MARIANA DE LA NOCHE.
Capítulo 25.
Sintió una leve caricia en su cabello, parpadeó y se alejó bruscamente cuando vio a Emanuel frente a ella. Quería que todo fuera una pesadilla, pero lamentablemente no lo era.
—¡¿Piensas seguir así?! Estás helada, te quedaste toda la madrugada ahí con el frío que hace —exclamó él.
—¡Como si te importara! —bufó ella.
Emmanuel retrocedió, abrió un paquete de galletas y empezó a comer.
—¡Obvio que me importas, eres mi mujer!
Mariana se levantó, sentía calambres y dolor por todo su cuerpo. Su estómago se retorcía.
—¡Si es verdad, déjame ir!
Emanuel ladeó la cabeza para mirarla, sonrió y siguió comiendo.
—¿Quién te tiene retenida? La puerta está abierta.
Se encogió de hombros y siguió comiendo. Mariana miró hacia la puerta y sin dudarlo caminó hasta ella. Emmanuel no se movió parecía no importarle, ella abrió la puerta y al cruzarla sintió ganas de llorar, solo habían árboles enormes que parecían llegar hasta el cielo. Caminó dos pasos y todo a su alrededor eran solo árboles, se veían varios caminos como pequeñas veredas, pero no tenía idea por dónde regresar.
Empezó a caminar, pero todo era bosque, podía perderse fácilmente, no tuvo más remedio que regresar. Unas lágrimas volvieron a aparecer, al igual que una sensación de impotencia. Estaba perdida, se sentía en un callejón sin salida. Entró nuevamente a la casa y Emmanuel levantó la mirada.
—¡No pues que te querías largar! —Hizo un gesto para no reírse—.¿Por qué regresas? No me digas que ya recapacitaste y te diste cuenta que no puedes vivir sin mí.
Le dio un sorbo al jugo que estaba tomando.
»¿quieres?
Le ofreció jugo y galletas, Mariana se acercó y le arrebató lo que tenía en las manos tirando las galletas al piso y el jugo se lo lanzó encima. Emanuel gritó furioso.
—¿Qué demonios te pasa?
—¡Yo de ti no quiero nada! —Gritó—. Solo quiero irme de este lugar.
Emanuel empezó a limpiar su ropa.
—¿Quién te está reteniendo? ¡ Eres libre! Ustedes las mujeres son tan complicadas.
Se encogió de hombros. Mariana se le fue encima como una fiera descargando golpes en su pecho.
—¡Eres un maldito, llévame de regreso! No quiero estar aquí.
Emanuel reaccionó y la sujetó de las manos con fuerza.
—¡De aquí no salimos hasta que todo se solucione!
La empujó con fuerza lanzándola a la cama, su cuerpo golpeó la pared y el miedo la paralizó al ver esa mirada tan oscura.
—¡Necesitas pensar las cosas, cuando estés calmada hablamos!
Emmanuel se pasó las manos por el pelo, hizo varias respiraciones, Mariana lo observó aterrada y él podía ver ese miedo en sus ojos.
»No me provoques, no discutamos, piensa las cosas, princesita.
Trató de acariciar uno de sus pies, pero ella los recogió abrazando sus rodillas.
—¡No quiero hacerte daño, quiero que lo entiendas, solo quiero que todo sea como antes! —musitó con adoración, con esa adoración sádica.
Se dio la vuelta y empezó a caminar hasta la puerta, pero antes de salir le dio una última mirada.
»Te dejaré sola unos minutos para que puedas pensar con tranquilidad.
Dicho esto cerró la puerta y le puso candado, Mariana se levantó corrió hasta la puerta, pero estaba cerrada. No le quedó más remedio que llorar, tenía miedo e impotencia de no saber qué iba a pasar. Regresó a la cama y se sentó, miró la comida, pero ni hambre tenía.
Quería ser fuerte, quería salir de esa situación para poder regresar a casa y cumplir todas sus metas, pero las fuerzas las iba perdiendo, el miedo se apoderaba de todo su ser. No solo su mente se debilitaba, su cuerpo también. Se cubrió con la cobija y lloró, eso era lo único que podía hacer en ese momento.
Tenía una cantidad de sentimientos encontrados, una tristeza tan profunda que nubló todo su ser.
¿Alguna vez han sentido caer y caer a un hueco tan profundo del cual sientes que no puedes salir? Eso era lo que sentía ella en ese momento, caer y caer, no tenía de donde aferrarse. Solo caía al vacío, un vacío que no tenía fondo y era tan oscuro como la noche. Hasta la sangre que le corría por las venas le pesaba.
Se había quedado dormida, quería abrir los ojos para despertar de esa pesadilla, pero no podía porque la pesadilla se volvió realidad. Parpadeó y su corazón se sobresaltó, le subió hasta la garganta y le volvió a bajar. Emmanuel estaba sentado a su lado mirándola.
—¡No quise asustarte amor!
—¿Cuánto llevas ahí? —susurró en un pequeño hilo de voz.
Él sonrió.
—Como tres horas.
Mariana frunció el ceño, ¿Cómo pudo dormir tanto y no darse cuenta que él la observaba?
—Me puedo quedar días enteros viéndote dormir, eres tan bella.
Alcanzó un mechón de su cabello, pero ella se alejó. La manera en la que él la miraba, con una devoción enfermiza, como si ella fuese todo, una maravilla. Pasó saliva y pensó; ¿cómo pude estar tan ciega para no ver tantas señales? Él la miraba como se mira a un objeto único y favorito.
—¡Tienes que comer algo, no probaste nada!
Le habló con ternura.
—No quiero nada.
Murmuró ella. Él se acercó y a ella se le aceleró el corazón; el bombeo de la sangre le retumbaba por todo el cuerpo.
—¡No tengas miedo, no te lastimaré! —Le dedicó una cálida sonrisa.
Emanuel parecía una persona diferente cada minuto, sus cambios eran drásticos y ahora que ella lo descubrió le aterraba aún más. Se acomodó a su lado y ella se alejó de él bajándose de la cama, regresó al mismo rincón. Se quedó en silencio, se negó a hablar, se negó a comer.
Emmanuel decidió dejarla y mantenerse al margen. Le decía que si quería tiempo, él estaría dispuesto a dárselo. Las horas pasaban, pero para ella eran días eternos. Había llegado la noche y con ella el frío abrasador, se negó a acurrucarse en la cama con él. Emmanuel le pasó una sábana y se negó a cubrirse con ella, él respiró exasperado y se acostó en la cama. El silencio era sepulcral y la tensión del ambiente podía cortarse con un cuchillo.
Editado: 04.04.2023