Al finalizar el baile llegó la hora del banquete. Mi tío había contratado cocineros y camareros que se afanaron en llenar todos los platos. El cordero asado, los mariscos traídos expresamente de las lonjas de Gijón y el vino y la sidra corrieron por todas partes. Nadie se quedó sin probar bocado y la gente sonreía y comía y no por ese orden, alabando al artífice de aquella fiesta.
Muchos corearon el nombre de mi tío tal cual si fuera la figura más importante que hubieran conocido nunca. Más de uno le propuso para alcalde del pueblo y algunos pensaron en erigir una estatua en su honor en mitad de la plaza mayor. Él, orgulloso como un niño, hasta se pensó en lo de presentarse a la alcaldía.
Mariana y yo nos habíamos retirado a un rincón, lejos del bullicio de la fiesta.
—Mira lo que tengo, Álvaro —dijo mi prima, sacando una botella de sidra que había ocultado entre unos arbustos.
—¿De donde la has sacado?
—La cogí en casa y la escondí aquí por si mi padre me veía. ¿Quieres brindar?
Dije que sí.
—Iré a por unos vasos —propuso Mariana —, no tardaré.
La vi alejarse con su pícaro disfraz y miré al cielo estrellado pensando en lo afortunado que era en ese momento.
Fue entonces cuando él apareció.
Fermín.
—Hola, Álvaro. No me has invitado a tu fiesta.
Me sorprendí de verle, aunque traté de que él no se diese cuenta de que sabíamos la verdad. Llevaba un disfraz que le caía como un guante, algo parecido a un vampiro y ocultaba su rostro tras una mascara espantosa, semejante a una calavera.
—No sabíamos dónde estabas —mentí.
—¿Dónde crees que podía estar?
—En la cueva, ¿verdad?
—Exacto.
—¿Por qué desapareciste sin decirnos nada? —Le pregunté aunque sabía la respuesta.
—Mi padrastro murió. Alguien lo asesinó. ¿En quién crees que pensarían que lo hizo?
—¿Lo hiciste tú? —Le pregunté directamente y él me contestó de la misma forma.
—¡Claro que lo hice yo! Ese bastardo merecía morir. No sé imaginó en ningún momento que yo pudiera hacerlo, el muy imbécil... Pero eso tú ya lo sabías, ¿verdad?
—¿A qué has venido?
—A terminar lo que empezó mi padre.
—Tu padre era un asesino y...
—¡Cállate! —Me gritó. Podía ver su mirada desquiciada a través de los huecos de la máscara —. Tú tío y vosotros dos, tú y tu primita sois los culpables de su muerte y pagaréis por ello.
—Él se lo buscó... —dije sin poder reprimirlo.
—No, sois vosotros los que os lo habéis buscado y yo me encargaré de que sufráis los tres —me escupió —. Primero iré a por Mariana...Es una verdadera lastima, ¿a que sí? Me gusta bastante, sí, es la verdad. La haré sufrir, así también sufriréis vosotros... Cuando ella haya muerto iré a por su padre y después será tu turno.
—¡Estás loco! ¡Tan loco como tu padre! —le insulté.
—Adiós, Álvaro —me saludó con la mano como viejos conocidos que eramos —. Nos veremos pronto.
Le vi andar tras los pasos de Mariana y grité tan fuerte como podía, pero el sonido de la música y el bullicio de la fiesta ahogaron mis gritos.
Me sentía impotente sentado en aquella patética silla de ruedas y sin poder hacer nada para ayudar a Mariana.
Con toda la fuerza de voluntad de que disponía, me puse en pie y comencé a caminar muy, muy despacio, arrastrando los pies por el polvoriento camino de arena con un solo pensamiento en mi mente, encontrar a Mariana antes que Fermín, aunque conocía lo imposible de mi meta.
Fermín que había estado espiándome al sospechar que mi prima vendría a mí, salió de su escondite y se plantó delante.
—Mira por donde —dijo —, el invalido puede andar.
—Pelea conmigo —dije yo, muy enfadado.
—No sería una pelea justa, pero ¿a quien le importan las peleas justas? Estaba esperando este momento desde que te conocí...
Se acercó hasta mí corriendo y de una patada en las piernas me arrojó al suelo.
—¿Te gusta el fútbol? Porque hoy vas a ser mi pelota...
La segunda patada me golpeó en los riñones y me hizo encogerme de dolor.
—¿Puedes sentirlo? Creía que no sentías nada.
Me pateó otra vez en el pecho y sentí que me ahogaba al no poder respirar.
Confiado en que no podía devolverle los golpes, intentó darme otra patada, pero esta vez agarré su pierna con todas mis fuerzas y le tiré al suelo. Me arrojé sobre él y le golpeé en la cara varias veces, hasta que sentí su sangre en mis nudillos.
Fermín logró zafarse de mí y me golpeó con fuerza en la cabeza con la puntera de su zapato, como cuando chutas un balón de fútbol. Creí desmayarme y noté como me sangraban los oídos. Escupí sangre varias veces y la vista se me nubló.
—Creo que te mataré a ti primero —me dijo, limpiándose la sangre de su rostro con la manga de su camisa.
Retrocedió varios pasos para coger carrerilla, pensando que se trataba de un penalti y en ese momento, se desplomó en el suelo.
El ruido de cristales rotos me advirtió lo que había sucedido. Mariana apareciendo por detrás de él le golpeó con el vaso que traía.
Ella se acercó corriendo y se arrojó al suelo junto a mí, tratando de incorporarme.
—¡Dios mío! ¡Álvaro! ¿Estás bien?
Apenas la veía, pero conseguí esbozar una sonrisa.
—Gracias —le dije —. Avisa a tu padre.
—No pienso dejarte solo...
—Fermín quiere mataros —dije como pude.
—No, Fermín ya no puede... —Mariana se interrumpió, porque al volverse a mirar al sitio donde Fermín había caído, se dio cuenta de que no había nadie.
—No está...
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Editado: 12.07.2018