A pesar de que Elizabeth había estado bastante melancólica por la forma en que había terminado con su padre, se esforzaba por no ser pesimista, y delante de Alexandre intentaba ser la misma, con la misma alegría que la caracterizaba.
Fue al gimnasio y se esforzó hasta quedarse sin aliento, la salida para ir a bailar que habían planeado decidieron posponerla, tampoco fueron a la favela, eso fue un respiro para ella, porque no estaba preparada para ver a Wagner, a quien tampoco había querido escribirle; consideraba prudente esperar un tiempo, hasta que a él se le pasara la molestia que le había causado saberse traicionado.
Sin embargo, el sábado no desistió de ir a buscar a Luana. Así que a primera hora fue quien preparó el desayuno y se lo llevó a Alexandre a la cama. Nada en su vida la había hecho más feliz que ver su cara de sorpresa cuando tuvo a su lado la bandeja, después de que lo despertara con suaves besos en la espalda.
Terminaron de comer y no pudieron resistirse a las ansias de disfrutar de sus cuerpos, luego se fueron a ducharse y volvieron a tener sexo, conscientes de que debían aprovecharse, ya que tendrían a los niños el fin de semana y les sería imposible liberar las ganas y darse amor como acostumbraban; se vistieron, cambiaron las sábanas, salieron del apartamento y subieron a un taxi, rumbo a Niterói.
El auto se detuvo frente a la casa de los padres de Alexandre, e inmediatamente él se tensó.
—Creo que mejor nos vamos y regresamos en otro momento —sugirió sin bajarse, con la mirada puesta en el auto deportivo del año que estaba estacionado frente a la casa.
—¿Por qué? Si ya estamos aquí. —Se opuso Elizabeth, quitándole la tarjeta y se la dio al conductor para que se cobrara el servicio.
—No es conveniente Elizabeth.
—¿Por qué no? —Ella miró el auto gris y luego se giró hacia él, extrañada de que la llamara por su nombre y no con alguna frase cariñosa—. Ya sé, está Marcelo en tu casa. Es eso, ¿cierto?
—Sí, y no quiero cruzarme con él.
—Entonces, ¿le das más importancia a tu hermano que a tu hija? Por favor —ironizó en medio de un bufido—. Discúlpame, pero esto es ridículo.
—No es ridículo, lo conozco y empezará con sus comentarios mordaces. No quiero que las cosas terminen mal, porque si insinúa algo en tu contra no voy a poder controlarme.
—Nada de lo que pueda decir Marcelo me hará sentir mal, no tienes nada que temer, mucho menos nada que dudar. —Le acunó el rostro para que la mirara y le estampó un beso en la boca—. Si mi padre no me hizo desistir de amarte nada ni nadie podrá hacerlo, sé lo que eres para mí y es lo único que me importa… Ahora vamos a buscar a tu hija, no permitas que tu hermano te robe su cariño ni su confianza… Es tuya —dijo determinante—. Tuya y de Branca, no de Marcelo… Y eso debes dejarlo muy claro.
—Él ha estado más presente en su vida que yo.
—Eso no importa, es tu hija y punto… No te victimices, que de mártir no tienes ni un pelo. —Dejó muy claro, volviendo a tomar la tarjeta.
—No estoy tratando de victimizarme, solo intento ahorrarte un mal momento.
—No tienes que hacerlo. —Tiró de la manilla de la puerta, bajó y se paró en la calzada de frente a la casa.
Alexandre no tuvo más opción que bajar, el auto arrancó y él caminó hasta ella.
—Toma —dijo entregándole la tarjeta—. Estas cosas son muy peligrosas en manos de una mujer.
—Es tuya si la necesitas, aunque realmente no creo que te diviertas por mucho tiempo —dijo seguro de que Elizabeth podía acabar con sus ahorros en un suspiro.
—Solo estoy bromeando, gato —dijo colgándose de su brazo y le apretó el fuerte y pronunciado bíceps—. ¿Dije que te queda muy bien esta camiseta? —preguntó pícaramente, realmente esa camiseta gris de mangas largas, que se había arremangado hasta los codos y se le ajustaba perfectamente a los brazos le quedaba de muerte. Para hacerlo lucir más provocativo, tenía una hilera de unos cuantos botones al frente y había dejado tres sin abotonar, lo que le daba una vista generosa de su pecho.
—No lo has dicho, pero estás a tiempo de hacerlo.
—Te hace lucir como el hombre más perfecto que he visto en toda mi vida —emuló sensualmente y se mordió el labio para provocarlo.
—Sabes cómo seducirme… Y pensar que tendré que retener las ganas hasta mañana por la noche.
—Siempre podremos escaparnos a la azotea; sin embargo, no tendríamos que estar escondiéndonos si nos mudáramos a un apartamento con dos habitaciones. —Hizo el comentario y pulsó el botón del intercomunicador.
—Buenos días —contestó Arlenne.
—Hola madre, ¿puedes abrirme? —pidió Alexandre.
—Hola cariño, claro que sí —dijo emocionada.
—No digas nada, quiero sorprender a Luana.
—Está bien. —La sorprendida era ella por la inesperada visita de su hijo y por esa actitud tan extraña en él, jamás había sido partidario de ese tipo de cosas. Colgó y regresó al sofá donde estaba Marcelo pasándole a Jonas las piezas de lego del castillo que estaba armando con Luana.
El timbre sonó, captando la atención de todos.
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Editado: 18.12.2023