
Mi tío dormía en su cuarto, ajeno a nuestra fuga.
Tardamos mucho en llegar hasta la boca de la cueva, pues el terreno era bastante accidentado. Sobre todo arrastrando una silla de ruedas y un cuerpo muerto como el mío.
—Deberías irte, Fermín —le dije.
—¿Estarás bien? —Me preguntó.
Le contesté que sí pero en mi mente estaba dispuesto a dar mi vida por salvar a Mariana. Ella era lo único que importaba.
—Vete...y gracias por todo.
Fermín desapareció y el bosque me pareció más silencioso que nunca.
Una media hora después, escuché un ruido a mis espaldas.
—No te vuelvas —dijo la misma voz que había escuchado la noche anterior —. Si sigues mis instrucciones no te sucederá nada.
—¿Donde está, Mariana?
—En un lugar seguro —contestó —. Ahora he de taparte los ojos. Pórtate bien y podrás volver con Mariana, sanos y salvos.
El desconocido me tapó los ojos con una capucha oscura. No veía nada y me sentía de lo más indefenso. Después, noté como arrastraba mi silla al interior de la cueva. No entramos mucho pues un momento más tarde se detuvo.
—¿Has traído eso? —Me preguntó.
Asentí con la cabeza.
—Entregámelo.
—Antes quiero escuchar a Mariana —le dije.
—Me obedecerás o mataré a tu prima delante de ti. Dámelo inmediatamente.
Busqué en el bolsillo de mi pantalón y le entregué el gemelo.
—¿Esto? ¿Que significa esto? —Escuché que me gritaba.
—Es tuyo —dije yo —, lo encontré aquí en la cueva.
Escuché como se reía a carcajadas. Una risa que había escuchado en alguna parte.
—No tenéis ni idea —dijo —. Y yo preocupándome por vosotros.
Me devanaba los sesos tratando de averiguar quien era aquella persona que tenía delante.
—Solo sois dos niños jugando a detectives...¿Y ahora qué hago? —Se preguntó a si mismo —. Quizás debería daros un escarmiento, pero creo que a ti ya no hay nada que pueda importarte, salvo una cosa...
—Por favor. Suelta a Mariana. Yo merezco el castigo, ella no tiene culpa de nada. No sé quien eres y no podremos delatarte...
—Que generoso por tu parte. Sabiendo que puedes morir, solo piensas en tu primita...Aquí hay algo más si no me equivoco...¿Que ocurre con vosotros dos?
—La quiero —confesé, dejando caer la cabeza sobre mi pecho, totalmente derrotado.
—¡Vaya! ¿Sois novios? Debí haberlo imaginado, siempre tan juntos el uno del otro.
No, no era mi tío. No podía ser él, pensé. Nos conocía, por lo tanto tampoco podía ser Renato a quien tan solo habíamos visto una vez...
—Déjala marchar y haré lo que me pidas.
—Es una oferta tentadora, pero ¿que podría hacer contigo?
—Mátame, así estarás seguro de que no hablaré. Mi vida por la de ella —estaba tan desesperado que no sabía ni lo que decía. En ese momento nada tenía importancia para mí, salvo Mariana.
—No sé si es valentía o estupidez, pero si sigues lloriqueando te cortaré la lengua. Así no tendré que escucharte...Álvaro, Álvaro, si tuviera la más mínima certeza de que sabéis quién soy, ya estaríais muertos los dos... Quizás deba abandonaros aquí. Tu prima atada y tu inválido. No sobreviriais...Sí, creo que voy a hacer eso mismo... Claro que no estoy contando con el fisgón de vuestro amiguito. Él si debió morir aquel día y sin embargo logró sobrevivir, con unos cuantos rasguños, eso sí. Ese tal Fermín vendrá por aquí tarde o temprano aunque creo que será más bien temprano. Os encontrará y os sacará de aquí. Es digno hijo de su padre. No...he de pensar en algo más, cómo diría, más drástico.
Escuchándole planear nuestra muerte me di cuenta de que había dejado de sentir miedo. Iba a morir, de eso estaba seguro, pero haría lo imposible por salvar a mi prima.
—Creo que me has subestimado —dije tratando de atraer su atención.
—¿Cómo dices?
—Digo que a lo mejor si sé quien eres... Me crees completamente tonto ¿No es así?
—Ahora si que lo estoy pensando, muchacho. ¿Te das cuenta de lo que estas diciendo?
—Eres un cabrón —le insulté —. Matas a niñas indefensas por que no tienes valor para enfrentarse con un hombre.
—¿Te consideras un hombre? —Rió, él.
—Soy más hombre que tú. Si no estuviera en esta silla de ruedas te lo demostraría...
—Nos ha salido un gallito...Sigue hablando, niño. Estás a punto de morir.
—No te tengo miedo. Me da mucho más miedo pasar el resto de mi vida en esta silla de lo que tú podrás dármelo nunca...¿Quieres matarme? ¡Hazlo!
—Se acabó —escuché que decía.
—Mátame, cabrón de mierda...Siempre seré mejor que tú...Tú solo eres...humo.
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Editado: 12.07.2018