Alexandre estaba sentado en el asiento en forma de huevo que colgaba del techo del balcón, era el favorito de Elizabeth, donde por las noches o las mañanas se tomaba un té, con la mirada perdida en el horizonte.
Ella se había empeñado en tener eso ahí, porque le recordaba al que tenía en la terraza de su habitación en Nueva York; y él, que no poseía la voluntad de negarle nada se encargó de colgarlo y asegurarlo en ese sitio.
Entre sus manos le daba vuelta a la cajita negra donde guardaba el anillo de compromiso que estaba esperando por ella, y luchaba contra las lágrimas que se le arremolinaban en la garganta mientras el apartamento era minuciosamente registrado por tres policías.
Antes tuvo que sacar algunas cosas y llevarlas a un lugar seguro, porque sabía que ellos no iban a comprender su amor por Elizabeth, y con las ganas que tenía Samuel Garnett de encerrarlo podría conseguirlo si hallaban las fotografías que tenía de Elizabeth y que eran una prueba fehaciente de que no la había conocido en la favela y que les había mentido durante el interrogatorio.
Esperó pacientemente a que revisaran cada rincón del lugar que había decidido sería su hogar junto a Elizabeth, pero sin ella nada de eso tenía sentido; estar solo ahí dolía demasiado.
Una vez que los oficiales se marcharon esperó el tiempo prudente para poner en marcha sus planes. El sol todavía no se ocultaba cuando partió rumbo a Rocinha. Fue totalmente preparado y dispuesto a obtener la información que necesitaba para encontrar a su mujer, en mucho tiempo volvía a tener fe.
Estaba seguro de que estaba en el camino correcto y que si era lo suficientemente determinante podría dar con las personas indicadas, aquellas que lo llevaran hasta donde tenían a Elizabeth.
Dejó la moto en la casa de Breno, quien lo retuvo algunos minutos con su ligera conversación, pero en cuanto pudo corrió a la Boca de Fumo, donde ya deberían estar esperando por él.
Neymar le presentó a los dos hombres que lo acompañarían al Comando Vermelho.
Luan era delgado pero bastante fibroso, con la musculatura bien marcada, de piel oscura, ojos saltones y pelo rapado. Alexandre estaba seguro de que no llegaba a los treinta.
El otro era Rayne, blanco pero de piel curtida, tenía el pelo teñido de un amarillo bastante chillón, con el tatuaje de dos revólveres cruzados en la parte posterior derecha del cuello, al otro lado la palabra «Fé».
Era bastante joven; sin embargo, su dentadura era como la de un hombre mayor, que se había pasado toda la vida con el vicio del cigarro.
Luan se colgó del hombro una mini Uzi, mientras que Rayne se aseguró una Beretta en la parte delantera de la cintura del vaquero que llevaba puesto, y una Glock en la espalda.
—Andando, que hoy toca diversión —dijo Luan palmeándole un hombro a Alexandre, quien después de verlos tuvo la certeza de que solo llevaba un pobre arsenal con su arma y la navaja.
Alexandre se despidió de Neymar y siguió a los dos hombres, quienes bajaban las escaleras casi corriendo mientras hacían chistes y reían, también le hacían algunas preguntas, pero él solo respondía a medias, sabía que debía ser prudente y no dar mucha información.
No se mostraba reacio; por el contrario, le agradaba su compañía; tanto, que ellos con sus conversaciones le hacían olvidar lo que estaba viviendo y lo hacían reír. Le sorprendía lo tranquila que podían ellos tener la conciencia.
Después de abandonar los angostos rincones de Rocinha, lugares que Alexandre nunca había transitado, llegaron hasta donde estaban dos motos sin placas.
Alexandre subió detrás de Luan y partieron rumbo al Comando Vermelho, sabían que no dependían de la suerte, sino de la perseverancia, porque estaban seguros de que esa noche tendrían resultados.
Los hombres conducían con gran destreza y rapidez, no bajaban la velocidad sin importar si había alguien más en el camino, se apartaban o ellos sencillamente se los llevarían por delante.
Estacionaron un par de calles antes de llegar a uno de los sectores más peligrosos de la favela, pero que igualmente pertenecía al dueño del Morro de Rocinha, caminaron por la calle empinada hasta llegar a una cervecería donde ya sabían estarían reunidos algunos de los hombres que trabajaban para los proxenetas de Vila Cruzeiro y que no deberían estar ahí.
Luan estaba de acuerdo con que habían estado tentando a la suerte por mucho tiempo, porque ahí todos los negocios eran de su jefe; y quien hiciera lo contrario se consideraba un cuatrero.
Antes de llegar, Alexandre se bajó el pasamontañas, al que le había hecho dos orificios a la altura de los ojos y otro en la boca.
—¿Qué es esa mierda? —Se carcajeó Rayne, quien iba con su cara muy pelada y con la barbilla elevada en señal de orgullo.
—Tengo familia que proteger, no puedo ganarme amenazas —explicó caminando a la par de ellos.
El hombre negó con la cabeza mientras sonreía y avanzaban.
Luan levantó la Uzi con el cañón mirando al cielo, apretó el disparador y lo dejó presionado, por lo que una ráfaga de disparos alertó a todos en la cervecería.
—¡Que nadie se mueva! —gritó Rayne—. Malditos, el que respire se muere. —Corrió dentro del local y rápidamente entre los que se habían lanzado al suelo encontró al que iban a buscar, lo agarró por el pelo y lo sacó de debajo de la mesa donde estaba, al tiempo que con la mano donde tenía la Glock apuntó y disparó certeramente en la espalda de uno que salió corriendo con toda la intención de escapar por la puerta trasera; el cuerpo cayó de bruces, ganándose la mirada aterrada de algunos del lugar, porque otros miraban a los recién llegados con odio.
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Editado: 18.12.2023