Suaves vibraciones se expandían por el cuerpo de Elizabeth, eran como ondas que la sacaban del profundo sueño en el que la habían inducido los fármacos que le suministraron y que ni siquiera supo el momento en el cual se los habían dado; posiblemente fue diluido en el té frío que acompañó su cena. Después de haber estado bajo ese efecto en varias oportunidades ya sabía reconocerlo.
Su cerebro fue el primero en ir rompiendo las cadenas del letargo, la desesperación que la invadía mucho antes de ser plenamente consciente volvía a atacarla, como había pasado desde hacía ya varios días o semanas, no lo sabía a ciencia cierta.
Quería abrir los ojos y descubrir dónde se encontraba, pero sentía los párpados tan pesados que le resultaba imposible hacer una acción tan sencilla como esa; así que se concentró en sus demás sentidos.
El olor también era distinto, una mezcla de óxido, aceite de motor y combustible que no se comparaba en absoluto con el aroma dulce y amaderado de la habitación donde estuvo consciente por última vez. Este era muy fuerte y le irritaba las fosas nasales, provocándole además ligeras náuseas y un fuerte dolor de cabeza, aunque quizás eso también se debía al sedante que aún no se diluía en sus venas.
De pronto su cuerpo se sobresaltó, elevándose quizás un centímetro y haciendo que se golpeara con la dura superficie donde se encontraba tendida; por suerte eso contribuyó a que la pesadez que la embargaba comenzara a disiparse.
Con gran dificultad consiguió abrir los ojos, y ante la curiosidad de saber dónde se halla paseó su vista nublada por el lugar, pero antes de que pudiera divisar algo, otro golpe hizo que su cuerpo brincara de nuevo, y el impulso que se siente cuando hay algún tipo de aceleración le dio la respuesta que buscaba. Se encontraba dentro de un auto, pero el lugar era más amplio que un baúl.
Quiso gritar para pedir ayuda, pero su lengua algo torpe chocó contra el trapo que la amordazaba, tan apretada, que amenazaba con rajarle las comisuras; intentó mover sus manos, solo para descubrir con terror que habían sido amarradas fuertemente con bridas.
Giró medio cuerpo para tratar de ver mejor, aunque todo era muy oscuro, solo débiles halos de luz se divisaban en un lugar que parecía estar muy lejos para arrastrarse hasta allí; sin embargo, lo intentó, porque entre sus planes no estaba morir ese día.
—Quédate quieta o vendrán y nos golpearán.
Escuchó una voz que provenía de algún rincón cerca de donde se encontraba, era aguda, por lo que supo de inmediato que debía pertenecer a una niña o jovencita; también se escuchaba asustada, y pensó que no era para menos. Respiró profundo e intentó luchar contra la mordaza en su boca, al tiempo que también tironeaba de la atadura en sus manos.
—¡Maldición! —exclamó con la lengua enredada, sintiéndose frustrada porque sus esfuerzos solo consiguieron lastimarla—. ¿Cómo… te… llamas? —preguntó poniendo todo su esfuerzo para que la chica le entendiera, mientras empujaba con su lengua el trapo.
—Karen… —susurró, temiendo que pudiesen escucharla, sabía que cada vez que hablaba alguien la silenciaba con golpes.
Elizabeth comprendió que podía quitarse la mordaza, introdujo con dificultar sus dedos entre la tela y su piel, y tiró hacia abajo; inevitablemente los ojos se le inundaron, porque también se trajo algunos mechones de pelo que estaban enredados en el trapo. A pesar de eso jadeó de alivio y movió la quijada para que a sus labios adormecidos les llegara sangre.
—¿Sabes dónde estamos o a dónde nos llevan? —Seguía con su interrogatorio, sintiéndose más libre sin ese maldito trapo impidiéndole gesticular.
—No lo sé —Chilló bajito.
—¿Y qué haces aquí, Karen? —inquirió de nuevo, necesitaba que le diese información para poder salvarse o mejor dicho salvarlas a ambas.
—No lo sé. —Volvió a responder y un sollozo le rompió la voz. Comenzó a llorar con mucho dolor, pues llevaba mucho tiempo haciéndose la misma preguntan. ¿Qué hizo para estar en esa situación?, ¿dónde estaba su papá?, ¿por qué su madre no la había buscado? Interrogantes que la habían acompañado durante todo ese tiempo.
Elizabeth quiso liberarse de sus ataduras y consolarla, pero la presión en sus manos y tobillos le recordó que era imposible; se tragó el nudo de lágrimas que le cerró la garganta y respiró profundo, no ganaba nada con ponerse a llorar, eso ya lo había aprendido; debía luchar por sobrevivir y regresar con su familia, y hacer lo posible por que Karen también lo hiciera.
Se arrastró un poco más por la fría, rústica y pegajosa superficie, descubriendo que el lugar era un contenedor, solo eso explicaría el movimiento, los olores y la oscuridad. Estuvo a punto de entrar en pánico y quedarse inmóvil, pero se abofeteó mentalmente para no sucumbir ante el miedo.
—Tranquila, no… no llores, Karen —consoló con voz en remanso, todavía sentía que estaba bastante débil por los efectos del narcótico, y empezaba a ser consciente de que no recordaba algunas cosas—. ¿Sabes a dónde nos llevan? —preguntó una vez más, esperando que ella recordara algo.
—No…, estaba vendada cuando me sacaron de la casa donde me tenían, pero me la quitaron cuando me metieron en este camión junto con las demás; luego vi a un hombre que te traía en brazos y te dejó allí tirada —contestó un poco más calmada, aunque seguía hipando.
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Editado: 18.12.2023