Elizabeth, al abrir los ojos lo primero que vio fue la cara de Alexandre, quien la miraba con una encantadora sonrisa; sus ojos lucían más claros que de costumbre y sus rizos estaban húmedos. Evidentemente, él había despertado mucho antes que ella; tanto, que le dio tiempo de ducharse y cambiarse.
—Parece que estuvo muy entretenida la conversación —dijo Alexandre apartándole el pelo de la cara.
—Algo —respondió sonriente.
—¿Estaban hablando de hombres? —interrogó.
—Sí, de uno en particular. —Se giró poniéndose bocarriba y se estiró como si fuese una gata tratando de desperezarse—. Uno increíblemente guapo.
Elizabeth apenas se daba cuenta de que se había quedado dormida sin ducharse porque todavía llevaba puesto el mismo vestido.
—Ya veo que otro tiene el poder de tenerte despierta hasta altas horas de la madrugada —comentó con una evidente connotación de celos y se levantó de la cama.
Elizabeth sonrió al ver lo fácil que era molestarlo, salió de la cama, agarró la liga que estaba sobre la mesa de noche y se recogió el pelo. Caminó hasta él y lo abrazó por la espalda.
—Hablamos de ti, tonto —confesó acariciándole el pecho, con la mejilla pegada a él —. No te haces la mínima idea de lo que tu hija te ama —murmuró.
—¿Por qué lo dices? Cuéntame… —pidió mirando por encima de su hombro.
—No puedo hacerlo, pero confórmate con saber que tú fuiste gran parte del tema de conversación… —Inhaló profundamente y después exhaló—. Ahora voy a ducharme. —Le palmeaba suavemente el pecho con ambas manos—. Pide el desayuno, por favor, que muero de hambre. —Se alejó y caminó al baño.
—Pediré para ti, ya comí hace un rato.
—¿Y no me llamaste? —reprochó deteniéndose bajo el marco de la puerta.
—No quise despertarte, sé que te dormiste muy tarde… Anda, ve a ducharte, que te pido la comida.
—Está bien. —Caminó al interior del baño, pero regresó hasta el marco—. ¿Quieres ir a bailar esta noche? —Más que una pregunta era una propuesta—. Llegaremos a Río como a las ocho, nos dará tiempo para cambiarnos y salir.
—Es buen plan —dijo con una sonrisa sincera.
—Llama a tus amigos, después de comer les comunico a las mías —comentó emocionada y se perdió en el baño.
Alexandre llamó al restaurante para pedir que subieran el desayuno, después empezó a organizar las maletas, porque odiaba tener que dejar todo para último momento.
Cuando el joven llegó con los alimentos Elizabeth seguía en la ducha. Alexandre aprovechó para entregarle el maletín de mano que había preparado, le agradeció con una buena propina y le pidió el favor de que llevara el pequeño equipaje a recepción.
Elizabeth se sentó en la cama en posición de Buda y empezó a comer.
—¿Ya Luana despertó?
—Creo que no, esta mañana entré a su habitación y estaba profundamente dormida.
—Imagino, terminamos de hablar muy tarde.
—¿Vas a contarme de qué hablaron? —preguntó con la curiosidad latiendo a mil.
Elizabeth se llevó un pedazo de pan integral a la boca y negó con la cabeza mientras masticaba.
—Solo confórmate con saber que tu hija te quiere más de lo que imaginas, y que ni siquiera en los peores momentos ha estado resentida contigo —confesó, y pudo notar cómo él trataba de disimular una sonrisa, que podía jurar era de orgullo. Le encantaba ver en él ese gesto casi infantil—. Por cierto, ¿qué hora es? —preguntó porque no tenía idea de dónde había dejado su teléfono.
—Más de las diez.
—¡Más de las diez! ¡Ay, por Dios! —Salió de la cama como un rayo—. Recuerda que tenemos una reunión.
—Tú madre dijo anoche que no era tan importante y que no era estrictamente necesario que asistieras.
—Pero no quiero dejarla, ella necesita de mi compañía.
—Lo sé, pero podrías comer primero, todavía cuentas con dos horas para vestirte, ya te duchaste… Ven. —Estiró la mano—, vuelve a la cama y termina tu desayuno.
Mansamente Elizabeth volvió, adoptó la misma cómoda posición y siguió comiendo.
—Prometiste que me acompañarías. —Le recordó.
—Y lo haré, ¿crees que pueda usar unos vaqueros y una camisa? Ha sido suficiente de pantalones de vestir.
—Sí, es un almuerzo en un jardín… Pero deberías usar traje más seguido, te ves endiabladamente sexi.
—¿Más seguido? No creo que mis compañeros de trabajo aprecien eso, mucho menos los cadáveres que me toca fotografiar.
—Cariño, con lo provocativo que te ves, no dudo que hasta la muerte termine babeando por ti.
—Dices unas cosas. —Sonrió mientras negaba con la cabeza—. Voy a cambiarme. —Le dio un beso en la mejilla, buscó la ropa que usaría y se cambió delante de ella—. ¿Así está bien?
Elizabeth dejó de masticar, pero no se tragó los alimentos hasta que hizo un ademán de exquisito con una de sus manos.
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Editado: 18.12.2023